Los rusos, cansados de una guerra que les queda lejos

Los moscovitas viven de espaldas a un conflicto que lleva tres años durando y que sólo ven en la propaganda del Kremlin

Souvenirs Putin
24/02/2025
5 min
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MoscúLa alegría indisimulada de Vladimir Putin y los líderes del Kremlin desde que empezaron las conversaciones con Estados Unidos de Donald Trump contrasta con el escepticismo con el que la sociedad rusa ha recibido la noticia. En las calles de Moscú se respira una mezcla de apatía, desconfianza y, sobre todo, agotamiento después de tres años de una guerra que, si bien para la mayoría de ciudadanos no ha sido una amenaza real, sí ha trastocado sus vidas de una u otra forma.

En los barrios de la periferia de la capital, donde se encuentran los inmensos bloques chelovéinik(hormigueros de personas), los jubilados pasan las horas haciendo politinformatsiya. Así es como se llamaban las sesiones de adoctrinamiento político del régimen soviético y así es cómo han bautizado irónicamente sus tertulias matinales. Entre ellos el consenso general es que la guerra debe terminar y que debe acabar con victoria rusaSin embargo, llegados a este punto, les cuesta ponerse de acuerdo sobre qué significa ganar. En sus palabras no hay odio hacia los ucranianos ni tampoco simpatía, más bien condescendencia y recelo, como si hubieran sido los vecinos caprichosos que soñaban con ser europeos quienes les hubieran arrastrado al conflicto.

Del fervor patriótico de las primeras semanas de la guerra, poco queda. Las cetas pintadas en las paredes han desaparecido prácticamente por completo. Una de las que resiste es la que el Kremlin hizo instalar nada menos que a las puertas de la embajada de Estados Unidos a finales del 2023. Son tres letras blancas gigantes, ZVO, las siglas deZa pobedu, sila V pravde, Otvajnie(por la victoria, la fuerza es en la verdad, valientes). Pese a que cada vez se ven menos, el pasado miércoles la Duma aprobó una ley que castiga con hasta cinco años de cárcel a quien destroce símbolos relacionados con la "operación militar especial en Ucrania". Una norma que se añade a la durísima legislación contra cualquier ciudadano que se atreva a cuestionar al ejército o se oponga a la guerra.

Otro de los recordatorios de que Rusia es un país en guerra son los carteles para el reclutamiento voluntario de soldados que pueblan marquesinas, rótulos de carreteras, cajeros automáticos o vagones de metro. En la parada más cercana del principal centro de alistamiento de Moscú, una grabación anuncia que aquellos que decidan ir a combatir al frente tendrán un sueldo más alto, y la voz que resuena se confunde perversamente con la megafonía del metro. Ante el punto de reclutamiento, un voluntario que prefiere mantener el anonimato explica que quiere alistarse porque ésta es una lucha entre el bien y el mal. Poco después, y de forma abrupta, un militar sale del centro, nos obliga a interrumpir la conversación y le impide seguir hablando.

Miedo a hablar con extranjeros

El miedo a hablar con extranjeros, especialmente si son periodistas, está muy extendido en Rusia. Y más si estos periodistas provienen de los considerados países "no amistosos", según la terminología del Kremlin. Por un lado, porque ya ha habido condenas desproporcionadas y extemporáneas por hacer declaraciones en medios occidentales y, por otro, por el éxito de la propaganda, que presenta a los europeos y estadounidenses como hostiles, hasta el punto de que algunos rusos recriminan a sus compatriotas que se expresen en una lengua extranjera cuando tratan con recién llegados.

El turista europeo, casi adulado antes de la guerra, ahora es marginal. Por los hoteles y monumentos del centro de la capital se pasean sobre todo árabes, asiáticos y rusos, espoleados a moverse dentro de las fronteras de la federación ante las dificultades de ir de vacaciones fuera del país. Éste es un ejemplo más de cómo han cambiado las relaciones internacionales del gobierno ruso. Los moscovitas no recuerdan una celebración tan ostentosa del Año Nuevo Chino como la de este año: las calles del centro están decoradas con elementos orientales; en la plaza de la Revolució hay una treintena de paradas solo de comida asiática, y en las tiendas de souvenirs de la popular calle Arbat hay figuras de tamaño real de Putin y Xi Jinping reciben a los compradores, que se fotografían como estrellas.

En el interior de los establecimientos, entreusancas (réplicas de reliquias del Ejército Rojo) y los mil y un objetos dedicados al presidente ruso, se exhibe, de forma simbólica, el nuevo orden mundial multipolar con el que sueña Putin: alineadas, las matrioixas del presidente chino; del presidente turco, Recep Tayyip Erdogan; del rey saudí Salman y del príncipe heredero Mohammed bin Salman, y del emir de Qatar, Tamim bin Hamad al-Thani. Y, en medio, rescatada a toda prisa del almacén, una matrioche con dos protagonistas: Vladimir Putin y Donald Trump, muy probablemente fabricada durante el primer mandato del presidente estadounidense.

Una vista del Kremlin, en Moscú.

Durante los últimos tres años, el abismo político entre Rusia y Estados Unidos, que ahora parece que empieza a encogerse, no ha borrado la huella de más de 30 años de importación del modelo de consumo yankee. Las grandes multinacionales occidentales se apresuraron (algunas más que otras) a abandonar las grandes ciudades rusas tras el inicio de la invasión de Ucrania, pero esto no se ha traducido en una rusificación de los patrones de consumo. Por ejemplo, McDonald's vendió todo su negocio a un empresario que ya tenía una franquicia de la compañía en Siberia. ¿Y qué hizo? ¿Se puso a servir sopa de remolacha y pelmenios, la pasta rellena típica rusa? Pues no. Una vez que hubo solucionado los problemas de abastecimiento, mantuvo los mismos proveedores y los mismos productos del gigante de la comida rápida. El único cambio, el nombre: ahora se llamaVkusno y ladrillo(bueno y punto) y sigue lleno de clientela rusa. Aún menos sutiles fueron los compradores rusos de Starbucks, que rediseñaron la imagen de marca de lanuevacadena de cafeterías, Coffee Stars, con un logo tan parecido al original que cuesta distinguirlos.

En las últimas semanas, tras el principio de deshielo con Estados Unidos, medios cercanos al Kremlin han ido publicando noticias que apuntaban al posible regreso de empresas occidentales a Rusia. Sin embargo, por ahora sólo son rumores, y en algunos casos son informaciones interesadas. De hecho, tanto uno de los negociadores en Riad, y máximo responsable del fondo soberano ruso, Kirill Dmitriev, como el viceprimer ministro, Aleksandr Nóvak, ya advirtieron, con la suficiencia de quien cree que vuelve a tener la sartén por el mango, que el nicho que dejaron las empresas occidentales "fue ocupado por fabricantes.

Un frente lejano

Los dirigentes rusos celebran como una victoria el fin del aislamiento, mientras los ciudadanos se afanan por llegar a fin de mes con una inflación disparada y unos sueldos y pensiones más bien escasas (en las tertulias de la periferia, ninguno de los jubilados supera el equivalente a 300 euros mensuales). Moscú es una ciudad perfectamente funcional, lejos de la imagen que uno podría tener de la capital de un estado paria. En los supermercados hay de todo (a unos precios no aptos para todos), los cines y centros comerciales están llenos, y la gente sale de fiesta al fin de semana.

La guerra es una inquietud mortecina, un estorbo que complica ligeramente el día a día de una sociedad que ha entregado el derecho a la participación política en el sentido más amplio a cambio de un espejismo de seguridad. Para muchos quedan lejos los más de 95.000 soldados rusos muertos identificados en Ucrania, que podrían ser hasta 211.000, según los cálculos de la BBC y del medio independiente Mediazona.

Ya todo el mundo parece haber olvidado que ha habido dos atentados contra militares rusos en Moscú en dos meses o que drones ucranianos han llegado a impactar en el distrito financiero. Sea por instinto de supervivencia o porque han asumido el discurso oficial, muchos rusos echan un optimismo que puede sonar naïf y sin fundamento. Uno de los vecinos entrevistados lo resume así: "Los problemas se están solucionando y, si tienes la cabeza sobre los hombros, todo se resolverá".

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