Educación

El difícil arte de hacer aprender

La pandemia obliga a repensar el uso de la tecnología y demuestra la capacidad de los alumnos para autoevaluarse

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Alumnes de la escuela Virolai durante la pandemia

BarcelonaUno de los retos más complicados que tienen los maestros y profesores es conducir clases en las que hay tantas velocidades de aprendizaje como alumnos en el aula. Algunos entienden los conceptos y procedimientos a la primera, a otros les cuesta más y quizás incluso algunos no los llegan a comprender. “Pero no todos los niños y niñas tienen que llegar al mismo lugar. La excelencia no es que todos lleguemos a un mismo máximo, sino que todos desarrollemos al máximo las propias capacidades y competencias”, afirma Jaume Cela, maestro, ex director de escuela y autor de más de sesenta libros sobre educación. 

Según dice, como hay “muchas maneras de aprender”, la responsabilidad del maestro es encontrar cuál es la mejor fórmula para cada alumno. “El buen maestro no es quien enseña bien, sino quien consigue que sus alumnos aprendan”, asegura. Por lo tanto, es quien persigue –y logra– que todos sus alumnos “den el máximo posible de ellos mismos”. 

Cela explica que para conseguirlo conviene plantear “cuestiones relevantes” que motiven a los estudiantes a movilizarse para responderlas. “La escuela se tiene que convertir en un lugar donde se formulen preguntas interesantes y donde se encuentren respuestas satisfactorias”, afirma. Pero para que esto pase, Cela dice que es fundamental crear un clima de confianza entre alumnos y docentes, a través de la tutela de los maestros pero también de la evaluación: “Tenemos que diferenciar entre evaluar y poner nota: evaluar es observar un proceso de aprendizaje, dar elementos para que el alumno aprenda e implicar a las familias. Después nos obligan a convertirlo en una nota, pero poner un número no tiene nada que ver con evaluar”.

Emociones y pandemia

En el proceso de aprender es fundamental el estado de ánimo de los alumnos. “La escuela es la institución donde se va a aprender, no se va para que los niños sean felices”, deja claro Cela. Ahora bien, también asegura que para que el aprendizaje sea fructífero y exitoso, los niños “tienen que estar bien emocionalmente”. Y aquí la pandemia ha causado estragos: a los devastadores efectos emocionales de la pandemia, habrá que sumarle las consecuencias en el aprendizaje. “La pandemia nos ha recordado la fragilidad y los déficits del sistema educativo”, sentencia Cela, en total desacuerdo con las voces que piden convertir la crisis educativa a raíz del coronavirus en una “oportunidad”. “No quería una pandemia para aprender cosas que los maestros ya sabíamos, como que en una clase hay alumnos ricos y alumnos pobres”, afirma. 

El investigador y director de la International Science Teaching Foundation, Héctor Ruiz Martín, repasa más impactos de la pandemia en el aprendizaje: “Ha obligado a pensar sobre cómo utilizamos la tecnología en las aulas y a entender que, por sí sola, no provocará ningún cambio porque lo más importante es qué hacemos”. Y también ha demostrado, explica, la capacidad de los alumnos “de autorregular” su aprendizaje, es decir, de organizarse, planificarse, de hacerse responsables de su estudio. “Aquí hemos visto muchas diferencias entre alumnos y esto es clave, porque hay estudios que ya dicen que la capacidad de autorregulación del aprendizaje puede ser un predictor todavía más eficaz que el coeficiente intelectual para determinar el éxito en la escuela”. Es decir, que autoevaluarse puede ser todavía más importante que la habilidad más innata de aprender. 

Más transferencia

De hecho, de estudios científicos como los que menciona Ruiz Martín hay centenares o miles. El problema es la “desconexión” que hay entre la investigación educativa y las políticas educativas. Así lo aseguraron más de 150 expertos en educación, que firmaron un manifiesto para pedir más inversión para hacer investigación y más transferencia en los centros educativos. Si no el riesgo, apunta Núria Comas, la coordinadora de la iniciativa –impulsada por la Fundación Jaume Bofill–, es que se continúen haciendo prácticas educativas “que está probado que no funcionan”. 

Pone un ejemplo: “Está comprobado que repetir curso no aporta beneficios para el aprendizaje y, además, es una medida muy cara, pero se continúa haciendo repetir a los estudiantes que no logran un mínimo de materias aprobadas”. Y otro: “Se sabe que trabajar por proyectos no funciona si no hay un tiempo de preparación conjunto de los docentes, y ahora no estamos garantizando que pase”. Más investigación y transferencia para afinar mejor en el difícil arte de hacer aprender.

Detectar problemas emocionales con inteligencia artificial

Conscientes de que la pandemia ha pasado factura a la salud mental de los estudiantes y que esto repercute en su proceso de aprendizaje, el departamento de Educación ha anunciado un plan para preservar el bienestar emocional del alumnado. Una de las acciones que se prevén es que un programa de inteligencia artificial pueda detectar problemas de salud mental: una instalación itinerante llegará a todos los centros para que los jóvenes puedan compartir sus emociones y, a través de este programa de IA, se identificarán las palabras clave y se derivarán los casos que convenga a los canales sanitarios correspondientes. 

Además, se repartirá un cuestionario a todos los alumnos de 5 de primaria hasta formación profesional y bachillerato para saber de qué manera la pandemia de covid-19 les ha afectado la salud emocional. También se contratará a cien psicólogos más.

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