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El método que podría detectar el Alzheimer décadas antes de los primeros síntomas

Los niveles anómalos de una serie de proteínas en la sangre entre los 45 y los 60 años podrían servir para diagnosticar la enfermedad con antelación

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Una persona mayor con la enfermedad de Alzheimer.

A principios del siglo XX, un psiquiatra alemán describió el caso inusual de Auguste Deter, una mujer de cincuenta años con signos de demencia impropios de una persona tan jove. A partir de entonces, sus colegas se fijaron en pacientes con problemas similares, y empezaron a etiquetar aquella enfermedad con el nombre de su descubridor, Alois Alzheimer. Aún deberían pasar más de setenta años para que los médicos concluyeran que la enfermedad de Alzheimer era también responsable de la mayoría de demencias que se ven en gente senil. Casi un siglo y cuarto después, todavía no se sabe qué causa el Alzheimer ni se puede diagnosticar hasta que no aparecen síntomas. Un artículo publicado recientemente en la revista Science Translational Medicine podría haber encontrado la clave de ambas cosas: quienes acaban sufriendo un Alzheimer tienen un desequilibrio de ciertas proteínas en la sangre mucho antes de que la enfermedad empiece a dar señales.

Enfermedades neurodegenerativas

Cuando los humanos teníamos una esperanza de vida de entre treinta y cuarenta años (es decir, durante la mayor parte de nuestra historia), había enfermedades prácticamente anecdóticas, como las cardiovasculares o el cáncer. Pero, a partir de mediados del siglo XX, en los países desarrollados cada vez más gente llega a lo que llamamos tercera edad. En España, por ejemplo, un 88% de los varones y un 94% de las mujeres viven más de 65 años, según cifras del Grupo del Banco Mundial. Por este motivo, la lista de enfermedades más frecuentes ha cambiado radicalmente, y ahora las relacionadas con el envejecimiento están entre las que causan mayor mortalidad.

Entre estos nuevos problemas de salud, quizás los que más desconocemos todavía, a pesar del gran impacto social que tienen, se encuentran las enfermedades neurodegenerativas. Es el nombre que reciben media docena de trastornos incurables con síntomas muy distintos, pero que tienen como base común una acumulación progresiva de daño en las neuronas, que dejan de funcionar correctamente. Uno de ellos es la enfermedad de Alzheimer, la causa de casi tres cuartas partes de las demencias que se ven hoy en día.

El Alzheimer se caracteriza por la agregación inusual dentro y fuera de las neuronas de un péptido (un trozo de proteína) llamado beta amiloide y de la proteína conocida como tau. No se sabe por qué ocurre, pero muy probablemente esto es lo que hace que las células se estropeen y el cerebro se atrofie poco a poco. No existe ningún tratamiento para detener o revertir el Alzheimer, aunque últimamente se han aprobado tres nuevos fármacos que retrasan en un determinado grado el deterioro cognitivo que produce.

Cualquier fármaco contra el Alzheimer probablemente tendrá más éxito cuanto antes se dé al paciente. Por eso, en paralelo a la investigación farmacéutica, se están haciendo esfuerzos para encontrar marcadores que permitan realizar un diagnóstico precoz de la enfermedad. Actualmente, se puede sospechar que una persona tiene Alzheimer cuando ya han aparecido trastornos cognitivos que afectan a su comportamiento, pero el diagnóstico definitivo no se puede hacer a ciencia cierta hasta la autopsia, porque no hay otra manera de detectar las placas que se forman por la acumulación de amiloide y tabla. Sea cierto o solo probable, este diagnóstico llega demasiado tarde para poder realizar ninguna intervención útil.

Análisis de sangre durante 25 años

Un equipo de científicos americanos dirigidos por el doctor Josef Coresh, de la Johns Hopkins Bloomberg School of Public Health, en Baltimore, Estados Unidos, ha realizado uno de los estudios de cribado más masivo que se ha realizado nunca con personas con demencia. Los investigadores consiguieron muestras de sangre obtenidas a lo largo de 25 años de más de diez mil personas y aplicaron técnicas de proteómica que permiten identificar todas las proteínas existentes en el plasma. El estudio había comenzado en 1987, y durante un cuarto de siglo, a los voluntarios, todos de mediana edad al inicio, se les extrajo sangre seis veces. Un 20% terminaron desarrollando una demencia.

Comparando los niveles de proteínas en la sangre de los enfermos con la de los otros voluntarios, el equipo del doctor Coresh ha logrado definir un panel de 32 proteínas clave: si sus niveles son anómalos entre los 45 y los 60 años de edad, el riesgo de sufrir Alzheimer en el último tercio de la vida es muy alto. Algunas de las proteínas participan en el proceso de proteostasis, es decir, de mantener las proteínas en buen estado (y evitar, por ejemplo, que formen agregados). Tiene sentido, pues, que si dejan de realizar su trabajo, aumente el riesgo de que se formen las placas típicas del Alzheimer. Otras están implicadas en la formación de la sinapsis neuronal, pero lo curioso es que la mayoría de estas proteínas no tienen nada que ver con el cerebro, sino en procesos que se ven en otras partes del cuerpo, como la inmunidad.

Este estudio es importante por dos motivos. Por un lado, propone una medida fácil de implementar que puede predecir la aparición de un Alzheimer décadas antes de que se observen los primeros síntomas. Pero esto sirve de poco si, durante este tiempo, nada se puede hacer para evitar que progrese la enfermedad. Y este es el segundo avance: el estudio ha descubierto posibles nuevas dianas terapéuticas que ahora habrá que investigar.

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