El Club de Gimnasia la Mina de Sant Adrià de Besòs se fundó en 2010 gracias a la iniciativa de diferentes deportistas olímpicos, uno de ellos Gervasio Deferr. En los últimos años el tres veces medallista olímpico trabaja cada día con un grupo de niñas de diferentes edades intentando aplicar todo lo que ha aprendido en su larga trayectoria profesional. “También formo a personas. Pero cuando yo era deportista, no tengo claro que los entrenadores que tuve también lo hicieran, esto de formar personas”, dice sincerándose.
Gervasio Deferr: "La gente tiene que entender que hay que pedir ayuda"
Media tarde en el barrio de la Mina. Unos niños juegan a fútbol alrededor del busto de Camarón de la Isla y de un puesto de comida llega el olor de bocadillos acabados de hacer. Gervasio Deferr (Premià de Mar, 1980) pide un café antes de entrar al Pabellón de donde han salido más de 35 campeones de España de lucha. Desde hace 12 años, aquí también trabaja el club de gimnasia que se ha convertido en el nuevo hogar del dos veces campeón olímpico en salto de potro, en los años 2000 y 2004. Mientras Deferr habla con el ARA, niñas de diferentes edades van entrando en el gimnasio. Algunas con sudaderas de Open Arms. Otros, con camisetas de grupos de música. Antes de la entrevista, Deferr quiere que toquemos los aparatos de gimnasia, si hace falta subiendo encima, para que entendamos cómo llega a ser de complicada la gimnasia. Un pie mal colocado y puedes acabar con un hueso roto. No es un deporte fácil, como no lo ha sido tampoco la vida de Deferr, que acaba de publicar El gran salto (Planeta), donde explica su descenso a los infiernos una vez que se retiró del deporte. Después de pasar por un centro de desintoxicación, ve las cosas de una manera diferente. “He madurado tarde”, dice sonriendo.
¿Ha sido difícil escribir el libro?
— En algunos momentos sí... Pero también lo necesitaba. Sempre había querido hacer un libro, pero por suerte no lo hice cuando me retiré hace 10 años, puesto que no habría podido explicar todo lo que he vivido después. Ahora hace un año hice una entrevista en El Periódico que se hizo viral. Y la editorial Planeta se interesó por hacer un libro con Roger Pascual, el autor de la entrevista, con quien me había sentido a gusto. Fue un acierto. Ha salido un buen libro y he ganado a un amigo. ¿He llorado mucho haciéndolo, sabes? Me removió por dentro. Estuve días sin poder leer la versión definitiva.
¿Has temido que alguien se quede con la parte morbosa de la historia en lugar de escuchar la lección que explicas en el libro, de cómo lo has superado?
— A mí lo que me interesa es lo que diga la gente por la calle. El otro día estaba haciendo un café y un chico me quiso explicar que lo ayudó verme en la televisión, puesto que ha vivido un caso diferente.
Ganaste tres medallas olímpicas. Las dos de oro en salto de potro en los Juegos del 2000 y el 2004, y la medalla de plata en los Juegos del 2008. ¿Estabas destinado a ser gimnasta, no?
— De niño era como un gato. Me subía por todas partes, pero siempre caía derecho. No tenía miedo. Si me hacía daño, volvía a subir. Una profesora lo vio y entendió que tenía potencial. Con cinco años entré en un gimnasio por primera vez. ¡Todavía lo recuerdo! Fue como entrar en casa. En lugar de sentirme intimidado, era como estar en el paraíso. Todos aquellos aparatos me fascinaban.
Lo que primero era un juego se convirtió en su vida. Con 11 años ya entras en el CAR de Sant Cugat.
— Sí, pero era feliz. Yo no tengo la sensación de haberme perdido nada por vivir así, al contrario.
Eran los Juegos de Barcelona del 1992. Pudiste ver en directo a Vitali Scherbo, que ganó seis oros...
— Era divertido verlo entrenar. Veías cómo se escaqueaba, porque no le hacía falta trabajar tanto como a los otros. Yo lo miraba fascinado y él me hacía un guiño antes de subir a las anillas. Pero después competía y era un asesino, abroncando a los compañeros. Era el mejor. Pero en 1996 en los Juegos de Atlanta aparece el ruso Aleksei Nemov... Y se convirtió en mi referente. Años después pude ir a un torneo en Bielorrusia y pude derrotar a Nemov.
Era un deporte diferente. Una época diferente. Explicas que uno de los primeros entrenadores llegaba a pegarte, si hacía falta.
— Este es un deporte que de alguna manera, tal como se ha entendido los últimos años, lo inventaron los soviéticos. Ellos crean un modelo y ganan. Así que todo el mundo los quiso imitar. Y era un sistema dictatorial, en que los deportistas eran soldados de un ejército. Un sistema muy duro, me atrevería a decir que todavía más duro con ellas que con ellos. Pero con el tiempo se han ido explorando caminos diferentes para poder triunfar. Y el maltrato físico ha quedado por suerte descartado. Aquí en la Mina intento explicar unos valores que he aprendido. Formo a gimnastas, pero también a personas. Quizás los entrenadores que tuve no me querían formar como persona. Pero yo sí. ¿Que llegan a ganar medallas olímpicas? Pues seré el tío más feliz del mundo. Pero este no es el objetivo. Esta es una puerta de entrada al deporte. A un espacio para descubrir.
Cuando entrenas a las niñas, ¿reconoces comportamientos, como dudas o ilusiones, que tenía el pequeño Gervasio?
— Veo talento. Incluso cuando entrené a Ray Zapata (medalla de plata en los últimos Juegos de Tokyo), le decía que no podía ser el segundo Gervasio. Que tenía que ser el primer Ray. Tienen que hacer su camino. Pero claro que veo a chicas ahora y las imagino en unos Juegos, con el talento que tienen. Pero después llega la competición y también los nervios. Es normal. Las veo preocupadas por lo que pueden decir los jueces, así que les recuerdo que solo les tendría que preocupar lo que sentimos nosotros cuando acaba la competición. Si lo has trabajado, vamos por el buen camino. Si fallas, no pasa nada. Puedes caer. Te levantas, risa mirando a la mesa de los jueces y sigues. Fallar es normal, pero no nos podemos rendir.
Siempre dices que tenías muy claro que tu objetivo sería ser campeón olímpico, ¿verdad? Para conseguirlo hay que hacer muchos sacrificios...
— Sí, tenía decidido que quería ser campeón olímpico. Y me tragué todo lo que hizo falta para serlo. Aguanté. Yo era un niño cuando llegaron los Juegos de Barcelona. Y al verlos... Puf. Tuve claro que aquello era lo que quería. El resto de competiciones me importaban poco, eran solo un camino para llegar a los Juegos. De hecho, en los Europeos no solía ganar. Yo quería los Juegos, nada más. Enfrentarme con los chinos, con los norteamericanos... a Europa la veía pequeña. Quería la bola del mundo entera. Es un deporte muy duro, puesto que solo puede ganar uno. Y yo estaba dispuesto a todo, así que entrenaba fuerte y si hacía falta era un poco cabroncete. Siendo un trozo de pan no ganas contra esta gente tan preparada, así que me construí una parte de personaje, de tío duro, que he ido arrastrando.
Se te subieron los humos a la cabeza al ser campeón...
— Por suerte duró poco. Quizás me faltó a alguien al lado que me ayudara a tocar de pies a tierra. Durante los primeros años entrenando siempre me decían que hasta que no fuera campeón olímpico no podría hacer todo lo que quisiera. Así que en cuanto lo fui... pues lo hice. Tuve claro que ahora todo el mundo me escucharía. Tenía 19 años, era un niño que no entendía muchas cosas. Y con 20 ya topé con la realidad cuando llegaron las lesiones. Y toda aquella tontería que llevaba se borró. Fue un periodo cortito. Seguí compitiendo, volví a ganar.
Antes de retirarte ya consumías alcohol, pero los problemas llegan en cuanto se acaba la carrera deportiva, ¿verdad?
Yo dejé de estudiar con 16 años para poder ganar la medalla de oro en Sydney. Lo hice. Después seguí cuatro años más para ganar en Atenas. Lo volví a hacer. Y después lo mismo para estar en Pekín, donde gano la plata en el ejercicio de suelo. Y todavía estuve dos años pensando en si iba o no a los Juegos de Londres del 2012. Cuando finalmente acepté que no iría, tuve seis meses para pensar qué haría con mi vida antes de anunciar oficialmente la retirada. Solo te retiras una vez, en la vida.... y yo llevaba 25 años haciendo lo mismo. No quiero justificarme, ¿eh? Solo explico lo que he vivido. No supe qué hacer, no supe llevarlo. Y por suerte he recibido miles de mensajes de personas que han vivido situaciones diferentes y se han sentido identificadas conmigo. Para mí era necesario, explicarlo.
Cuándo te diste cuenta de que tenías problemas, encontraste apoyo en el Comité Olímpico Español. No siempre pasa, que las autoridades ayuden...
— En este caso tenemos la suerte de que el presidente del COE es Alejandro Blanco, que me ayudó mucho. Él era judoka, fue deportista y empatizó conmigo. No lo olvidaré nunca. Pero como soy puñetero ... Es cierto que reclamo una cosa. Cuando yo pedí ayuda, la gente estuvo ahí. Lo que haría falta ahora es conseguir ayudar también cuando no se pide ayuda. Cuando pides ayuda, sueles estar muy jodido. Sería bonito que los entrenadores detecten algunos comportamientos antes.
Pasaste unos cuántos meses en un centro de desintoxicación. Muchos pacientes que ya estaban dentro cuando entraste, seguían ahí cuando saliste. ¿Piensas en ellos?
— Pienso mucho en ellos, sí. Aquello es duro. Me dieron un medicamento que me dejó impotente seis meses, pero no podía pedir explicaciones, puesto que te tratan como si fueras una persona que lo ha hecho todo mal, en su vida. Pero yo había ganado medallas, había escogido mi camino. Me había perdido y había pedido ayuda, pero quería ser respetado, también. No fue fácil, pero había que pasar por aquí. Por desgracia, creo que se tratan de la misma forma casos muy diferentes. Yo no era como el protagonista de Leaving las Vegas, que se despierta con temblores y no se le van hasta que se bebe media botella de vodka. A mí no me pasaba. A mí lo que me pasaba es que la cabeza no me paraba. Así que me metía de todo, para no pensar. Piensa que yo venía de un mundo diferente. Yo no me había metido una cerveza socialmente con 17 años en una terraza, con patatas y olivas. Yo con 17 años estaba entrenando como un loco. Así que cuando me hundo... me iba metiendo copas sin control. Estaba enfermo. Pero no lo hacía por joder a nadie. Me hacía daño a mí mismo. La gente tiene que entender que hay que pedir ayuda. Muchos no lo hacen, porque les preocupa demasiado qué dirá la gente. Yo estaba tan jodido que di el paso.
¿Cómo recuerdas el infierno del alcoholismo?
— El alcohol siempre está en nuestra sociedad. Yo empecé a beber después de los entrenamientos, para desconectar después de todo un día entrenando muy fuerte, con el cuerpo dolorido. Salía con la adrenalina alta, queriendo aprovechar el poco tiempo que quedaba del día. Y cuando te retiras y no sabes hacia donde va tu vida... Pues todavía era peor. Empecé a beber para parar mi cabeza. Daba vueltas, buscaba culpables y explicaciones a lo que vivía. Y el alcohol me ayudaba a no pensar. Estaba cansado de todo. De mí, de la vida. Había caído en un pozo.
¿Cuándo te das cuenta de que no puedes continuar así?
— No fue fácil. Yo intentaba hacer cosas, buscar mi lugar. Acompañaba a Ray Zapata a los entrenamientos en el Centro de Alto Rendimiento o participaba en las transmisiones de Ona FM de los partidos del Madrid, como merengue catalán que soy. Pero no podía. Tenía que pararme. Sabía que no estaba trabajando bien. Así que vine aquí, al club de la Mina, pero como no estaba bien tuve problemas con otros entrenadores. Y tocó ser sincero y explicar a los padres de los alumnos que tenía un problema. Que lo dejaba porque necesitaba ayuda. Todo el mundo lloraba, aquel día. Pedí ayuda a Alejandro Blanco y pasé 10 meses en el centro para poder salir convertido en una persona diferente. Tenía derecho a madurar, más tarde que otros. Estaba cometiendo los errores que algunos cometen con 17 años, pero con 35. He madurado después.
Leyendo el libro pensaba en otros campeones olímpicos que una vez que se retiran, se hunden, como el nadador norteamericano Michael Phelps...
— O Ian Thorpe, el nadador australiano. Los que hemos llegado arriba muchas veces acabamos hundidos en un infierno. Nos metemos una buena hostia. Pero piensa que puede ser todavía peor. Muchos viven lo mismo en cuanto se retiran, pero todos los esfuerzos no les sirven para ganar. Yo por suerte he encontrado ayuda. Y he podido volver a las raíces, aquí. Con los niños y su manera de ver el mundo. Aquí he redescubierto una pureza preciosa. Me he dado cuenta de que aquí puedo hacer cosas.
¿Cómo llegas a la Mina?
— En el 2000 gano la medalla de oro en Sydney y se aprovecha aquel empujón para ayudar en la inauguración de la Escuela de Lucha de la Mina. Cuando yo entré en el CAR en el 1992 con 11 años, los primeros que nos acogieron, a los gimnastas, fueron los luchadores, puesto que trabajábamos lado a lado. Y había gente de la Mina. La relación se mantuvo y cuando el 2000 inauguran el club me vine. Y en pocos años ya eran un referente internacional. El 2010, pues, presentamos un proyecto al Consejo Catalán del Deporte, al Ayuntamiento de Sant Adrià y al Comité Olímpico Español. Éramos ocho deportistas de diferentes disciplinas, como Víctor Cano, Andrea Fuentes, Carlos Sorolla... Unos venían de la sincronizada, otros del pentatlón... Estos fuimos los pioneros para hacer el club de gimnasia. Nos aprobaron el apoyo y así se pudieron comprar estos aparatos que nos han dado la vida. Mi familia huyó de la dictadura en Argentina con una mano delante y la otra detrás. Recuerdo que nos rechazaban llamándonos sudacas. Yo lo llevaba mal. El hecho de no haber tenido recursos durante tantos años hizo crecer la idea de que un día tenía que ayudar allá donde no tienen facilidades. Y qué lugar mejor que la Mina, una zona tan estigmatizada. Llevamos 12 años. Fue un acierto.
En los últimos Juegos Olímpicos la gimnasta norteamericana Simone Biles dijo basta, porque tanta presión la afectaba.
— Piensa una cosa. Si fallas una ocasión en el fútbol, todavía tienes 90 minutos para volver a intentar-lo. Un montón de partidos. En la gimnasia, el ejercicio de barra dura un minuto ¿El salto? Cuatro segundos. ¡Te lo juegas todo en cuatro segundos! Y mira los aparatos. En la televisión no se aprecia cuán estrecha es la barra. Aquí hacen saltos increíbles. Si el pie no se pone bien unos centímetros, caes. Y te haces mucho daño. Este deporte es muy difícil y al nivel de Simone Biles, todavía más. Piensa que en España no te hacen caso durante cuatro años, pero en los Estados Unidos es diferente, allí te siguen siempre. Si sumas el maltrato de sus padres, el tema del perro de Larry Nassar, aquel médico que abusó sexualmente de las gimnastes, o la carencia de apoyo de la Federación... Todo suma. Tenía que parar, porque si no lo hacía podía hacerse mucho daño. Fue muy valiente. La medalla más valiosa de Biles fue poner en el centro del debate que hay que pedir ayuda, que hay que saber parar.
Mirando al pasado, ¿cómo valoras tu vida?
— Yo siempre he ido a la mía. Es mi manera de ser. ¿Sabes por qué me hice del Real Madrid? Mi padre había jugado a fútbol en Argentina y siempre ponía partidos en la televisión. Y entonces en el Madrid jugaba Hugo Sánchez, que celebraba los goles haciendo una voltereta. A mí no me interesaban los goles, ¡quería ser cómo él para saltar! Siempre he ido a contracorriente. A veces me ha ayudado, pero otras no mucho. Ahora que he superado lo peor, valoro todo lo que he vivido. He conocido a gente y he podido viajar mucho. He estado un mes en la China entrenando. Yo llegaba por la mañana y los chinos ya estaban ahí. Me iba a comer y ellos seguían. Acababa la sesión de la tarde... y ellos seguían. Trabajaban mucho. Da igual, los derroté a todos [sonríe]. Me doy cuenta de que he vivido cosas que no tienen precio, como poder competir y ganar. Encontrar personas que te ayudan. Ahora estoy tranquilo. Donde quiero estar.