ARQUEOLOGÍA

¿A qué olía una tumba del Antiguo Egipto?

Analizan aromas procedentes de ánforas de hace 3.000 años

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Los científicos han encontrado trazas de cera, pescado seco  y fruta en una tumba.

¿Se pueden medir los olores? ¿Se puede saber qué hay dentro de un recipiente solo oliéndolo? ¿Y si el recipiente tiene miles de años? De estas preguntas, a la segunda podríamos responder que alguien con buena nariz quizás lo conseguiría. Pero las otras dos parecen demasiado ambiciosas para el olfato humano. La ciencia ha encontrado ahora una alternativa. En un estudio publicado hace unos días en la revista Journal of Archaeological Science, un grupo de químicos italianos han determinado qué contenían unas jarras de más de 3.000 años de antigüedad de la tumba de Kha y Merit, descubierta en 1906 cerca de Luxor.

Los humanos diferenciamos una gran cantidad de olores a pesar de que los expertos no se ponen de acuerdo en la cifra exacta: el rango va desde unos diez mil a unos cuantos billones. Sea como sea, es evidente que otros animales tienen este sentido mucho más desarrollado, por ejemplo los perros o los osos grizzly, que son todavía más privilegiados en este aspecto. Si nos fijamos en todos los vertebrados, encontramos todo un espectro de diferencias. En un extremo están los mamíferos, que, en general, tenemos un buen olfato, mientras que en el otro están los pájaros, que lo tienen tirando a malo, como muchos peces, que lo usan poco. A pesar de las divergencias, en todos estos animales el olfato funciona de una manera similar: unas células especializadas (las del llamado epitelio olfativo) detectan pequeñas cantidades de partículas volátiles que desprenden ciertas sustancias y flotan en el aire, y transmiten la información al cerebro.

Este principio se podría mecanizar a pesar de que fabricar un detector que pueda diferenciar entre varios tipos de moléculas no es sencillo. Ha hecho falta que la tecnología avanzara bastante para construir una máquina capaz de analizar la composición molecular de los gases para buscar las partículas que forman los olores. Se trata del espectrómetro de masas, un aparato que separa los núcleos de los átomos, a partir de la relación entre su demasiada y su carga eléctrica, después de ser bombardeados con un fajo de electrones. Esto permite identificar las moléculas que componen prácticamente cualquier muestra, sea sólida, líquida o gaseosa. Se ha usado, por ejemplo, para saber de que está hecha la atmósfera de Titán, una de las lunas de Saturno. Así pues, detectar partículas volátiles, aunque sean en concentraciones muy pequeñas, entra dentro de las posibilidades de estos instrumentos.

La tumba de Kha y Merit

Kha era un arquitecto que vivió en Egipto hace 3.400 años. Fue enterrado junto a su mujer Merit en la necrópolis de Deir el-Medina y la tumba se localizó en unas condiciones muy buenas a principios del siglo XX. Los contenidos se trasladaron a un museo de Turín y, desde entonces, se han mantenido en un perfecto estado de conservación, hasta el punto que las ánforas funerarias todavía estaban selladas, tal como se encontraron, gracias a la insistencia de su descubridor, Ernesto Schiaparelli. Esto ha permitido al equipo dirigido por las doctoras Ilaria Degano y Francesca Modugno, de la Universidad de Pisa, preguntarse qué había habido en las ánforas.

Los arqueólogos que las habían estudiado sin abrirlas suponían que debería de haber comida para nutrir las almas de los muertos. Para confirmarlo, los científicos pusieron las ánforas en bolsas de plástico que después sellaron. Días después, recolectaron las partículas volátiles acumuladas en las bolsas. A pesar de que la comida hacía milenios que se había podrido y quedaban pocos restos, todavía desprendía un olor que podía ser detectado, quizás no por el olfato humano, pero sí por un espectrómetro de masas. Los resultados del análisis revelaron que los objetos funerarios liberaban aldehídos e hidrocarburos propios de la cera de abeja, trimetilamina, que se encuentra en el pescado seco, y otros aldehídos relacionados con la fruta. Así, los arqueólogos han entendido mejor los rituales funerarios de la época y se han hecho una idea de qué olor debería tener una tumba egipcia.

Este experimento es el análisis químico más completo del olor desprendido por objetos tan antiguos. Esto permitirá aplicar métodos nuevos a la arqueología para poder describir mejor las costumbres de hace milenios. Anteriormente ya se había usado la espectrometría de masas para analizar vendas de momias de más de cinco mil años de antigüedad y se habían descubierto algunas de las sustancias químicas que los egipcios usaban para embalsamar. Pero utilizar las mismas técnicas con olores no se había hecho porque se pensaba que ya no quedarían suficientes partículas volátiles detectables después de tanto tiempo. Es muy posible que esto cambie a partir de ahora.

Investigador de la UOC y de la Universidad de Leicester
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