"No puedo arriesgarme a volver a Ucrania: mi hijo solo puede curarse en Barcelona"

Una familia ucraniana se quedará un tiempo en Catalunya para garantizar el tratamiento oncológico del niño

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El Olha y sus dos hijos, el Yegor y el Artyom en el Hospital San Juan de Dios.

BarcelonaTenían que ser solo dos días, pero la estancia en Barcelona de Olha Sipavka y sus dos hijos se alargará como mínimo dos semanas. La guerra ha cambiado los planes de esta familia ucraniana. “Hoy mismo teníamos que volver a casa pero lo veo imposible”, explica la mujer. Habla mientras está de pie, apoyada en la litera donde Iegor, de 12 años, descansa bajo la supervisión de las enfermeras del Hospital Sant Joan de Déu. El niño sufre un sarcoma de Ewing avanzado, un tipo de cáncer que afecta los huesos y los tejidos blandos, y el hermano pequeño, Artiom, también se ha acostado con él para hacerle compañía mientras acaba el tratamiento con quimioterapia. Olha los mira de reojo de vez en cuando para comprobar que están bien y no hacen mucho alboroto. Ellos juegan juntos con el teléfono, ajenos –o eso parece– a las palabras de su madre. “Da mucho miedo volver, la situación es muy complicada. Ahora parece que todo el mundo teme lo que pueda hacer Putin, pero solo Ucrania se enfrenta a él. Hace ocho años que vivimos bajo la presión y la amenaza militar –continúa Olha– y todo el mundo nos ignoraba".

Con la ayuda de una traductora ucraniana, Olha explica al ARA que hacía semanas que la familia había preparado este viaje exprés a Catalunya. De hecho, los vuelos de Kiev a Barcelona han sido habituales el último año porque en Ucrania las terapias oncológicas son demasiadas caras. Los Sipavka han tenido que recurrir a una entidad sin ánimo de lucro, la Fundación Siepomaga, para cubrir los gastos del tratamiento del menor y, aún así, sale más a cuenta desplazarse a más de 2.000 kilómetros de casa y tratarlo en Sant Joan de Déu, donde están consiguiendo frenar el cáncer, que hacerlo en su país. Esta semana había que continuar con las sesiones de quimioterapia y los controles rutinarios en la capital catalana y, en condiciones normales, la familia podría haber viajado de vuelta a Ucrania el día después de las pruebas. Pero, de momento, Olha no se atreve a rehacer el camino por miedo a perder la atención médica. "Tenemos que volver a Barcelona en dos semanas y con la guerra no me arriesgo a viajar a casa. Me tengo que quedar. Todavía no sé cómo lo haremos y dónde nos quedaremos, pero si vuelvo a casa quizás después no podemos venir al hospital y las oportunidades para curar a mi hijo solo las tengo aquí", explica.

El viaje hasta Barcelona fue muy complicado. Tenían que coger un tren hasta Kiev y, desde allí, uno quiere que les permitiera llegar a España. Pero los aviones dejaron de operar en territorio ucraniano y la primera opción de la familia fue intentar viajar en coche. No fue posible: las carreteras estaban colapsadas por miles de ucranianos que huían de las zonas más conflictivas, sobre todo las del norte y este del país. "Teníamos más de un millar de coches delante para atravesar la frontera. La guerra está forzando la fuga de muchísimas personas, vi mucha desesperación", subraya Olha. La única alternativa que les quedaba era coger un tren, un transporte también saturado de ucranianos que buscan refugio de los bombardeos en países vecinos como Polonia.

En la estación, Olha y los niños tenían a 600 personas delante. Atravesar Hungría era la única vía que tenían para intentar llegar a Barcelona. "En aquellos momentos estaba convencida de que no saldría bien, que no llegaríamos", recuerda. Tuvieron que hacer dos paradas extras. La primera, en Budapest. "Allí todos los hoteles estaban llenos de otros ucranianos y fue muy difícil encontrar un lugar para descansar", dice. La siguiente fue París y, de allí, vuelo directo a Barcelona. A medida que se alejaban de Ucrania, también aumentaban las dudas y la preocupación por la familia y los amigos que dejaban allí. "Ha sido un trayecto muy largo y complicado [físicamente y emocionalmente], pero teníamos que salir”, recuerda Olha, que apunta que este es la primera vez que el hermano pequeño, Artiom, acompaña a Iegor al hospital. "Estoy feliz de tenerlos a los dos conmigo. Aquí respiramos más tranquilos", afirma.

"El peligro está siempre muy cerca"

La familia Sipavka vive en Zakarpatia, la provincia (óblast, en ucraniano) más protegida a estas alturas de Ucrania porque es la más fronteriza: limita con Rumanía, Hungría, Eslovaquia y Polonia. "Los rusos bombardean todo el territorio excepto el nuestro, supongo que por la proximidad a otros países. Pero es cuestión de tiempo que pase. Si no se los para, llegarán hasta el final, sea con bombas o con ametralladoras y armas pesadas ", reflexiona Olha. En Ucrania tiene a la hermana y a la madre, que ya es mayor, y sufre por si en cualquier momento los soldados rusos cambian la estrategia, atacan la zona más oriental del país y pueda pasarles algo. "No sé si sobreviviría a perder a alguien más por esta guerra", dice.

Olha ha vivido la cara más cruda del conflicto entre Rusia y Ucrania, que no ha empezado ahora, sino que se remonta a 2014. Su marido, militar, murió en Donetsk, en la región del Donbás y donde se gestó la guerra que ha estallado ahora. "Siempre me decía: «No es una guerra, no me pasará nada» y yo me lo creía tanto que vivía tranquila", explica. Durante un par de años su marido siempre acababa volviendo a casa y parecía que la realidad le daba la razón, que no había que temer por su vida. "Pero en 2017 me lo mataron. Puede parecer que en la zona donde vivimos el conflicto pasa lejos de donde tú estás, pero en una guerra el peligro está siempre muy cerca", avisa.

Olha y sus dos hijos, Iegor y Artiom, en el Hospital Sant Joan de Déu.

La voz de Olha solo se quiebra una vez en toda la entrevista. Le pasa cuando quiere explicarnos los mensajes que recibe de familiares y amigos de toda la vida que viven en Kiev y en las zonas asediadas por los rusos. Natalia, la traductora ucraniana que nos acompaña, tampoco puede hablar. Las dos comparten un silencio ensordecedor en la habitación del hospital e intentan contener las lágrimas. Iegor y Artiom, que parecían distraídos con un juego, no lo estaban tanto. El silencio también les ha hecho reaccionar y miran de consolar a su madre con un gesto de preocupación en la cara. "Piden ayuda y que rogamos por ellos para no morir, para sobrevivir", traduce finalmente Natalia con un hilo de voz. "Dicen cosas terribles. Están sufriendo mucho, los niños están histéricos por las bombas. Pasan mucho miedo", añade.

Olha asegura que los gobiernos europeos y la misma Unión Europea han subestimado el afán imperialista del presidente ruso Vladímir Putin y la seriedad del conflicto desde el inicio, ahora hace ocho años. "No se ha hecho bastante. Se podía haber actuado antes para prevenir todo lo que hemos vivido estos años y la agresividad con la que se nos trata ahora", defiende. Cree que el mundo no ha abierto los ojos y ha entendido la gravedad de la situación hasta que no se ha llegado a este punto dramático, cuando cada vez más vidas ucranianas están en riesgo.

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