Cortar, secar y construir "toda la confianza del mundo"
Las peluquerías, más allá del servicio estético, son espacios mayoritariamente femeninos fundamentales para compartir experiencias y confidencias
Barcelona“¡Aquí nos contamos las penas y las alegrías!”, dice Laura Llavinés mientras comparte una carcajada con su peluquera, Loli González, que regenta La Pelu, situada en el barrio de Hostafrancs de Barcelona. Laura ya está peinada, pero no se va porque espera que la cuidadora la venga a buscar. A continuación y como decían los Pets, se deshace la conversación entre las tres clientas que reúne esta mañana al pequeño local.
"En la peluquería se crea una gran empatía con las clientas, porque durante muchos años te encuentras el mismo día a la misma hora y, cómo no, haces amistad", explica González. Ella y Laura llevan más de treinta años compartiendo tijeras, secador y champú, pero sobre todo, complicidades. “Me casé con 22 años y con 39 me quedé embarazada y compramos un piso aquí frente a la peluquería y nunca he faltado”, explica la clienta. Loli detiene el secador y añade que sólo faltó cuando tuvo a Covid. "Sí, y me llamaste cada día para preguntarme si ya tomaba el sol", recuerda.
"Yo disfruto mucho de mi trabajo porque es muy creativo y, además, estableces un vínculo muy estrecho con la clienta, no es un medio de vida sólo", explica. Antes de trabajar en este local, Loli ya había ejercido en otra peluquería de la misma calle. Hace 25 años que lleva el negocio con su marido, Manolo, que trabaja en la barbería que toca pared por pared. "Siempre han venido muchos matrimonios, la mujer viene aquí y el hombre al otro lado, como hacía Laura", explica. “Sí, y desde que mi marido no está todavía vengo más, porque él me dijo que no dejara la peluquería, que bajara siempre”, detalla Laura.
La sociología de la peluquería
Catarina Alves, politóloga y profesora del departamento de Sociología de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB), explica que la peluquería no es considerado un objeto de estudio habitual desde la sociología, aunque sí existen algunos análisis desde perspectivas como la sociología de la vida cotidiana o la sociología fenomenológica. Estos estudios exploran su papel en áreas rurales como espacios de interacción entre mujeres, así como cuestiones relacionadas con la aceptación de la imagen. Este espacio encaja con el que el sociólogo Ray Oldenburg ha descrito como terceros puestos: lugares neutros que no son el hogar (primer puesto) ni el puesto de trabajo (segundo puesto), sino refugios de convivencia en los que las personas pueden sentirse relajadas. "Las peluquerías cumplen un papel como espacios de socialización y proporcionan a muchas mujeres un entorno propicio para expresarse abiertamente sobre sus vidas, fomentando así un sentido de comunidad entre personas con inquietudes similares", comparte Alves.
En La Pelu las complicidades se tejen rápidamente, no sólo entre Laura y Loli, sino con las demás clientas, tengan el carácter que tengan: “Yo soy introvertida, casi nadie me conoce porque no me quedo a hablar ni con unos ni con otros”, explica Montserrat, que lleva más de 25 años cliente. Loli escucha a Montserrat y exclama: “Claro, aquí está toda la confianza del mundo” y Montserrat recupera el hilo: “Aquí hablamos de los hijos, yo le enseño la foto de mi limpia porque me hace ilusión, hablamos de un programa de la tele, pero de política no mucho…”, confiesa.
Poder hablar de todo
Haciendo una mirada histórica, Bruna Álvarez Mora, antropóloga e investigadora de AFIN, un Grupo de Investigación y Laboratorio de Prestación de Servicios emergentes de la UAB, remarca la importancia que las peluquerías tuvieron en la liberación sexual de las mujeres durante el franquismo. Resulta remarcable la observación que el grupo de investigación extrajo a raíz del proyecto SexAFIN, educación afectivosexual y reproductiva en las comunidades educativas. En una de las actividades incluidas, los niños de sexto de primaria de varios centros educativos entrevistaron a las abuelas y algunas de ellas compartieron que durante la época franquista las peluquerías eran un espacio de confidencia para hablar de sexo: “Eran, por tanto, un sitio de acompañamiento, una red informal y local importante para las mujeres”, comenta Álvarez. Salvando las distancias de la época, la investigadora cree que esta red se mantiene en la actualidad, aunque está sometida al factor local: “Si tienes relación con la peluquería de un barrio y eliges ir porque es la que te gusta, este espacio puede jugar un papel de socialización, pero en zonas más urbanas puede que no esté tanto, o no para todos, como podría haber ocurrido en otro contexto sociohistórico”, apunta Alvarez.
La transmisión del factor humano
Salimos del barrio de Hostafrancs y nos trasladamos a uno de los once salones de la casa Llongueras ubicados en Barcelona, situado en Rambla Catalunya. Manel Bravo es estilista y trabaja desde hace 34 años. Además, es formador y explica que la transmisión de valores humanos forma parte del aprendizaje. En este sentido, Toni Fuentes se está formando como estilista en Llongueras junto a Manel y afirma que en la peluquería “se crea una conexión entre dos personas y es importante conocer a la otra”. Hoy Toni atiende a Maribel, una clienta que hace cinco años que viene: “Yo vengo por el factor humano. Soy bailarina, ya tengo una edad y me gusta mantener un look estiloso, relativamente juvenil con el que me siento bien y Manel me coge enseguida la idea”.
Durante la sesión, Maribel establece conversación con los estilistas, pero a diferencia de La Pelu, aquí la interacción no traspasa el valor estético. “Yo no soy mucho que hablar de mi vida, sino de lo que me interesa, que es la estética. Yo vengo aquí a disfrutar del momento. Manel es una persona muy agradable, pero no necesito consejos”, explica Maribel.
Cambios en el estilo de vida
Las expertas consultadas reflexionan sobre los actuales cambios. Un ejemplo es la posibilidad de realizar tratamientos de belleza en casa o que las peluquerías han ampliado los servicios ofreciendo desde lavados hasta manicura. Esto ha diversificado al público asistente. En consecuencia, Bruna Álvarez Mora introduce el concepto de "autogestión de los cuerpos". Así, la investigadora del grupo AFIN plantea la pérdida de significado de estos espacios como puntos de socialización y añade que el feminismo ha ganado terreno a la presión estética: “El empoderamiento de las mujeres y los cambios hacia los cánones de belleza hacen que ya no es una obligatoriedad social ir teñida o bien peinada y esto provoca que se pierdan estos espacios de socialización porque ya no tienes que ir”.
La antropóloga plantea un nuevo horizonte para las peluquerías, diferenciando lo que puede ocurrir en un contexto urbano o rural: “La tendencia podría ser a la baja o que se diversifiquen los públicos y que sean, por ejemplo, peluquerías unisex, donde vaya un perfil diverso a realizarse varios servicios. En las zonas rurales, en cambio, puede quedar la idea de la socialización, sobre todo en los pueblos donde sólo hay una como espacio de encuentro, o al menos paso obligatorio para ir a la peluquería”.
Sin embargo, ambas expertas coinciden con la idea de que, a pesar de los cambios, las peluquerías pueden seguir siendo un espacio reclamado por las mujeres: “Existe una demanda continua de espacios en los que las mujeres se sientan cómodas para abordar cuestiones que consideran específicamente relevantes para ellas”, apunta la politóloga de la UAB Catarina Alves y concluye con la afirmación de que, “a pesar del rápido desarrollo de las redes sociales y el mundo digital, en el que muchas mujeres jóvenes encuentran oportunidades de socialización online, las peluquerías siguen siendo lugares en los que se establece un ambiente propicio para compartir experiencias”.