Pedro Sánchez me recuerda al monólogo El náufrago, de Joan Capri, donde salía ese fabricante de tejidos que era el único que nadaba tan tranquilo en medio del naufragio porque "uy, éste, que lleva tiempo con el agua en el cuello". La justicia, que no le perdona ni los indultos ni la amnistía, le investiga la familia y va detrás del ministro Bolaños ("lo que pueda hacer, que haga"), y el autogol escandaloso del caso de Ábalos, Cerdán y Koldo, le han dejado colgando de un hilo.
Y entonces aparece Donald Trump amenazando con su lenguaje habitual de pincho: "Si bien va la economía española y, en cambio, esta economía podría saltar por los aires si le pasara algo malo". Y que se encargará "personalmente" de que España pague el doble de aranceles si no destina el 5% del PIB a defensa. César no acepta provincias rebeldes.
Como en política no hay casualidades, no sabemos si Sánchez ha decidido que la única manera de aguantar es ponerse a Trump en contra para ponerse a la gente a favor, pero negarse a gastar el 5% en defensa es razonable si no queremos ver aún más triturado nuestro estado del bienestar.
Trump habla como si Estados Unidos no se beneficiara de las bases militares que tienen en España desde hace décadas, como si las empresas de armamento estadounidenses no fueran las grandes beneficiadas con este aumento del gasto en defensa y como si el mundo fuera más seguro cuanto más dinero se gasta en armas. El problema de Sánchez es que le da un pulso a Trump pero está solo ante otros 30 países que le recuerdan que la OTAN es un club, y que los socios de los clubs tienen obligaciones.