Después de cuatro años de primaveras secas, parece que este año ha llovido mucho y los medios celebran que los ríos bajan fuertes y que las reservas de agua han aumentado en poco tiempo. Todo ello ha llevado a algunos a pensar que ya podemos volver a llenar piscinas, reactivar el turismo de masas y flexibilizar las restricciones de agua, como si la sequía fuera cosa del pasado.
Ahora bien, no podemos olvidar la realidad de los últimos meses. Los caudales de los ríos alcanzaron mínimos históricos, y Cataluña ha vivido, y sigue viviendo, una sequía sin precedentes desde 2020. La sequía meteorológica derivó en agrícola y evolucionó hasta convertirse en hidrológica, marcada por una disminución de agua en los embalses, ríos y acuíferos, comprometiendo así todo el ecosistema y su biodiversidad de los que, por supuesto, somos dependientes. Y no ha llovido tanto: los datos del Servicio Meteorológico de Catalunya (SMC) confirman que cerraremos la primavera con precipitaciones normales. Pese a que los embalses del Ter y Llobregat se han recuperado, en la mitad sur de Catalunya las lluvias han estado por debajo de la media histórica.
Es cierto que las lluvias recientes han subido las reservas de las cuencas internas de Catalunya del 14,33% a casi el 37%. Pero también es cierto que estas reservas son similares a las del pasado verano, cuando a finales de junio de 2023 se encontraban al 30,2% y la sequía era una emergencia social de primer orden. Ahora, a las puertas del verano, nos aguardan oleadas de calor, riesgo de incendios elevado, campañas de riego y una gran afluencia de turistas, factores que aumentarán el consumo de agua. La sequía, pues, ni mucho menos ha terminado.
Pero el problema va más allá: el modelo económico de nuestro país necesita más agua que la que realmente tenemos para sostenerse. Esto nos lleva a una situación de escasez permanente que es independiente de la falta de lluvias. Desde inicios de siglo, el índice de explotación de agua (WEI, por sus siglas en inglés) de Cataluña se encuentra por encima del 30%, lo que significa que sobreexplotamos de forma insostenible nuestras masas de agua naturales. ¿Por qué? En lugar de planificar según el agua disponible, se ha realizado según las necesidades de las actividades económicas.
Hace tiempo que la comunidad científica alerta de que los episodios de sequía serán cada vez más frecuentes e intensos, especialmente en climas mediterráneos. Es necesario, pues, gestionar la demanda de agua de forma planificada, con datos científicos y criterios de justicia social y ambiental, y no a decreto. Es necesaria valentía política para hacer frente a esta crisis y no comprometer a las generaciones futuras. Son necesarias medidas concretas de contención y reducción de la demanda de agua, como el aprovechamiento de las aguas grises y pluviales, que nos permitan adaptarnos a la realidad del cambio climático ya la variabilidad inherente de nuestro clima. Proteger acuíferos y ríos y descontaminar las masas de agua y los suelos contaminados es esencial para preservar la poca agua disponible.
Es crucial que aprovechemos este momento para reflexionar y actuar, porque las sequías se gestionan, sobre todo, cuando tenemos agua.