Trump-Putin: historia de una extraña amistad
Ambos presidentes encaran un nuevo capítulo después de una década de elogios no siempre recíprocos, afinidad ideológica y decepciones


Moscú"¿Cree que Putin irá a la gala de Miss Universo en Moscú? ¿Será mi nuevo mejor amigo?". Este tuit de Donald Trump de 2013 resume la devoción que profesa el presidente de Estados Unidos por su homólogo ruso. Putin lo plantó en el concurso de belleza, pero Trump se pasó en los meses siguientes presumiendo que se habían encontrado y que le había tratado muy bien. Las alabanzas unidireccionales se fueron repitiendo hasta que el magnate estadounidense accedió a la Casa Blanca en el 2016, mientras Putin medía mucho sus palabras y sólo correspondía las florecillas cuando le interesaba estratégicamente.
Una prueba de ello es que, ocho años después, consciente de que la victoria de Trump favorece sus intereses, el líder del Kremlin ha abierto el dosificador de las buenas palabras hacia su supuesto adversario. Incluso le ha comprado algunos de los mantras más controvertidos, como la falsa teoría de la manipulación electoral de 2020 o la afirmación que sostiene que, con él de presidente de Estados Unidos, la guerra de Ucrania no habría ni empezado. Y, tras la escena del viernes en el Despacho Oval, con Trump y su vicepresidente JDVance humillando a Volodímir Zelenski y poniendo argumentos de Rusia sobre la mesa, queda claro que el presidente estadounidense se siente mucho más cercano a Putin que a su homólogo ucraniano.
Putin sabe lo que debe dar a Trump para hacerle contento. Por eso ha empezado a tentarle con oportunidades de negocio conjuntas. Y el presidente estadounidense escucha, se fía y se deja adular. "Ambos tienen ego. Comparten un estilo autocrático, desprecian los valores occidentales modernos y creen en la ley del más fuerte", explica el analista ruso Anton Barbashin al ARA, quien al mismo tiempo advierte que Trump no es consciente de hasta dónde puede llegar Putin para luchar por lo que quiere.
Una admiración que viene de lejos
Mucho antes de querer ser su amigo, Trump ya había enaltecido públicamente a Putin. En 2000, en su libroThe America we deserve [La América que merecemos], el entonces empresario bendijo al futuro presidente de Rusia cuando apenas era candidato. Lo describió como "el líder fuerte que necesitaba el país". A medida que se acercó el salto de Trump a la política, los elogios subieron de tono. En 2014 aplaudió la anexión de Crimea como un movimiento "muy inteligente" y contrapuso la firmeza rusa en Siria con la supuesta debilidad del gobierno de Estados Unidos. "Debemos mostrar fuerza, Putin ha robado el desayuno a Obama —nuestro desayuno— durante demasiado tiempo", afirmó, al tiempo que criticaba las sanciones contra Rusia: "Putin está herido, y las personas y los animales heridos pueden hacer cosas extrañas; más vale que tengamos cuidado". Incluso defendió al presidente ruso ante las acusaciones de haber autorizado el asesinato de periodistas y disidentes.
Putin esperó en la campaña presidencial estadounidense para corresponder el alud de buenas palabras. Le bastó con decir que Trump era, "indudablemente, una persona excepcional y con talento" para revolucionar la carrera electoral.
El candidato republicano aceptó la alabanza con agrado, pero en cuanto se acercaban las elecciones y comprobaba que la afinidad con el líder del Kremlin podía restar más que sumar, trató de distanciarse. De hecho, llegó a asegurar que nunca se había reunido con Putin y que ni siquiera sabía quién era.
Decepción en Rusia
Una vez elegido, Trump se mostró conciliador ante la evidencia del pirateo por parte de Rusia de los correos de la Convención Nacional Demócrata. "Putin no volverá a hacerlo; nos respetará mucho más a partir de ahora", dijo, en un nuevo intento de no enemistarse con el presidente ruso y de confiar en ello ciegamente. Pero la estrategia del apaciguamiento saltó por los aires con las acusaciones de injerencias rusas en las elecciones. Putin siempre las negó e incluso convenció a Trump, que en la cumbre ruso-americana del 2018 en Helsinki exclamó que "creía en su palabra" y, por tanto, que no creía en la de las agencias de inteligencia de Estados Unidos.
Durante el primer mandato, la presión dentro del Partido Republicano obligó al presidente estadounidense a adoptar una posición mucho más dura contra Rusia de lo que hubiera querido. Endurió las sanciones por la anexión de Crimea y la guerra del Donbás, y por el envenenamiento del exespía ruso Sergei Skripal, mientras que Putin no pudo arrancar ningún acuerdo internacional que le beneficiara.
Todo ello decepcionó a la élite rusa, que había recibido con euforia la primera victoria de Trump esperando que les levantara las sanciones y reconociera la soberanía rusa de Crimea. Sin ir más lejos, el político ultranacionalista Vladimir Jirinovski hizo comprar 132 botellas de champagne para celebrar el triunfo del candidato republicano y brindó ante las cámaras. Y la editora jefe de Rusia Today, Margarita Simonian, aseguró que se pasearía por Moscú con una bandera de Estados Unidos. Pero la alegría no tardó en desahogarse.
Cautela frente a un nuevo capítulo
Quizás por eso esta vez hay mucha más prudencia entre los dirigentes rusos. Tras el estallido de alegría inicial que siguió el restablecimiento de las relaciones, el Kremlin ha tenido que advertir a los medios estatales que moderen sus elogios a Trump. Según informa el medio independienteViorstka, ha ordenado a los periodistas que se ciñan a presentarlo como alguien que "ha tenido la sabiduría de responder en la mano tendida de Rusia".
"Putin intenta explotar el deseo de Trump de ser visto como decisivo", explica Alexander Baunov, analista del Centro Carnagie Rusia-Eurasia. El presidente ruso se cura en salud por si las negociaciones fracasan, mientras se muestra indulgente con su adversario hasta el punto de llamarlo "socio". Y Trump vuelve a fiarse de su palabra y, convencido de que tiene mucho más que ganar que perder, se acerca ideológicamente y sin vergüenza a Putin. Decidido, ahora sí, a no dar marcha atrás.
Tal como alerta el corresponsal delNew York Timesen la Casa Blanca, antes corresponsal en Moscú, Pete Baker, las primeras acciones de Trump como presidente se parecen mucho a las de Putin hace 25 años. "Los esfuerzos de la nueva administración por presionar a los medios de comunicación, castigar a los opositores políticos y domesticar a los magnates de la nación evocan los primeros días del reinado de Vladimir Putin en Rusia", escribe el periodista. "Pero Estados Unidos no es Rusia", aclara. El mundo, mientras, observa y aguanta la respiración.