“Me rebelo contra la negación del luto impuesta por la sociedad"

Joanne Cacciatore acompaña el luto sin la voluntad de superarlo o curarlo

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Joanne Cacciatore en una imagen reciente

BarcelonaNo es lo mismo hablar sobre el luto que desde el luto, el imborrable luto. No es lo mismo vivirlo con acompañamiento que con culpa por no controlarlo ni superarlo. El año 1994, a los treinta años, la norteamericana Joanne Cacciatore pasó de ser una madre soltera con cuatro hijos pequeños a ver cómo su pequeña Cheyenne moría. Propulsada por estas fuerzas escondidas que nos sacuden en momentos así, volvió a los estudios universitarios que había abandonado: desde hace dos décadas Cacciatore dedica su investigación académica y actividad profesional a cómo acompañar el luto, en especial con la muerte traumática. 

“El luto –confiesa– es un proceso, un largo, inacabable y sinuoso camino en el que el paisaje cambia a medida que recorremos la distancia. Algunas zonas son estériles y otras más bonitas, pero siempre es el mismo camino. Y el luto, en si mismo, es el destino. En cada momento de nuestro luto, llegamos a él. Sin embargo, desde los sistemas médicos, espirituales, pedagógicos y sociales, recibimos el mensaje radicalmente opuesto de que el luto es patológico, una condición que tiene que ser tratada, curada y superada. Estos mensajes procedentes de una sociedad muy deficiente en compasión se insertan de manera más o menos explícita en la valoración que acostumbramos a hacer del luto normativo. Este es uno de los desafíos más grandes para las personas que afrontan esta circunstancia”.

Falta de compasión

Escribe en uno de sus fragmentos filosóficos Joan-Carles Mèlich: “Lo que hay en las sociedades modernas no es una crisis de justicia, sino de compasión”. Cacciatore, que ha publicado un éxito de ventas sobre el luto (y que ahora Kairós publica en castellano con el título de Soportar lo insoportable) profundiza en este binomio luto-amor para recordarnos que siempre van de la mano y que, por lo tanto, una sociedad que exige un luto rápido y superable impone también una relación amorosa superficial, carecida de compasión profunda, real. “Nuestra sociedad –escribe en su libro– se siente aterrizada por la expresión intensa de las emociones dolorosas y por eso utiliza sus instituciones y agencias para apagar el dolor, para forzar a la gente a entrar en los oscuros rincones de la clandestinidad, para silenciar los llantos con pastillas y calmar y controlar a la fuerza aquello que no tiene que ser controlado”.

Sus brazos son cartografías del alma: tatuajes de un San Francisco de Asís rodeado de animales, un versículo bíblico en hebreo, otro fragmento en sánscrito. La pluralidad de las tradiciones religiosas y espirituales que reivindica esta doctora en psicología por la Universidad de Nebraska-Lincoln no quita que sea crítica con los discursos bienintencionados de algunos miembros de las comunidades religiosas que, en realidad, como ella explica, siguen la misma lógica de la sociedad que empuja a superar el luto: “La espiritualidad no es una manera de escapar del sufrimiento, sino de entrar. La implacable obsesión por la felicidad que impera en la sociedad conlleva un enorme coste oculto. Nos lleva a perder la voluntad y la capacidad de mostrarnos vulnerables, y a renunciar así a nuestra conexión con nosotros mismos, con los otros y con el entorno natural, y muy en especial con nuestro luto honesto, auténtico y legítimo”. 

Y, con el tono lírico que la caracteriza, añade: “La palabra hebrea selah (hacer una pausa, reflexionar y sentir el significado) aparece casi setenta veces en la poesía de los Salmos. El luto es por naturaleza poético y elegíaco. Y la poesía, como el luto, es subversiva, desenfrenada y desobediente. La poesía viola las normas lingüísticas porque tiene que hacerlo para ayudarnos a sentir. Y, cuando nos permitimos sentir aquello que legítimamente nos corresponde, nos rebelamos contra las rígidas estructuras de negación del luto impuestas por la sociedad”.

Contracción y expansión

Cacciatore no solo es profesora en la universidad y con trabajadores sociales sobre cómo acompañar el luto, sino que hace también una práctica cotidiana con terapias de acompañamiento personal que no buscan “curar”, puesto que ella misma tuvo que pasar por diferentes terapeutas centrados en la lógica del pasar página en nombre de una felicidad hipotética. Hay que recibir el luto como tal, sin titubeos: “El luto viola las convenciones, es crudo, primitivo, sedicioso, caótico, retorcido y, ciertamente, incivilizado. Ninguna intervención y ningún intervencionista puede curar nuestro sufrimiento. Y no estamos rotos ni rotas… Lo que tenemos roto es el corazón. El luto no es un trastorno médico que se tenga que curar. No es una crisis espiritual que haya que resolver. No es una desgracia social para abordar. El luto es, sencillamente, la reacción de un corazón que siente. Como dijo Kotzker, un rabí jasídico del siglo XIX: no hay corazón más entero que el corazón roto”. 

Para ella, una de las claves para vivir desde el luto y hacerlo con plenitud es romper con los falsos opuestos: “A algunas personas les parecerá extraño habla de sentir pena y gratitud a la vez. Pero para otros esta es una verdad pura que aparece cuando dejamos de lado la búsqueda de la felicidad. Ser feliz no significa dejar de sentir dolor, pena o tristeza sucesivamente o, a menudo, de manera simultánea. El dolor y la satisfacción, la pena y la belleza, el anhelo y la entrega coexisten en el reino de la igualdad. Esto es lo que se denomina la unidad de los opuestos”. 

En esta unión de contrastes, sigue explicando, hay que aceptar los momentos de contracción y expansión como un mismo movimiento necesario y presente en la naturaleza, desde la creación de las supernovas a los partos: “El luto es un proceso de expansión y contracción, y la contracción no es negativa ni errónea y, por lo tanto, no tiene que ser frenada o controlada, puesto que forma parte de la expansión”. 

Por eso, cree, la educación sobre el luto “es la pieza clave que permite cambiar la relación antagónica que mantiene nuestra sociedad con esta circunstancia; la expresión y la creatividad artística son parte importante de esa empresa”. De este modo conseguimos también unificar luto y amor: “El luto individual incluso se desprecia más allá de un breve periodo. Pero para evitar el luto tenemos que evitar el amor”, concluye.

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