Obituario

Muere José Antonio Ardanza, el lendakari del estado cotidiano

El político del PNV presidió el País Vasco entre 1985 y 1999

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José Antonio Ardanza, presidente del Gobierno Vasco en una imagen de archivo.

BarcelonaJosé Antonio Ardanza falleció a los 82 años, víctima de un cáncer. Fue lendakari entre 1985 y 1999, el de duración más larga y durante los años de plomo, y su legado es la construcción de estado en la gobernanza del día a día.

Llegó al gobierno después de la crisis del PNV con la escisión de Carlos Garaikoetxea y Eusko Alkartasuna. No era un político de perfil épico en un país de épica alta, venía de la gestión en el cooperativismo y de la alcaldía de Arrasate-Mondragón, y después como diputado general de Gipuzkoa. Vivió en Ajuria Enea los tiempos más duros del terrorismo, y tras los atentados encarnizados de Hipercor y el cuartel de Zaragoza, en junio y diciembre de 1987, lideró el Pacto de Ajuria Enea, uno de sus legados importantes en el largo viaje al final de la violencia.

El 12 de enero de 1988 se firmó aquel Acuerdo para la Normalización y Pacificación de Euskadi, que entró en la historia con la marca del locus ubi, la sede del lendakari. Un entendimiento entre todos los políticos salvo Herri Batasuna, que, por un lado, legitimaba la acción policial y aislaba el entorno político de ETA y le debilitaba la conectividad social, y por otro abría las puertas a la solución dialogada del conflicto, en ausencia de violencia, ya la reinserción de los presos. Ardanza sentía lo suyo, estaba su talante de tolerancia y reconciliación en las claves morales de la democracia cristiana, que le valieron ser distinguido con la medalla Carrasco y Formiguera.

El lendakari Ardanza estaba a favor del derecho de autodeterminación, pero siempre –en la línea PNV– dentro de las vías legales de la reserva de derechos forales de la Constitución y el Estatut, y entendía que, en el “mientras tanto”, l Estado vasco se iba constituyendo en la medida en que se alcanzaban competencias y se desplegaban, y que cada elección era una forma de autodeterminación que tenía de efectiva todo lo que no tenía de llamativo. Este conjunto de intersección con el Partido Socialista de Euskadi le hizo impulsar un gobierno de coalición, con Ramón Jáuregui de vicelehendakari, que entendía estratégicamente más allá de la alianza táctica: la reunión de nacionalistas vascos y constitucionalistas españoles era una comunión de identidades y sentimientos que propiciaba el despegue económico de Euskadi –reconversión industrial, Guggenheim, Kursaal– a pesar de ocurrir en los momentos de las máximas turbulencias del terrorismo.

En los últimos compases de su gobierno, a finales de 1997 y primeros de 1998, el PNV exploró las conversaciones con la izquierda aberzale, que llevaron a la primera gran tregua del pacto de Lizarra-Garazi de septiembre de 1998. Venía un otro escenario y él creyó que ese cambio en la cartografía política debía dirigirlo institucionalmente otra persona. Fue él quien se sacó de la manga a un desconocido Juan José Ibarretxe, generacional y políticamente más en línea con los nuevos actores del independentismo de izquierdas que cerraba ETA y los disputaba share, paradigma Arnaldo Otegi.

El tándem con Arzalluz

José Antonio Ardanza era jurista, licenciado en derecho por Deusto, tenía un discurso potente, cargado de argumentos y citas de memoria prodigiosa, pero no arrastraba multitudes en modo mitin. En este sentido, convivió bien con lo que sí las movía, Xabier Arzalluz, en ese poder bifrontal partido-institución que ha perdurado: Ardanza hablaba con Felipe González, Joaquín Almunia y José María Aznar, y Arzalluz con Jon Idigoras y Txomin Iturbe . En el territorio personal, era un hombre sencillo, le gustaba la vida familiar, la lectura y la música clásica, ir con motorhombre y cultivar verduras; eran famosos sus pimientos de Gernika, que él mismo pasaba ligeramente por la sartén sin dejar que se endurecieran con la gabardina de una piel excesiva. Esto también lo argumentaba, revestido con el delantal en su choko.

No escondía sus convicciones religiosas y, en aquellos momentos terribles de funerales un día sí y otro también, decía que el derecho a la vida es de todos independientemente de su ideología, y que él no bebió champán cuando ETA mató Carrero Blanco, mientras que "sí brindaron muchos" de los que entonces se llenaban la boca "hablando de la banda asesina y de los terroristas".

Muestras de pésame

Tras la pérdida de tan relevante persona para la política vasca, han llegado las muestras de pésame, empezando por su partido. El líder del PNV –presidente del Euzkadi Buru Batzar–, Andoni Ortuzar, ha llorado su fallecimiento en un comunicado: "Además de una personalidad que institucionalmente lo ha sido todo en este país (alcalde, diputado general y lendakari) , se nos va un gran aberzale que vivió el exilio y la clandestinidad", ha afirmado. En el mismo sentido se ha expresado el todavía lendakari, Iñigo Urkullu, quien ha definido a Ardanza como "un referente político e institucional de primer orden", que "trabajó incansablemente por la paz y la convivencia". Además de otros cargos del PNV como el propio candidato, Imanol Pradales, la plana mayor política está reaccionando a la muerte del expresidente vasco, como el líder de EH Bildu, Arnaldo Otegi. Desde Catalunya, el expresidente de la Generalitat Carles Puigdemont también ha expresado sus condolencias, y ha definido a Ardanza como "un hombre de paz y fiel a su nación".

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