Laura Baena: "El problema social de las mujeres es ser madre"
Creadora del Club de Malasmadres y autora de "Yo no renuncio"
BarcelonaEsta creativa publicitaria es más conocida en los últimos años por haber fundado el Club de Malasmadres. Lo que empezó como una iniciativa para desmitificar con humor la maternidad es hoy una comunidad con más de un millón de seguidoras que lucha porque las mujeres no tengan que renunciar a su carrera profesional ni tampoco a ver crecer a sus hijos e hijas. Se ha convertido en activista y desde la asociación que preside impulsa medidas y estudios a favor de la conciliación. Ha recogido los últimos diez años de su vida personal y profesional en el libro Yo no renuncio (Lunwerg).
Todo empieza con tu propia renuncia cuando te conviertes en madre por primera vez.
— Intenté conciliar como pude y no fue fácil porque has sido madre para no renunciar tampoco a esta parte de tu vida. Fruto de mi renuncia me di cuenta de que el problema social de las mujeres es ser madre. Ser madre es nuestro techo de cristal.
Dejaste el trabajo porque no querías renunciar a tu vida personal. ¿Sentiste que renunciabas, entonces, a tu vida profesional o fue una elección?
— Renuncié al trabajo porque perdía el control de mi vida. Yo nunca he querido ser madre 24 horas al día, pero la sociedad no te permite conciliar los dos mundos. Los horarios de muchas empresas no son compatibles a menos que delegues los cuidados totalmente: o los pagas o tienes familia y una red que te apoya. Y yo decidí que quería vivir. Pero lo sentí como una renuncia, intenté luchar por mi vida profesional y lo viví como un fracaso. Y, a la vez, el mito de la superwoman me hacía sentir que yo no era suficiente. Nadie te explicaba la realidad. No es que no seas suficiente, sino que no hay ni medios ni recursos. Te empujan a renunciar. Crees que eliges, pero no lo haces. Es la sociedad quien decide por ti.
Ahora las madres estamos levantando la voz.
— Quiero que el libro sea un movimiento para romper el silencio de las madres y para que cambiemos la manera de ver la maternidad y sea reconocida socialmente y económicamente. Si nos hacen creer que es un trabajo que hacemos de puertas para dentro es como que no tiene valor y nos lo creemos. Solo se reconoce el trabajo remunerado y la vida pública. Cuando se organizó el tiempo para trabajar y descansar, no se tuvieron en cuenta los cuidados, que han sido invisibles. Poner los cuidados en el centro quiere decir que el modelo laboral se organice de otro modo y que los hombres entren en la ecuación.
La conciliación no es solo para cuidar de los otros.
— Hay una mala relación entre la vida y el trabajo. Estamos frustrados por no tener tiempo no solo para cuidar de nuestros hijos, sino para nosotros. La conciliación personal es importante y tenemos que reivindicar que el sistema no funciona. Nos engañaron diciendo que llegaríamos donde quisiéramos, seríamos lo que quisiéramos y competiríamos en igualdad de condiciones con los hombres, pero era mentira porque ellos no formaban parte de los cuidados familiares. ¿Y, para hacerlo bien, qué tenemos que ser? Superheroínas. ¿Y cómo lo hacemos? A expensas de la salud mental.
La batalla por la conciliación no tendría que ser solo cosa de las madres. Nos beneficia a todos.
— La conciliación no es solo cosa de las madres, pero las que lo sufrimos en primera persona somos nosotras y, si nosotras no levantamos la voz, no lo hará nadie porque interesa mantener el statu quo. Ellos no lo harán porque no darán el paso para perder sus privilegios. Siempre que debatimos la conciliación se piensa que es solo para las mujeres, pero nosotras ya nos lo sabemos. Nosotras tenemos que liderar la revolución, pero ellos también tienen que ser parte del cambio.
No por el hecho de ser madre dejas de tener ambiciones. Pero, si también quieres recoger a los niños en la escuela, muchas veces tienes que dar un paso al lado.
— Te han vendido tanto el amor maternal y que el trabajo ya no te importará que esto es una crisis existencial brutal. El problema es el modelo laboral: se tiene que producir tanto que no hay lugar para los cuidados, pero tampoco para ti como persona ni para la vida. No es solo que queremos cuidar, sino que queremos cuidarnos.
Tampoco es una cuestión individual.
— Nos han engañado diciéndonos que es un asunto familiar en el que cada familia elige. No, esto es una responsabilidad social, un asunto político y público, y esto cuesta que se entienda. Por eso las políticas tienen que ir antes que el cambio social porque, si no, no avanzamos.
Se dijo que la pandemia había puesto en valor los cuidados. ¿Ha servido de algo?
— Durante un tiempo pensé que esta parada nos haría replantear el modelo laboral, pero las empresas no han aprendido nada, han vuelto al presencialismo absurdo. Es como el debate de la jornada intensiva en las escuelas: el problema son los horarios laborales, no los escolares. No se apuesta por la flexibilidad ni el teletrabajo. Hace falta una apuesta por un plan nacional de conciliación, pero, si las empresas no apuestan por políticas de corresponsabilidad, no habrá ningún cambio. Tenemos mucho que hacer. La clave es que las empresas apuesten por la flexibilidad y el trabajo por objetivos, pero las instituciones públicas también tienen que apoyar con políticas públicas y ampliar los permisos de maternidad.
Dices en el libro que en estos dos últimos años has hecho más activismo político que nunca y que te has dado cuenta de que no interesa cambiar la realidad social. ¿Estás decepcionada?
— Sí, estoy decepcionada. Durante la pandemia nos olvidamos de las familias y no se hizo nada. Ahora estamos en el camino de trabajar por el plan nacional de conciliación y conciencia, y hay voluntad, pero se necesita consenso político y estamos en un sistema polarizado. Y esto va más allá de la ideología política porque afecta a todas las mujeres.
En el libro hablas de otros temas, como el liderazgo mal entendido de algunas jefas mujeres que has tenido.
— Es el liderazgo que me he encontrado, un liderazgo masculino, de autoridad, ejercido por mujeres que no han sabido hacerlo de otro modo, lo han llevado al extremo y lo han hecho tóxico. Se tienen que formar nuevos líderes y dejar atrás este estilo de liderazgo.
La pandemia coincidió con un cambio vital tuyo. Te fuiste de Madrid para ir a vivir a Málaga, tu ciudad. ¿Por qué?
— Mi tercera hija -nacida en pandemia- ha sido una oportunidad para parar y replantearme la vida. Las ciudades muy grandes son una rueda, nos confunden y parece que no haya manera de salir. Madrid consume mucho y Málaga me da distancia para elegir mejor. Tengo mi propio proyecto organizado para pararme de verdad y he podido vivir esta maternidad de forma más libre y consciente. Se lo tengo que agradecer a la pandemia. La autoexigencia que nos marcamos las mujeres es brutal y cuando empiezas a delegar y soltar vas encontrando tiempos. A todas nos gustaría tener más tiempo, pero ¿para que lo usarías? ¿Para cuidarnos más o para seguir a la rueda? La autoexigencia es la mayor prisión para las madres.