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La zona de fascinación de David Lynch: la oreja, el leño y la piel de serpiente

David Lynch pone con el premio Golden Lion Lifetime Achievement Award antes de la proyección de su última película "Inland Empire" durante los ocho días del 63 Festival de Cine de Venecia el 6 de septiembre de 2006 en Venecia.
17/01/2025
Jefe de Cultura
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BarcelonaLas reacciones en la muerte de David Lynch son el mejor homenaje posible "al cineasta más influyente de los últimos cincuenta años", como dice la crítica cinematográfica Eulàlia Iglesias, quien también recuerda el impacto y la penetración del universo lynchiano en la cultura popular. La mayoría de los comentarios, aparte del agradecimiento, reflejan la fascinación que tanta gente ha sentido ante sus películas, o simplemente ante alguna de las imágenes de sus películas.

Lynch ha sido un cineasta conectado con el inconsciente propio. Tenía la clave de acceso que persiguieron a los surrealistas y supo filmarlo como nadie lo había hecho. La perturbación, el elemento siniestro, grotesco u onírico aparece a menudo con la misma naturalidad con la que un momento antes un personaje corta el césped del jardín, sin énfasis, sin estridencias. En este sentido, ninguna secuencia es más elocuente que la del descubrimiento de la oreja humana en Terciopelo azul. Deja al espectador a la expectativa, le invita a intuir que detrás de esa oreja fuera de contexto puede pasar cualquier cosa. La advertencia es directa: existe una realidad superpuesta a la realidad que es tan real como la realidad. Y casi siempre más inquietante. Y llegará un momento en que no sabrás qué realidad es, pero da igual.

Muchas veces envuelve la acción en un misterio inexplicable, como en Twin Peaks, o inclina el surrealismo hacia la oscuridad, que es lo que se hace en Carretera perdida. Y, con la música de Angelo Badalamenti, inyecta melancolía en el corazón de la pesadilla, sobre todo en Mulholland Drive. Otras veces hipnotiza al espectador para que comparta la estupefacción de los personajes en la contemplación del horror, como ocurre en el accidente de coche en Corazón salvaje, una película que contiene una de las escenas sexuales más terroríficas de la historia del cine, la de la agresión del personaje de Willem Dafoe al de Laura Dern. Por cierto, con qué convicción actúa todo el mundo en sus películas. Con qué delicadeza acompaña a Naomi Watts por las colinas de la locura de Mulholland Drive. Como sublima el romanticismo descabellado de Nicolas Cage poniéndole una chaqueta de piel de serpiente en Corazón salvaje. Como empapa de humor las disfunciones de Kyle MacLachlan en Twin Peaks. Qué libertad tan extraordinaria da a Isabella Rossellini y Dennis Hopper en Terciopelo azul para que vayan más allá de cualquier convención. Qué papeles tan memorables ha regalado a Laura Dern, Jack Nance, Bill Pullman, Patricia Arquette, Harry Dean Stanton...

"El misterio de la imagen es tan fascinante como el misterio de la vida", dice Albert Serra, quien en las películas persigue precisamente la imagen fascinante. David Lynch ha sido el más inspirado cazador de imágenes fascinantes (ya menudo también de sonidos). La primera la encontró en el primer largometraje: el tupé eléctrico de Jack Nance en Eraserhead. Y el catálogo de maravillas creció film a film: el zoom hasta la lágrima de Anthony Hopkins en El hombre elefante, Dennis Hopper con respirador en Terciopelo azul, la primera aparición de la mujer del leño en Twin Peaks, los primeros planos de Kyle MacLachlan entre la tormenta de arena en Dune (que trece años después perfeccionaría en Carretera perdida), la mirada frontal y a cámara lenta de Patricia Arquette en Carretera perdida (la película de las mil y una imágenes fascinantes), el tractorcillo recortado en el atardecer en Una historia en serio, las habitaciones surrealistas de Twin Peaks e Inland Empire, Naomi Watts y Laura Elena Harring mirando como Rebbekah del Río canta Llorando a Mulholland Drive, incluso los vídeos caseros de los últimos años en los que Lynch hacía el pronóstico del tiempo. Son solo algunos ejemplos del compromiso de David Lynch con la fascinación, obsesionado con ofrecer al espectador experiencias inesperadas con personajes imprevistos.

El recuerdo de su filmografía, el toque lynchiano, resuena en infinidad de cineastas, como el Jonathan Glazer del film Under the skin o del videoclip de la canción Karma police de Radiohead. El episodio ocho de la tercera temporada de Twin Peaks permitió que Christopher Nolan tuviera a mano un contexto audiovisual para las secuencias atómicas de Oppenheimer. El misterio según David Lynch, algunas veces etéreo como el de Peter Weir de Picnic en Hanging Rock pero sin adolescentes, y otras crispado como el de un cabaret, ha sido modelo de conducta estética y narrativa para muchas ficciones: las que hacen convivir el misterio con lo cotidiano, como Doctor en Alaska (que aterrizaba algunos hallazgos de Twin Peaks), y las que han jugado en el misterio criminal con más o menos elementos oníricos, como True detective, de Nic Pizzolatto; Top of the lake, de Jane Campion, y Copenhagen Cowboy, de Sara Isabella Jønsson Vedde y Nicolas Winding Refn. Está Lynch en buena parte de la filmografía de Ben Wheatley (incluso en la vertiente humorística); en thrillers de montaña como La chica en la niebla, de Donato Carrisi; en thrillers sobrenaturales y suburbiales como Donnie Darko, de Richard Kelly, e It follows de David Robert Mitchell, o en thrillers románticos conectados con la naturaleza como Border de Ali Abbasi.

La magnitud de la influencia, que se esparce también por el mundo de la publicidad, es inalcanzable, porque a menudo no es una marca explícita, sino una reminiscencia. La vida es Lynch, que cantaban Astrud. Y Lynch, junto a otros cineastas como Werner Herzog, David Cronenberg y Jim Jarmusch, han definido un espacio de referencia para que muchos creadores y espectadores se sintieran acompañados: la zona de fascinación.

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