Jordi Sorribas: "Si la Antártida no tuviera hielo, nos moveríamos hacia otra situación climática"
Director de la Unidad de Tecnología Marina del CSIC
"Acabo de mirar la temperatura del agua marina de la Antártida y está a 1 °C", explica desde su despacho en Barcelona Jordi Sorribas, director de la Unidad de Tecnología Marina (UTM) del CSIC, que acaba de volver de Ushuaia para poner en marcha un nuevo observatorio en el continente helado. Se trata del segundo observatorio submarino de la Antártida, que funciona desde hace unos días gracias a la colaboración entre el CSIC y el Ocean Networks Canada (ONC) de la Universidad de Victoria, en Canadá. Tal y como demuestra la observación de Sorribas, esta instalación permite monitorizar continuamente una zona marina de la Antártida y que todo el mundo tenga acceso a los datos. "Todos los datos que se generan en la Antártida son abiertos y reutilizables", asegura.
¿Cuál es el objetivo de este nuevo observatorio?
— Tiene un doble objetivo, científico y tecnológico. Es más costero que el otro observatorio submarino que existe en la Antártida, está situado a unos 23 metros de profundidad. La idea principal es monitorizar de forma continua las condiciones físicas y químicas del agua del mar en los alrededores de la Antártida. Y el segundo objetivo es aprender cuáles serán las dificultades que tendremos con este observatorio para, quizás en un futuro, aumentar la capacidad de monitorización en tiempo real, sobre todo durante el invierno. Nuestra base es de verano, estamos allí de diciembre a marzo, pero tenemos estaciones que están monitorizando continuamente parámetros geológicos y ambientales, y lo que queremos es extender esto hacia el mar.
¿Por qué es importante estudiar la Antártida?
— Es un entorno muy sensible a los cambios y con poca influencia antropogénica. Lo que observamos allí es una situación poco alterada en la que se reflejan procesos como, por ejemplo, el cambio climático. Además, el observatorio está cerca de un glaciar, lo que permitirá estudiar su dinámica.
¿Se hace suficiente ciencia en la Antártida?
— Se hace mucha ciencia, sí. Todos los países firmantes del Tratado Antártico desarrollan importantes proyectos y actividad científica. Algunos tienen bases activas todo el año. La Antártida es un continente para la ciencia.
Una vez allí, ¿cómo se relacionan los científicos de países diferentes?
— La cooperación es muy importante. Este nuevo observatorio es un ejemplo de ello. Se trata de una colaboración totalmente desinteresada. Los canadienses ponen el equipo y nosotros la operación. Y esto es muy enriquecedor desde el punto de vista científico. Además, todos compartimos los datos. Todos los datos que se generan en la Antártida son abiertos y reutilizables. Todos estamos de acuerdo en mantener esto. La colaboración internacional es clave. También existe mucha colaboración logística. Yo te traigo tanta carga y tú me llevas tantas personas. Ir solo es imposible.
¿Y esto lo hacen los científicos directamente poniéndose de acuerdo?
— Sí, y a menudo sin intercambio de dinero. Hemos llegado a ese tipo de funcionamiento y realmente funciona muy bien.
Desde hace décadas, se han realizado muchos estudios en la Antártida. ¿La conocemos bien?
— No, todavía hay muchas cosas que no conocemos. En primer lugar, porque el mar es un entorno evidentemente inhóspito. Si ya tenemos dificultades para conocer todos los fondos marinos en situaciones más o menos normales, ahí las condiciones climáticas lo dificultan aún más. Por otro lado, es un continente cubierto por un grosor muy importante de hielo y lo que hay debajo se conoce poco.
¿Cuál es el papel global de la Antártida? ¿Qué pasaría si no estuviera?
— Es un continente que está rodeado por océanos. Hay una corriente que le circunda y si no estuviera o no tuviera hielo, seguramente el equilibrio cambiaría y nos moveríamos hacia otra situación climática.
¿Sabemos cuál?
— No.
¿Ha cambiado mucho la Antártida en las últimas décadas?
— Sí, y esto puede apreciarse a simple vista ya pequeña escala. Los glaciares de la isla donde estamos han retrocedido de forma importante. La fauna también cambia. Existen poblaciones de pingüinos que han modificado su comportamiento. Ahora bien, también hay zonas en las que hay más hielo porque nieva más. Por tanto, es un entorno muy complejo y para entender cómo evoluciona se debe tener una perspectiva amplia. Pero que existen cambios a pequeña escala es evidente.
Con el cambio climático, el Ártico se está transformando en una especie de océano Atlántico Norte, es decir, se está atenuando su carácter ártico. ¿Ocurre lo mismo con la Antártida?
— A diferencia del Ártico, la Antártida es un continente y las masas de hielo están bastante más consolidadas, tienen mucho más grosor y eso no ocurre tanto.
En Cataluña existe una tradición en investigación polar que empezaron pioneros como Josefina Castellví o Antoni Ballester. ¿Podemos compararnos con otros países de nuestro entorno?
— Somos pequeños, pero tenemos una potencia científica importante y nuestros investigadores están muy reconocidos. Tenemos una importante presencia en grupos de trabajo internacionales y en foros tanto logísticos como científicos. Y España tiene barcos y dos bases, Juan Carlos I y Gabriel de Castilla, que hacen que nuestros investigadores puedan vivir allí y desarrollar su actividad.
Con todo lo ocurrido recientemente con el rey emérito, ¿está previsto cambiar el nombre de la base Juan Carlos I?
— Esto no lo sé.
De todo lo descubierto en los últimos años en la Antártida, ¿qué te parece más importante?
— Yo creo que debemos poner en valor las series históricas de datos continuos desde hace 25 o 30 años, desde el punto de vista, por ejemplo, de monitorización del crecimiento de líquenes, de glaciares o de aspectos de geomagnetismos. Estas series nos dan una muy buena información de base.
Desde hace unos años también existe turismo.
— Esta semana he estado en Ushuaia y los operadores turísticos me han explicado que hay 60 barcos operando en la Antártida. Hay un turismo de más pequeño formato, con poca gente, con visitas guiadas por científicos que enriquecen la experiencia, pero cada vez más están yendo barcos más grandes, con mucha más gente.
¿De cuánta gente estamos hablando?
— 1000 o casi 2000 personas. Y, evidentemente, es imposible que bajen todos al suelo, pero el tráfico es un riesgo, también para el propio turismo. Si hubiera un accidente con alguno de estos barcos, tendría una repercusión fortísima sobre el negocio. Por otra parte, es un tipo de turismo que se regula un poco por su coste.
¿Cuánto cuesta un viaje turístico a la Antártida?
— Puede estar en torno a los 30, 40 o 50.000 euros por diez días. Y esto, de algún modo, hace que no se convierta en un turismo de masas. También existe un organismo, la IAATO, que de algún modo lo regula, pero evidentemente es un negocio.
¿Quién forma la IAATO?
— Es una asociación de operadores turísticos.
¿No hay ninguna autoridad que la controle?
— La IAATO forma parte del Tratado Antártico y, de alguna forma, sí que se les vigila. Saben que deben hacer las cosas más o menos bien si quieren seguir operando en la zona.
¿Es importante el impacto de un barco turístico en la Antártida?
— Puede serlo. Un barco que lleve a 200 o 300 personas que bajen al suelo y que visiten una colonia de pingüinos, por ejemplo, o de elefantes marinos, tiene un impacto. Porque no estamos hablando de solo un barco, sino que existe un tráfico continuo. Y la gente desciende en unos puntos establecidos, pero es difícil de controlar. Yo creo que el mayor peligro es que, con el tráfico importante de barcos en una zona poco cartografiada o muy sensible, uno embarranque o pierda combustible. Esto sería un desastre, con el problema añadido de sacar a la gente de allí.