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Crítica de música

Mientras hay cultura hay Alemania

Gran concierto de la Orquesta Sinfónica de la WDR con el violonchelista Pablo Ferrández como solista

Andrés Orozco-Estrada y Pablo Ferrández en L'Auditori
25/02/2025
2 min
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Orquesta Sinfónica de la WDR

  • Ibercamera. El Auditorio. 24 de febrero de 2025

Independientemente del desastre electoral de Alemania, nos queda el consuelo de que el país centroeuropeo es una cuna musical de tradición más que probada y que mantiene viva su herencia. Teatros, salas de concierto y orquestas que pueblan de este a oeste y de norte a sur las tierras germánicas hacen pensar que si prevalecen la cultura y la civilización en forma de diálogo, así como la maestría de los clásicos, no todo está perdido.

Y quien mejor que Beethoven para abrir fuego en manos de una orquesta como la Sinfónica de la WDR, con sede en Colonia e invitada por Ibercamera. La apertura Egmont, especialmente los compases conclusivos, confirmaron que la del lunes sería una noche de gran y buena música. La dirección elegante y enérgica del colombiano Andrés Orozco-Estrada ayudó sobre ella, también en una espléndida segunda parte regida por la generosa sonoridad de una muy bien interpretada Quinta sinfonía de Chaikovsky. Un plato fuerte que complementaba otra pieza de renombre y que centralizaba la velada: el Concierto para violonchelo en la menor de Robert Schumann, exquisita y difícil página que pide mucho a orquesta, director, solista y oyentes. Pero si se tiene la suerte de contar con Pablo Ferrández, lo que promete llegar a buen puerto. Y así fue.

Pegado a su instrumento (un Stradivarius Archinto de 1689), el violonchelista madrileño ofreció una lectura del concierto de Schumann entendiéndolo como lo que es: una de las páginas que mejor definen el romanticismo. Esto es, una obra en la que el yo interior se despliega en un afán de situarse en el mundo, sin renunciar al lirismo de la poesía inherente a los pentagramas del compositor. Una lectura al servicio de la obra, pero en la que el individualismo de otro yo, el del intérprete, se afanaba por situarse en el centro del discurso. Y a fe que lo logró, con un prodigioso virtuosismo. Desde la exposición de los primeros temas del movimiento inicial, la generosidad sonora y la pureza tímbrica se adueñaron de la prestación del intérprete. Y después del Langsam central –con inteligentísimo uso del vibrato–, Ferrández se arrojó a los trepidantes viajes por las regiones más graves y más agudas de la tesitura de un instrumento que respondía como un perfecto cómplice.

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