

La irrupción del último modelo de DeepSeek, que se habría hecho con un gasto mucho más bajo que los grandes modelos de lenguaje de inteligencia artificial estadounidenses –y mucho más rápido–, no pone en duda el interés y el futuro de la IA, todo lo contrario. Hace que este sector que ya evolucionaba a toda velocidad sea aún más dinámico y volátil. Lo que pone en duda es la burbuja económica que se creó en torno a la idea de que sólo podían desarrollarse grandes modelos de lenguaje con inversiones inmensas en chips de alta gama y procesamiento de datos. O sea, con grandes cantidades de dinero. Paradójicamente, tal y como deja claro el dossier que hoy publicamos, la china DeepSeek puede ayudar a democratizar la IA generativa. Y esto es una oportunidad para el sector tecnológico europeo, y para Europa en general, porque esta tecnología tendrá un papel cada vez más importante en el futuro más cercano, aunque a menudo nos pase desapercibida.
Europa, pues, que hasta ahora se había enrocado al liderar un solo aspecto de la inteligencia artificial –la regulación–, tiene ahora una segunda oportunidad. Si realmente existe un método para poder desarrollar grandes modelos de lenguaje de forma significativamente más barata y rápida, las empresas y las instituciones de investigación europeas no tienen la batalla perdida. DeepSeek les abre la puerta, no sólo a utilizar la tecnología de código abierto que han desarrollado, sino también a seguir su ejemplo e inventiva para dar nuevos pasos en un sector hasta ahora dominado por los broligarchs –los magnates tecnológicos de EE.UU., sobre todo hombres jóvenes–. Pero esto requiere una decidida apuesta que vaya más allá del impulso a la regulación y al control ético de la inteligencia artificial. Las instituciones y las empresas europeas tendrán que destinar capacidad inversora para aprovechar esta oportunidad, pero no será suficiente. El otro eje imprescindible es el de la formación especializada. No sólo en investigación, sino también en ingeniería y otros campos relacionados.
Cualquier tecnología suficientemente avanzada es indistinguible de la magia, decía Arthur C. Clarke. Y la primera vez que alguien interactúa con un chatbot de inteligencia artificial siente, nota, la realidad de esa afirmación del escritor y divulgador inglés. Parece que tienen conciencia y personalidad, incluso parece que los chatbots sean capaces de distinguir lo cierto de lo que no lo es. No son capaces y tampoco tienen conciencia. Pero esto no impide que sean útiles y que puedan llegar a serlo mucho más en poco tiempo. La tecnología que se utiliza para hacer los chatbots puede revolucionar la industria audiovisual, la del entretenimiento y muchos otros sectores, e incluso cambiar la forma en que nos relacionamos con las máquinas, en cuestión de pocos años. Europa no debería quedarse al margen de esta tecnología que para muchos todavía es tan indistinguible de la magia.