Elisenda Solsona: "Cuando no puedes ser madre, enloqueces"
Escritora y profesora
BarcelonaElisenda Solsona (Olesa de Montserrat, 1984) ha dedicado cinco años a escribir Mamalía (Males Herbes, 2024), pero empezó a pensar en ello hace más de una década, a partir de una experiencia personal desquiciante. La autora de Satélites (Males Herbes, 2019) ha necesitado tiempo y mucha paciencia para levantar un ambicioso rompecabezas narrativo que arranca en una clínica de fertilidad situada en medio de un bosque y continúa con la historia de la Cora: la reconstrucción de un viaje de infancia a la Catalunya Nord le empuja a indagar en su identidad familiar. La búsqueda de la madre, la pregunta de si quiere llegar a tener hijos y las pesquisas en el negocio de la gestación subrogada la acabarán transformando.
Tu universo narrativo se ha ido expandiendo: empezaste con los microcuentos de Cirugías (Voliana, 2017), continuaste con los relatos de Satélites y ahora presentas tu primera novela, que se acerca a las 400 páginas.
— Cada historia necesita un espacio para ser contada, y aquí no quería limitarme. He dedicado mucho tiempo: tres años de escritura y dos para que todo encajara. Soy muy controladora y obsesiva, no quiero que se me escape nada. Debo haber leído Mamalía cien veces.
Desde el primer capítulo, con esta mujer que estudia cómo ha cambiado su cuerpo después de dar a luz, vemos que la maternidad será central.
— Como lectora de terror que he estado y todavía soy, me gusta traspasar mis miedos a la literatura, y en el caso de Mamalía su punto de partida fueron unos años muy difíciles. Viví un proceso de infertilidad muy duro: fueron tres años y medio intentándome quedarme embarazada durante los cuales me sentía muy sola y muy presionada socialmente. La sensación era ser una mujer incompleta. Esa frustración y ese sentimiento de culpa me marcaron. Cuando no puedes ser madre, enloqueces.
MamalíaSin embargo, se aproxima a la infertilidad desde un ángulo que no es la autoficción.
— Me sentía más cómoda contando una ficción pura, una historia de misterio.
Compartes con la Cora, la protagonista, el haber crecido en Olesa de Montserrat.
— El entorno de Olesa es muy mágico: está rodeado de viñedos y tienes Montserrat al fondo. Toda mi infancia pude jugar en la calle sin control. Mi bisabuela y mi abuela me influyeron con sus historias. Desde muy pequeña me gustaba contar cuentos de terror a mis amigos.
¿Conseguías asustarles?
— Mis cuentos les daban miedo, sí. Pero no hasta el punto de traumatizarlos.
En la novela, Cora recuerda el miedo que pasó durante un viaje a la Catalunya Nord cuando tenía 8 años. Le acompañaban su padre y la madrastra.
— Conozco bastante bien esos escenarios. Fue durante un viaje a Rià que descubrí una cueva que me inspiró.
La cueva es uno de los escenarios más importantes de Mamalía. También uno de sus más potentes símbolos.
— Me encanta trabajar los símbolos. La cueva es sinónimo de lugar cerrado y misterioso, pero también es cobijo y útero.
Es allí donde la protagonista, intrigada por la conexión que siente con una pintura roja en una de las paredes, comienza a investigar su pasado.
— Sí, entrar en la cueva del bosque cerca de Rià es el detonante para empezar a buscar pistas. Empecé a trabajar en la historia de la Cora, en la estructura paralela del relato: quería que avanzara en dos tiempos y en escenarios diferenciados. Pero entonces ocurrió algo que me hizo detener...
¿Qué?
— Finalmente me quedé embarazada y tuve a mi primer hijo.
¿Gracias a ser madre pudiste escribir la novela?
— Si no hubiera podido tener hijos, no sé cómo habría terminado. Hasta que no cerré el duelo de esa etapa tan complicada no pude ponerme a escribir.
En el mundo de la novela existe una tasa de infertilidad altísima y las mujeres que quieren quedarse embarazadas deben pasar por el quirófano. Hay familias que optan por comprar a sus hijos a las pocas mujeres que pueden gestar a los niños.
— Estoy en contra de los vientres de alquiler. Éste es uno de los mensajes del libro. Cuando no puedes tener hijos te planteas cuáles son los límites de tu deseo. El derecho a ser madre no existe. Lo que existe es el derecho del bienestar del niño. Y ese bienestar no pasa por un proceso mercantil.
En la clínica de la novela, Synapsida, hay padres y madres que rechazan a los hijos que han comprado si nacen con algún problema. La Cora, afectada por una cardiopatía, es una de ellas.
— Un ensayo muy interesante sobre los vientres de alquiler es El negocio de los bebés, de Elena Crespi (Rayo Verde, 2024). La autora se pregunta por qué está en contra de los vientres de alquiler y va dando ejemplos terribles, como el de un matrimonio de Australia que recurre a la India para hacer gestación subrogada: de los gemelos que gesta un vientre de alquiler , uno nace con síndrome de Down y lo rechazan. Es fuerte porque se da el caso de que en Australia la gestación subrogada es legal cuando se hace de forma altruista, por ejemplo, si una mujer no puede ser madre y su hermana se ofrece a tener el hijo de ella.
Cora se pregunta si ella quiere ser madre a raíz de su relación con Joana.
— No saber cuáles son sus orígenes le dificulta saber qué quiere en la vida. Es una mujer joven que se siente perdida y que le cuesta hacer vínculo con los demás.
Teme que su padre haya manipulado parte de sus recuerdos de niñez.
— Sí. Los niños son tan vulnerables que puedes llegar a cambiar la memoria. En la Cora lo han adoptado a los 3 años y no recuerda nada de antes, y entre los 3 y los 8 años tiene muchos agujeros. Aún así hay olores, miradas y melodías que le permiten recuperar algo de lo que vivió, ya partir de un determinado momento de su vida necesita estirar el hilo.
En Mamalía hay alguna madre que no es, ni mucho menos, idílica.
— Así como hay madres dulces que te ayudan a crecer también las hay controladoras: no sólo no quieren que hagas lo que quieres, sino que pretenden que hagas lo que ellas desean.
El padre de Cora tampoco queda en muy buen sitio.
— Admite que ha querido cuidar a la hija con el objetivo de que algún día ella llegue a cuidarle a él.
¿Ahora que tienes hijos has pensado en ello alguna vez, en eso mismo?
— No quiero que mis hijos me cuiden... Sería un sentimiento negativo.
Es una novela de contrastes potentes: aparecen desde laboratorios donde se ponen en práctica las últimas técnicas en fertilización hasta mamuts y neandertales.
— Por un lado está el ambiente científico de la clínica, y por otro el mundo atávico y visceral que rodea el bosque. Está el laboratorio, pero también la naturaleza desbocada, aquellos rugidos que Cora y Sara sienten de vez en cuando.
Te gusta escribir sobre pueblos pequeños, donde las leyendas y maldiciones parecen todavía posibles. "Este pueblo está encantado. ¡Tienes que huir de aquí!", advierte una de las mujeres viejas de Rià en la Cora.
— Me gusta trabajar los escenarios, quiero ser potentes como reflejo de los personajes. Aquí están Olesa, Rià y Cervera de la Marenda, un pueblo fronterizo que había tenido una etapa de prosperidad. El hotel que aparece en la novela, el Belvedere, todavía está ahí. Cervera es uno de mis lugares preferidos del mundo, hermoso y al mismo tiempo decadente.
No son sólo los paisajes lo que refleja lo que ocurre por dentro de los personajes. También los fenómenos meteorológicos: hay volcanes en erupción, lluvias de ceniza y granizos devastadoros.
— Puede parecer que esta tierra descontrolada en la que viven los personajes es un elemento distópico, pero se parece bastante a nuestro mundo. Si antes te comentaba la importancia de la cueva como símbolo, el volcán también la tiene: es la presión de la maternidad silenciada que un día estalla.
¿Ahora que has terminado y publicado el libro, cierras definitivamente tu duelo sobre la infertilidad?
— Mamalía es un homenaje a la no maternidad como elección propia ya la no maternidad por las circunstancias que te lo impiden.
También es una novela con saltos temporales. ¿Qué le dirías al tú del pasado, si pudieras reencontrarlo?
— En caso de que pudiera reencontrar a Eli de hace diez años le diría "Si no llegas a ser madre, también podrías ser feliz".
CINCO LIBROS SOBRE SER O NO SER MADRE
'Las madres no', de Katixa Agirre (Amsterdam / Tránsito)
Trad. Pablo Joan Hernández
Katixa Agirre empezó a escribir esta novela poco después de ser madre. Arranca con una mujer que ahoga a sus gemelos en la bañera. Cuando la niñera la encuentra, aún en choque, dice "Ahora están bien". A partir de ahí, la narradora del libro investiga qué puede llevar a alguien a matar a sus hijos y recorre esta pulsión desde Medea.
'Mamut', de Eva Baltasar (Club Editor)
Si a Permagel Eva Baltasar observaba la maternidad de la hermana de la protagonista y en Boulder exploraba cómo cambian algunas mujeres con la llegada de un hijo, Mamut cerró el tríptico con la historia de una joven que marcha de la ciudad y se instala en una casa en medio de la montaña, sin comodidad, con la aspiración de quedar preñada, pero sin voluntad de llegar a hacer de madre.
'Las otras madres', de Laia Aguilar (Columna)
Laia Aguilar dio voz a las "maternidades invisibilizadas" para reivindicar que ser madre puede salir de los cánones y "de la idealización de Disney" a través de tres historias: la de la pérdida de un bebé a los ocho meses de embarazo, la de una mujer que cuida de los hijos de una familia adinerada y la de una pareja que opta por la gestación subrogada.
'Nunca es una palabra muy fea', de Maria Climent (Ara Llibres, 2024)
La autora de Gina (2019) relata la larga travesía personal hasta llegar a la maternidad después de siete años y múltiples tratamientos de reproducción asistida. "Durante todos estos años lo que me daba más miedo de todo era tener que renunciar a la opción de gestar. Pero tampoco quería que mi vida se convirtiera en aquello y no gozar del resto –explica–. Al final eso es como una tragaperras Piensas: «Debo estar cerca, venga, otro intento». Pero cada intento son 5.000 euros.
'Las abandonadoras', de Begoña Gómez Urzaiz (Destino, 2022)
La periodista dedicó su primer libro a estudiar a varias madres que prefirieron dejar de serlo o que se sintieron obligadas por las circunstancias. Entre ellas se encuentran escritoras como Doris Lessing, Patricia Highsmith y Mercè Rodoreda, actrices como Ingrid Bergman y pedagogas como Maria Montessori.