Toni Güell: "Hay tantas razones para creer en el advenimiento de una utopía como del apocalipsis"
Escritor. Autor de 'Elefantes', Premio Mercè Rodoreda


BarcelonaToni Güell (Barcelona, 1979) se lee cada semana –se lo he hecho contar– un centenar de artículos de opinión de analistas nacionales e internacionales por su trabajo como jefe de Opinión del ARA. Quizás era inevitable que la preocupación por la deriva del mundo fuera el hilo conductor de sus cuentos que, con inteligencia e ingenio, se lleva hacia la política-ficción y la literatura del insólito. Elefantes (Empúries) es su debut literario y le ha valido el premio Mercè Rodoreda 2024. Este lunes lo presenta en la librería Ona (19 h). Su talento ha reventado las costuras de una discreción elefantina.
La redacción del ARA se enteró de que escribías cuando ganaste el premio de la Noche de Santa Lucía. ¿Por qué escribes?
— Escribo porque me gusta leer. Me fascina el mecanismo que existe en la literatura: el engranaje que, desde la distancia espacial y temporal, despierta en el lector diversión, sorpresa, lo remueve, le conmueve, lo entretiene, y cómo el lector reescribe la obra según lo que ya lleva en la mochila. Todo ese tinglado me parece muy estimulante. No lo había dicho porque no tenía la sensación de que lo que hacía fuese especialmente importante y no imaginaba ganar el premio.
¿Cómo influye tu trabajo de periodista de opinión, que es el área de las ideas, en la literatura?
— Es posible que más de lo que creo, porque parte de los temas que hay en el libro son los que están en las preocupaciones de nuestro tiempo y, por tanto, en los titulares y en la actualidad. Pero aunque no trabajara en un diario es posible que ese libro hubiera salido bastante igual.
En la época de la autoficción, tus cuentos no miran adentro sino afuera, y juegas con las herramientas del periodismo duro, la política, la economía, el sistema, los impuestos.
— El libro tiene un primer nivel de lectura y es conseguir que divierta, entretenga, conmueva, remueva... Y eso ya me parece que tiene suficiente dignidad literaria. Pero también tiene un segundo nivel, que se hace más explícito en algunos cuentos en los que van apareciendo el cambio climático, la influencia de la tecnología, las preguntas sobre de dónde saldrán los ingresos en el futuro... Hay una serie de problemas que han generalizado un relato dominante de fatalismo, un marco monolítico en el que parece que no seremos capaces de que la tecnología, das y son demasiado fuertes. Es un cambio de época que nos sobrepasa. El libro es un intento de cortocircuitar los fatalismos de nuestro tiempo. Va percudiendo la idea de que siempre existe la posibilidad de encontrar una puerta abierta, individual y colectiva.
El primer cuento ya sitúa en el tablero a un empresario catalán que se ha forrado con gasolineras y un frente de liberación climática en la puerta de su casa. Pero lo que haces es que el hombre se proponga liderar la revolución ecológica.
— La pregunta es: a ver, amigos, ¿eso no vamos a solucionarlo hasta que se ponga a mandar un tipo con todas las características que están más bescantadas en nuestro tiempo? Intentar molestar o incomodar es divertido y la literatura lo permite. Los artículos de opinión también, pero la literatura más.
Es que el hombre ya avisa de que, si van en serio, sólo tendrán agua caliente tres o cuatro días, y es cuando la cosa se deshincha y cada uno vuelve a su casa. Algunas revoluciones dependen de estar dispuestos a sacrificar cuotas de bienestar.
— Son algunas de las cosas que nos hacen pensar que el cambio no es posible, las inercias como el bienestar, o inercias ideológicas como la sensación de que nada hay fuera del sistema en el que vivimos. La frase típica de que "es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo". El libro no es ni de derechas ni de izquierdas porque nos distraería de lo central, y es que sí hay alternativas. Intento situar en el imaginario colectivo unos ingredientes que no están muy presentes: la confianza, la esperanza y la responsabilidad, aunque sea antipática.
Sin embargo, los cuentos comparten una fatalidad latente, una incertidumbre dramática, la sensación de que puede pasar lo peor...
— Uno de los momentos de génesis del libro quizá sea el día que me cayó en mis manos Buscamón, de Lluís Racionero, que está situada alrededor del año 1000, cuando en el ambiente existe la sensación de que es inminente el apocalipsis o el advenimiento de una utopía. Me hizo pensar que ahora también vivimos un momento bastante milenarista. Hay tantas razones para creer en el advenimiento de una utopía como del apocalipsis, y con frecuencia por los mismos motivos: las redes, la inteligencia artificial, la genética. Esta fuerza dramática ha penetrado en el libro.
Los cuentos más íntimos y familiares están más cargados de esperanza que los colectivos, diría. En cambio, pienso en la ciudad nórdica empobrecida que decide grabar el viento, y en seguida en casa se copian los impuestos meteorológicos.
— Esto es una invitación a la experimentación ya no tener miedo a inventar nuevas utopías. Porque lo que falta es una alternativa. Marina Subirats dijo en relación al Proceso que era la utopía disponible. Ahora no existen utopías disponibles. El cuento imagina un sistema económico vivido con diversión, dos cosas que diría que nunca han ido atadas. Nuestro sistema económico genera dinero a partir de cosas que hemos decidido que van a generar dinero. ¿Por qué no otros? ¿Por qué no elegir una ola? ¿O una muestra de ingenio, un libro o un avance en ciencia? La idea es que si el cuento te parece un disparate, cuando salgas y vuelvas a la realidad quizá te la mires con más escepticismo, con una mirada más crítica. Si lo imposible está tan cerca en la ficción, quizá en la realidad también está ahí.
Justamente en este cuento imaginas cómo se crea y se destruye un estado de opinión. ¿Cómo se generan los consensos?
— En esa ciudad es fácil porque, como ocurre en un mundo postapocalíptico, las comunidades están muy fragmentadas, son más pequeñas. Cuanto mayor, más difícil es. Y, de hecho, uno de los problemas actuales de la Unión Europea es que, cuando más lo necesita, no está unificada en el espacio de la opinión pública. Es complicado. La red nos da mucho poder de movilizar, pero al mismo tiempo nos disgrega mucho. Los actores tradicionales de la deliberación democrática como el periodismo lo tienen mucho más difícil porque han perdido poder de prescripción y la idea de autoridad está muy erosionada. Y entre todo arrastramos auténticos disparates.
¿Cómo ahora?
— Por ejemplo, convivimos con la desigualdad sin mirarla a la cara. O, por ejemplo, necesitamos que llegue una pandemia para hacer el lastimoso descubrimiento de que hay muchas personas que viven solas. Esto me pareció un ridículo colectivo sensacional.
De hecho, existe un cuento que habla de la amistad y el hogar como refugio mientras fuera viene algún peligro.
— Por un lado, existe la isolación entre mundos, el nuestro y los lugares donde ocurren cosas horrorosas. Tenemos la creencia desde la ciudad hedonista de que esto no va con nosotros, que nos queda lejos, que ya estamos haciendo lo que debemos hacer, y no pensamos que de una u otra manera los desequilibrios geopolíticos del mundo te llegan y acaban estallando en tu cara en forma de catástrofe climática o de lo que sea. Por otro lado, el cuento plantea por qué hace falta que llegue esta destrucción completa para inducir al protagonista la reflexión sobre lo que tiene sentido de la vida. Es que lo creamos nosotros, el sentido. Como la amistad. Y ésta es otra puerta abierta: somos capaces de hacer cosas extraordinarias.
No se puede pasar por alto el título, Elefantes.
— Aquí están algo rodorediano, los objetos símbolos. El elefante es la idea exótica que no te habías planteado y que, quizá por un accidente, te llega y abre una brecha, una ruptura en la realidad hacia un cambio en positivo.
¡He descubierto que los elefantes no son paquidermos!
Son probócidas. Yo lo descubrí escribiendo el libro. Ya decíamos, hace un momento, que los relatos dominantes a veces nos llevan por caminos que no necesariamente son ciertos.