Hoy hablamos de
Oriol Junqueras en una imagen reciente.
22/12/2024
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El largo otoño de Esquerra Republicana ha acabado como era de esperar: la autoridad –política y moral– de Oriol Junqueras ha acabado imponiéndose a una alternativa que no ha sido capaz de encontrar a un candidato que tuviera los atributos precisos que la circunstancia exigía.

Cierto, la victoria de Junqueras no ha sido abrumadora. Su momento ya ha pasado. Pero, sin embargo, a la hora de generar confianza aún le saca una buena distancia a sus adversarios. Junqueras aporta cierto aire sacerdotal a su cruzada que suena a antiguo, pero que acaba imponiéndose ante el simplismo de los rivales. Y ahora se le viene encima un encargo perverso. Es hora de redefinir las bases ideológicas y estratégicas de un partido que ha salido tambaleándose de un período difícil en el que ha dispuesto de importantes cuotas de poder y debe afrontar una renovación general –ideológica, estratégica y de personal–. Es decir, el Santo Padre tiene un mandato para actualizar la creencia y preparar una sucesión de liderazgo y generacional, sin desdibujar las dos señales identitarias del partido: independentista y socialdemócrata, en un tiempo en el que Europa sufre una creciente indefinición de unas socialdemocracias claudicantes.

En Esquerra no ha habido alternancia real, aunque parecía estar en los signos de los tiempos, porque quienes la protagonizaban no han estado al nivel exigible. Pero sí que los militantes han transmitido la impresión de que el cambio no puede demorarse indefinidamente: debe ponerse en marcha. ¿Junqueras será capaz de entender que lo que le toca es proyectar el partido hacia una etapa sin él? Es decir, hacer la renovación ideológica y política que corresponde al momento, abriendo puertas a una nueva dirección?

La alternativa no ha sido capaz ni de tener una propuesta única. Con esto está todo dicho. La debilidad de Godàs, un candidato de rutina, hizo que saliera a escena un tercer proyecto, más juguetón que otra cosa, que, por encima de todo, ha contribuido a hacer más patente que Junqueras era realmente el único candidato a la altura de las circunstancias, pese al desgaste de una larga carrera, y cierta tendencia a hacer de la indefinición virtud, que le ha hecho cometer errores como no mojarse a favor de las elecciones cuando se optó por la fantasiosa declaración de independencia de recorrido perfectamente previsible.

La conclusión de este episodio es que el partido ha frenado la renovación porque no se había producido la maduración necesaria para hacerla posible. Es necesario un cambio después de la experiencia de estos años en los que Esquerra ha visto que su proyecto de máximos iba más allá de su clientela, pero también que los errores estratégicos se pagan caros. Y la sorpresa –que no es tal si se mira a la cara a cada uno de los actores– es que los militantes han decidido que sí. Y que sea el propio Junqueras quien comande la continuación. Cuestión de confianza.

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