Facundo Manes: “El cerebro es el único sistema del universo que osa intentar entenderse”
Neurocientífico argentino
BarcelonaEl neurólogo argentino Facundo Manes elige el ejemplo de la peste negra, que causó la muerte de un tercio de la población, para explicar por qué el cerebro es el sistema más complejo del universo. En el libro Ser humanos (Paidós Ibérica), recuerda que la salida a la gran plaga fue el Renacimiento, un movimiento que buscaba la fuerza interior y cuestionaba la existencia humana de manera muy racional. Y en un mundo altamente tecnológico como el actual, después de una pandemia que lo ha cambiado todo, dice que solo el conocimiento de las calidades cerebrales que precisamente nos hacen humanos nos permitirá avanzar como sociedad.
El cerebro es la estructura más compleja de entender y seguramente por eso genera tanto interés.
— Sí. Todavía no tenemos una teoría general sobre el funcionamiento del cerebro. Esto y el interrogante de la conciencia son las preguntas fundamentales que nos quedan para responder. Pero hay mucho interés. Primero, porque las enfermedades del cerebro son la principal causa de discapacidad. Hablo del alzhéimer, la esquizofrenia, el autismo, pero también de la depresión, la ansiedad o el estrés crónico. En segundo lugar, estamos interesados en el cerebro porque todo lo hacemos con él y nos resulta fascinante saber cómo somos. Y, para acabar, porque los adelantos en neurociencia tendrán un impacto que excederá los laboratorios y hace falta una discusión ética sobre los adelantos que se hacen, por ejemplo, en la interfaz cerebro-máquina. La tecnología mejora nuestras vidas, pero también se puede usar para modular la mente de alguien. Los conflictos éticos que genera la neurociencia son varios y muy importantes.
¿Sabemos cómo funciona el cerebro?
— No del todo. Pero las últimas décadas hemos avanzado más que en toda la historia. Sabemos cómo expresamos las emociones, cómo tomamos las decisiones, conocemos ciertos aspectos de la memoria o de la percepción, cómo son los circuitos neuronales y los cambios químicos o cómo influye la genética. Nos falta mucho por aprender, pero soy optimista.
De hecho, somos el único ser que se plantea cómo funciona su cerebro.
— Lo que tenemos entre las orejas es el único sistema del universo que tiene la osadía de intentar entenderse a él mismo. La inteligencia artificial más sofisticada no lo intenta. Tampoco el hígado o el corazón. Definiría el cerebro como un órgano social. No lo podemos entender de manera aislada y por eso la soledad crónica nos mata. Y, si me preguntas para qué sirve, te diría que sobre todo para sobrevivir, porque no podemos tener ninguna otra conducta si no sobrevivimos. Y, si no nos movemos, el cerebro se desgasta, se atrofia y morimos.
¿Es cierto el mito de que solo trabajamos con el 10% de nuestro cerebro?
— Quizás quien dijo esto solo utilizaba el 10% de su cerebro, pero lo usamos totalmente. Incluso cuando no estamos haciendo nada se activa una red masiva, que se llama de reposo, que asocia pensamientos que no estaban asociados.
Las máquinas intentan imitar el cerebro humano, pero usted dice que nunca lo podrán reemplazar.
— El cerebro humano es irremplazable por las máquinas, a pesar de que crearemos un mundo híbrido, tomando lo mejor de la tecnología y fusionando lo que es físico, biológico y digital. La economía del siglo XXI es cerebral: los países que prosperarán serán los que inviertan en el cerebro individual y social. Los ordenadores y la inteligencia artificial ya son mejores en muchas tareas, como analizar grandes cantidades de datos. Pero no serán nunca humanos. Tenemos que invertir en los rasgos humanos que nos diferencian de las máquinas. Es decir, en educación.
¿Cuáles son estas habilidades?
— La emoción, la creatividad, la toma de decisiones, la capacidad de introspección, la flexibilidad para adaptarse a los cambios, el liderazgo, la curiosidad, la empatía y la sensibilidad estética.
Con la tecnología se ha conseguido que personas parapléjicas recuperen movilidad gracias a intervenciones directas en el cerebro.
— Esto es a lo que me refería con la interfaz cerebro-máquina. El paciente tiene una lesión que no le permite mover las extremidades, pero su capacidad cognitiva está intacta y, cuando piensa en mover el brazo, no puede hacerlo porque hay una desconexión entre los aspectos cognitivos y motores. Se ha comprobado que si se ponen electrodos en la corteza cerebral, la actividad eléctrica de pensamiento se detecta con un programa sofisticado de computación, se descodifica y se activa un brazo robótico que actúa de acuerdo con el pensamiento de aquella persona. Ahora bien, ¿qué pasa si esta tecnología, que claramente se utiliza para ayudar a pacientes, en el futuro se usa para modular o influir en los pensamientos del resto? Aquí vuelve a entrar el dilema ético de la neurociencia.
Parece ciencia ficción…
— Sí, pero no lo es. Ya hay transmisión de pensamientos vía tecnología entre cerebros humanos. Le pondré otro ejemplo: cuando dormimos durante 7 o 8 horas, lo que soñamos y lo que recordamos cuando nos levantamos es lo último que hemos soñado. Pero pasamos la noche soñando otras muchas cosas que no recordamos. Ahora, si uno duerme en un laboratorio del sueño y te ponen electrodos, podrán registrar la actividad eléctrica de tu sueño y reconstruir imágenes de lo que soñaste. Esto ya pasa. También nos dice que la intimidad, en el futuro, puede ser violada abordando nuestros pensamientos. Por eso la sociedad tiene que conocer estos temas, como opinar sobre el cambio climático, y se tiene que regular. La política está atrasada respecto a los adelantos de la ciencia. El futuro de las políticas públicas tiene que ser entender cómo los seres humanos funcionamos, cómo actuamos y decidimos en la realidad.