Oriente Próximo

Siria diez años después: un país que solo existe sobre el mapa

Cuando se cumple una década del inicio de la guerra, es un escenario con decenas de actores no invitados y millones de civiles al límite

Un soldado curdo hace guardia desde un tejado de la ciudad de Raqqa el octubre el 2017, días después de que fuera liberada del Estado  Islámico
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San SebastiánTodo parecía seguir un orden divino, casi empalagoso: la batalla por la libertad arrancaba de la silla Ben Ali en Túnez, Mubarak en Egipto, Abdullah Saleh en Yemen, Gaddafi en Libia ... El siguiente seria, sin duda, Assad en Siria; pensar lo contrario era no entender las corrientes telúricas que sacudían Oriente Próximo y el norte de África en 2011. Pero nos equivocábamos.

Tal vez pasamos por alto que Siria no tiene nada que ver con el desierto libio o la cuenca de Nilo; es más, aparece en el mapa incrustada en este vacío demasiado cercano a las versiones 2.0 de los imperios otomano, persa y ruso. Ya con los pies sobre el asfalto de Damasco, pasamos por alto también que la Siria de los operadores turísticos que ofrecían viajes a Homs o Palmira era también la de los delatores: el frutero, el taxista, tu vecino... Cualquiera podía incluir tu nombre en un informe a cambio de dinero o, simplemente, bajo coacción. No en vano los servicios secretos sirios habían sido diseñados y entrenados en su día por la misma Stasi de la República Democrática Alemania. Y no hay ninguna herramienta de control más poderosa que el miedo.

Aún así, los sirios lo intentaron: si los vecinos eran capaces de sacarse de encima sus sátrapas, ¿por qué ellos no podían hacer lo mismo con un régimen hereditario como el de Al-Assad padre e hijo? Este último ya dejó claro que no estaba dispuesto a dialogar. Al fin y al cabo, decía Al-Assad hijo al resto del mundo, esta masa que se autoproclamaba "oposición" no era sino una hidra de grupos islamistas, terroristas que amenazaban el orden constitucional (lo mismo que reconocía el partido Baas en el poder como "líder del estado y la sociedad"). Esta era la estrategia: transformar un conflicto político en religioso y sustituir el diálogo por un enfrentamiento armado. Era una narrativa a posteriori en la que, si bien la oposición podía ser heterodoxa al principio, no tardaría en ser fagocitada por los islamistas; incluso se liberaron a notorios líderes yihadistas de las prisiones sirias para acelerar el proceso: una profecía autocumplida. Los kurdos lo vieron venir y por eso optaron por la llamada tercera vía: ni con el régimen ni con la oposición.

"No sabemos si son del Frente Al-Nusra (filial de Al-Qaeda en Siria) auténtico o de Al-Assad", decía a este periodista, en primavera de 2013, un combatiente kurdo sobre un grupo que había levantado una bandera negra en una pequeña localidad del nordeste sirio. "Si no fuera por los yihadistas, el régimen habría caído hace tiempo", fue el titular arrancado al entonces comandante jefe de la milicia kurdosiriana.

Siria, marzo 2021

Desaparición, detención, tortura y muerte fue el ciclo vital para miles de disidentes del régimen o sospechosos de serlo. En Alepo llovian barriles bomba y en Homs la niebla solo se esparció cuando la ciudad ya no era más que un inmenso cráter. Los que pudieron, huyeron; los que no, se convirtieron en escudos humanos de unos rebeldes en una macabra fuga hacia adelante. Hacia la yihad. 

Más actores

Fue el verano de 2013 el que marcó uno de los principales puntos de inflexión de la guerra: pasamos entonces del "¡Hay que bombardear Damasco!" de Obama bajo el pretexto de castigar el régimen por el ataque químico de Ghouta a un frenazo en seco del bloque de la OTAN. Al-Assad había aguantado tanto que la única alternativa a su mandato ya era el wahabismo, y esto no era una opción para nadie. Ni siquiera para aquella Turquía que les allanó el camino hasta lugares como Kobane.

En aquellos primeros meses en los que se daba por hecho que Al-Assad no caería tan fácilmente como el resto, Ankara soñaba con llegar a Damasco ensartada en el carro de los Hermanos Musulmanes y, de paso, hacer una limpieza étnica de kurdos. En cuanto a la agenda de Washington, continúa siendo uno de los grandes misterios de la guerra siria. ¿Se trataba realmente de un cambio de régimen en Damasco? ¿Quizás generar un caos en forma de cáncer islamista que acabara expulsando a Irán y a los rusos de la región? ¿Las dos cosas? Más allá de teorías de conspiración, bien es verdad que al Estado Islámico (EI) unos y otros le permitieron hacer y deshacer en Raqqa. Obama tardó más de un año en pulsar el botón de los drones contra los yihadistas, y solo lo hizo cuando estos se dirigieron hacia Irbil (la capital del Kurdistán de Irak). A aquellas alturas, el califato se había convertido en un problema para todos. El foco de la guerra se trasladó de un Damasco ya apuntalado definitivamente por los rusos a los páramos donde los kurdos (no solo ellos, pero sobre todo ellos) combatían el monstruo. En cualquier caso, este es un traveling demasiado rápido para distinguir todos los actores sobre el macabro escenario sirio. 

Cuando se cumplen diez años del principio del fin no podemos subscribir ya al cliché del "crisol de culturas" sirio, pero no hay duda de que su tejido social -para decirlo de alguna manera- es más diverso que nunca. Damasco controla dos tercios del país, pero en su periferia hay soldados americanos y rusos jugando a Mad Max por las carreteras del nordeste; milicias libanesas (Hezbol·lah) controlando lugares de carretera en el noroeste; colonos uigures patrocinados por Turquía ocupando casas de kurdos; hazares reclutados por milicias iraníes que no pueden o no quieren volver a sus pueblos en el centro de Afganistán... También hay árabes que estudian turco en las escuelas erigidas por Ankara en lugares como Afrin, Jarabulus o Idlib, donde la bandera de la antigua oposición siria ondea sin complejos junto a la turca o la negra de los islamistas. Fue en 2017 cuando Ankara reclutó entre las brasas de Al-Qaeda y EI y las armó, uniformó y rebautizó como Ejército Nacional Sirio.

Los sirios

Atrapados entre este tránsito tan frenético como incansable están los sirios. Los datos hablan por sí solos: casi seis millones de refugiados en países limítrofos y más de seis millones de desplazados internos; el 90% de los niños necesitan ayuda humanitaria (un 20% más que el año pasado), lo que no sorprende a nadie con la peor crisis económica desde el comienzo de la guerra. Los precios de los alimentos se han multiplicado por dos desde el año pasado y la mayoría de los sirios pasan sus días buscando combustible para cocinar o calentarse, o haciendo cola durante horas para conseguir una ración de pan de pita. Las mujeres se venden el pelo, o el cuerpo; los padres sacan a sus hijos de las escuelas porque no pueden asumir las tasas y los profesores no cobran sus sueldos.

La guerra no la ha ganado nadie, solo la han perdido los sirios. Todos. Como también ha pasado en Yemen, en Libia , o en la vecina Irak, su país ya solo existe en el mapa y en la memoria de los que tienen algo para recordar.

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