Opinión

La productividad, un problema europeo

El economista Joan Ramon Rovira analiza qué está en juego en las elecciones europeas de este domingo

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Un trabajador operando una máquina en una fábrica que produce bolsas de plástico para la basura.

La productividad preocupa. Con razón: es el principal determinante de la prosperidad de los países a largo plazo. Según el Idescat, el PIB por persona ocupada en Cataluña en 2022 era un 5,5% superior a la media de la UE-27, habiendo perdido posiciones desde un diferencial máximo del 16,4% registrado en 2014. Sin embargo, el débil crecimiento de la productividad es un problema compartido con las principales economías europeas. Según datos de Eurostat, entre los años 2007 y 2022 el PIB a precios constantes por hora trabajada ha aumentado un 12,5% en Cataluña, superando así los principales países de la Unión Europea –Alemania, Francia, Italia, Países Bajos y Bélgica–, que durante ese mismo período han registrado crecimientos acumulados que van desde un mínimo del 2,7% en Italia hasta un máximo del 11,3% en Alemania. Si la comparación se realiza entre los años 2000 y 2022 los resultados son similares, con la diferencia de que la economía catalana, con un aumento acumulado de la productividad del 19,6%, sólo es superada por la alemana (22,3% ).

Sin embargo, cuando la comparación se realiza con el conjunto de la Unión Europea, tanto Cataluña como el Estado se sitúan por debajo de la media en crecimiento de la productividad en estos mismos períodos. La explicación de esta diferencia es que la UE incluye economías del Este de Europa de más reciente integración, que partían de niveles iniciales de PIB por hora trabajada muy inferiores a la media y, por tanto, tenían más margen para mejorar , lo que elevó el crecimiento medio de la productividad al conjunto de la Unión durante el período de referencia.

En cualquier caso, el diferencial positivo en términos de aumento de la productividad del trabajo de la economía catalana en comparación con las economías europeas más desarrolladas y, por tanto, más maduras, no puede ser motivo de satisfacción. En primer lugar, porque la productividad es una meta móvil, que se aleja si un país o zona económica crecen por debajo de otras zonas más dinámicas. Y, en segundo lugar, porque la frontera tecnológica la marca la economía más avanzada, Estados Unidos, y el conjunto de la Unión Europea tiende a divergir de la economía americana –tanto en términos de productividad como de PIB per cápita–. Crecer por encima de los países del núcleo europeo no es suficiente, cuando el débil crecimiento de la productividad en estos países les aleja cada vez más de la frontera tecnológica y, como consecuencia, del potencial para generar recursos para una sociedad que queremos solidaria en el bienestar.

Últimamente, se han producido tres intervenciones públicas por parte de destacados líderes europeos que reconocen la importancia del problema y plantean vías de solución. Nos referimos, en primer lugar, a la conferencia que impartió Mario Draghi, que fue gobernador del Banco Central Europeo, el pasado 16 de abril en Bruselas, bajo el título de Cambio radical, lo que Europa necesita, en el que avanzó algunas de las ideas del informe que le encargó la Comisión Europea y que se espera que se haga público a finales de este mes o principios del siguiente. En segundo lugar, la presentación el pasado 18 de abril de otro informe sobre el futuro del mercado único europeo, coordinado por Enrico Letta, antiguo primer ministro italiano, y encargado por el Consejo Europeo. Por último, la conferencia impartida el 25 de abril por el presidente de Francia, Emmanuel Macron, en la Sorbona, bajo el inquietante título Europa puede morir.

Para mejorar la productividad Europa necesita un mayor dinamismo empresarial, que impulse la reasignación de recursos hacia los sectores más productivos. Pero ese mayor dinamismo debe ser compatible con el principio de cohesión social que es consustancial al mismo proyecto europeo. La tensión entre estos dos principios –inevitable pero también creativa y definitoria de la idea de Europa– se advierte en el texto de las tres intervenciones. Un común denominador de las tres es el énfasis que ponen en la importancia de las economías de escala y de la especialización productiva en sectores estratégicos para poder competir con éxito con otras grandes zonas económicas, como Estados Unidos y China. Y la vía para poder alcanzar estos objetivos pasa por una mayor integración de los mercados a escala europea, especialmente de servicios y capitales, y, al mismo tiempo, por simplificar el cada vez más complejo entramado de regulaciones que dificultan la actividad empresarial –sin rebajar los estándares de protección a ciudadanos y consumidores: un difícil equilibrio.

Sin embargo, tanto la plena integración de los mercados como un marco de regulaciones más ágil y eficaz requieren una capacidad para “pensar” y “decidir” a escala europea que puede poner en tensión las actuales estructuras políticas de la Unión. El llamamiento de atención de Macron que “Europa puede morir” está pensado para sacudir inercias, pero también es útil para recordarnos que la cuestión económica y la social van unidas y que Europa es, ante todo, una cuestión política. Mañana, ejerciendo el derecho a voto, participaremos en un proyecto común que es crucial para mejorar conjuntamente la productividad de nuestras economías, pero que es también y principalmente un proyecto político construido sobre valores compartidos.

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