¿Qué hacemos en las redes?

El contenido que se genera online es inabarcable por una razón muy sencilla: cada persona es un mundo. Aún así, radiografiamos el comportamiento de cada generación dentro del submundo virtual

PAU CUSÍ
7 min
Què  hacemos en las redes?

BarcelonaOnce y veintiocho minutos de la mañana. Es sábado y todavía estás en la cama, la noche fue larga y las responsabilidades de la vida moderna pueden esperar. Siempre pasa lo mismo. Abres Instagram y a un palmo de tu nariz emergen decenas –centenares– de pequeños universos verticales. Tu amiga, enamorada como hace tiempo que no lo estaba, ha compartido un vídeo de quince segundos de su nuevo amor. Consciente de que la cámara lo graba, el individuo en cuestión aparca disimuladamente la tapa de queso curado y tuerce la cabeza para que su perfil bueno quede grabado. Charla un poco para naturalizar la situación, pero poco importa. En un pronto de postproducción primaria, tu amiga ha decidido enterrar las palabras con el perturbador Bright side de los Stay Homas. Su vivencia es una diapositiva de PowerPoint y tú ya vas por la siguiente. Tu amigo está en un concierto, el conocido hace senderismo y el saludado ha compartido un meme. Y tú estás en la cama y la almohada huele mal a sudor. No te levantas, quedan más regalos: la chica con quien compartías clase en primaria está embarazada. Para anunciarlo, progenitora y progenitor se han fotografiado ante un espejo. Ella, como si fuera un trofeo de pesca, sujeta la ecografía reveladora. El embrión no tiene dedos pero ya ha dejado huella digital. Viva la ciencia, supongo. Y viva la ternura: tu profesor de autoescuela, jubilado desde hace siete años, ha compartido una fotografía de su familia. Al margen izquierdo de la instantánea se intuye una aureola rojiza. No es la luz del atardecer. No es un filtro Mayfair. Es la silueta de su dedo chafando el objetivo de la cámara del móvil. Hora de levantarse, los universos son (casi) infinitos. 

El contenido que se genera en las redes sociales es inabarcable e inclasificable por una razón muy sencilla: cada persona es un mundo. Pero, haciendo una generalización un poco osada, sí que podemos radiografiar el comportamiento de cada generación dentro del submundo virtual. Un submundo, por cierto, del cual cada vez escapa menos gente: según datos de la consultoría especializada The Social Media Family, 29 millones de españoles tienen al menos una red social, hecho que supone el 62% de la población total. ¿Cómo se mueven, centennials y millennials dentro de este entorno? ¿Qué buscan, los boomers? ¿Qué los une y qué los separa?

De la valentía a la fragilidad

Osadía, atrevimiento y efusividad; tres palabras que sirven para describir el comportamiento de los centennials en internet. Son la primera generación que ha crecido abrazada a las redes y, a diferencia de millennials y boomers , no se han tenido que adaptar. No es que dominen este medio, es que este es su medio.

Cuando se habla del desparpajo centennial es fácil trasladarse mentalmente a TikTok, una red china que no para de crecer (14 millones de descargas en España desde su nacimiento) donde los Z se sienten especialmente a gusto. Efectivamente, ponerse a bailar coreografías imposibles a ritmo de Rauwl Alejandro ante un gran número de usuarios requiere una soltura que no todas las generaciones pueden lograr, pero la osadía de los más jóvenes en internet va mucho más allá. 

A principios de septiembre, por ejemplo, miles de centennials se organizaron a través de TikTok para boicotear la web de Texas Right To Life, una organización que, después de que entrara en vigor la nueva y controvertida ley texana contra el aborto, instaba a los ciudadanos a enviar denuncias anónimas contra las infractoras. La respuesta de los tiktokers ejemplifica a la perfección la idiosincrasia de una generación criada en un mundo convulso: las reglas me parecen injustas, de forma que me rebelo y, además, lo hago a mi manera. En este caso, enviando a la web imágenes pornográficas de Shrek, memes absurdos e insultos contra los conservadores para reventar el servidor. Y no hay que ir tan lejos para encontrar más ejemplos. Los disturbios de Catalunya en respuesta al encarcelamiento de Pablo Hasél, encabezados por manifestantes muy jóvenes, también pueden enmarcarse en este contexto. Del story a la revuelta.

Evidentemente, sin embargo, la simbiosis entre centennials y redes sociales también tiene consecuencias negativas. Y una tanto tangible como evidente es la dependencia del móvil. “El adolescente tiene una necesidad de socializar brutal y gracias a las redes puede sentir que forma parte de una comunidad. El problema es que no tendría que estar si todavía no tiene claro quién es y cuáles son sus fortalezas, porque ahí lo que encuentra son muchos mecanismos superficiales que lo desconectan de sí mismo. La adolescencia es la época en que tienes que descubrir qué te gusta mientras estudias, trabajas y conoces a otras personas, no a través de un algoritmo”, explica la psicóloga Júlia Pascual. En este sentido, apunta que la red normalmente no crea una adicción en sí misma, sino que potencia otros trastornos como, por ejemplo, los de conducta alimentaria o –paradójicamente– de fobia social.  

Conciencia e impostura

Si la Z es la generación atrevida y dependiente, los millennials se pueden calificar como generación despierta e hipócrita. Despierta, porque es plenamente consciente de la crudeza del mundo que ha heredado de los boomers –vivienda inaccesible, paro sistémico, salarios insultantes, clase política decadente y otros factores que merecen otro reportaje– y de la dependencia que le han creado las redes; e hipócrita, porque, en general y a pesar de todo, intenta disimular su desazón en internet. La plataforma preferida de los millennials es Instagram, la red de la selfie permanente, la escapadita veraniega y la barbacoa con amigos. En España, en 2020 contaba con 20 millones de usuarios, el 65% de los cuales tenían entre 18 y 39 años, según datos de The Social Media Family. Para ponerlo en contexto, una plataforma como Twitter –que tradicionalmente ha premiado más la mordacidad y la ocurrencia– en el estado español solo tiene 4,1 millones de usuarios. Y la cifra, además, se reduce año tras año desde 2018. Instagram es también la red que potencia la superficialidad y la impostura y que, por otro lado, tiene más capacidad de hacer sentir mal al usuario.

Que las redes sociales empeoran la vida de muchos millennials sin que ellos hagan nada para impedirlo no es solo una percepción de quien escribe estas rayas. En un estudio publicado en 2019 por Security.org (portal citado por medios tan prestigiosos como Forbes o The Wall Street Journal), el 33,6% de los millennials norteamericanos reconocían que las redes empeoraban su día a día. De este 33,6%, las mujeres eran mayoría. A la pregunta sobre si preferirían vivir en una sociedad sin redes, el 43,9% respondían que sí, una cifra que toma más fuerza si se compara con la respuesta de los boomers, y es que solo el 26,5% de ellos eran partidarios de renunciar.

La máxima expresión de esta percepción llega en boca de la influencer millennial catalana Gemma Pérez, que suma más de 475.000 seguidores en TikTok y más de 60.000 followers en Instagram. Para ella, las redes lo son todo; un modo de vida que, hoy por hoy, no cambiaría. Pero aun así, reconoce que preferiría que la relación entre usuarios y redes fuera similar a la de su adolescencia, cuando ella –y toda su generación– se conectaba, a lo sumo, un par de horas al Messenger, un sencillo servicio de mensajera que se utilizaba en ordenadores. “La dinámica actual nos ha traído muchos problemas mentales. Los estímulos son muy rápidos y la vida real no es así. A mí las redes me han dado muchas cosas, sobre todo muchos amigos, pero seguramente todos estaríamos más sanos si no las tuviéramos”, explica.

Transparentes y aleccionadores

Boomers. Fotografías desenfocadas, filtros de mal gusto y sentencias paternalistas en la sección de comentarios más insospechada. Lo cierto es que reírse de sus hábitos en las redes sociales es una práctica recurrente –y por qué no decirlo, divertida– entre centennials y millennials. Algunos los definen como transparentes y tiernos: hacen una foto a su perro, creen que es divertida, la comparten. Y punto, sin más pretensiones. Otros, creen que son paternalistas y reaccionarios, siempre con una opinión que nadie había pedido en la recámara o un fotomontaje estrafalario robado a Facebook en la galería del móvil. Probablemente el comportamiento cambia dependiendo de la plataforma. Casi todos coinciden, eso sí, en la certeza de que no han acabado de entender cómo funcionan las redes. Pero ¿qué han venido a hacer, en este submundo de internet? La respuesta, al contrario de lo que se pueda pensar, es la misma que daríamos a cualquier otra generación.

“El humano es una especie social y en el cerebro tenemos inscrito que dependemos del otro para sobrevivir. Lo tenemos inscrito toda la vida. Cuando una persona de 60 años cuelga una fotografía de un encuentro familiar, lo hace para compartir un momento... pero también para gustar, para buscar la aceptación de los demás”, explica la psicóloga Elena Puig. Y añade: “Ahora vivimos en la época del hombre emocional: si no vive emociones, mueres. Y, además, las tiene que exponer. Lo que vendemos son experiencias, y esto, en un sistema económico neoliberal como el que tenemos ahora, es muy peligroso, puesto que cuantas más experiencias necesitamos, más caeremos en el consumo”. El único método para combatir estos estímulos primarios es educar el cerebro para que ponga el foco en aquello que es positivo. Y las redes, explica la psicóloga, acentúan justamente lo contrario. “Hace daño en general, pero si eres una persona con la autoestima baja, es devastador”, indica. En este sentido, Júlia Pascual recuerda que los adultos no son tan diferentes a los jóvenes, el colectivo que, a priori, es más vulnerable ante estos inputs . “Se da por hecho que los adultos tienen una identidad construida, muy firme, pero lo cierto es que cualquier problema también los puede debilitar. Y las redes, a las que recorren cuando están en un momento complicado, les harán tanto daño como a un adolescente”, apunta.

Leyendo este reportaje, es fácil extraer la conclusión de que las redes sociales son poco menos que el demonio. No es así. Los centennials las han convertido en armas contra la norma, los millennials las han dominado para explotar su talento y los boomers han aprendido a utilizarlas en beneficio propio y de los demás. Las dos psicólogas mencionadas en esta pieza, sin ir más lejos, cuentan con perfiles de Instagram con miles de seguidores donde llevan a cabo una gran tarea divulgativa. El problema –y pido perdón por la evidencia de la conclusión– es el abuso que se hace; un abuso que desde la aterrizada de Facebook y WhatsApp en nuestros dispositivos se ha normalizado por completo. En España, la media de tiempo que los usuarios pasan en las redes sociales es de unas 2 horas. Si compruebas la tuya en el panel de control de tu móvil, verás que es superior. Sal y toma el aire: los universos de las redes son casi infinitos, pero tú solo tienes uno.

Del siglo XX al XXI: un recorrido por tres generaciones

Los integrantes de la Gen Z, los centennials, nacieron a finales de la década de los 90; los millennials, entre los 80 y los 90; y los boomers, entre 1946 y 1964; si bien en casa nuestra el término boomer no solo se utiliza para etiquetar a este grupo de personas nacido en una época concreta, sino para definir un tipo de adulto que tiene una actitud retrógrada, anticuada y molesta hacia la vida y, sobre todo, hacia las generaciones más jóvenes.

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