Payesía

El payés de Alcarràs: "El retrato de un oficio que se está acabando"

El film de Carla Simón vuelve a poner el foco en una profesión que está viviendo una transformación

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Joaquim Dolcet, hijo, esporgant a una de sus fincas junto a un trabajador

Alcarràs“Esto estaba plantado. Aquí había árboles. Aquí también. Estos los arrancaron hace unos años”. Joaquim Dolcet va señalando campos a izquierda y derecha a medida que la furgoneta avanza a trompicones por un camino que une Alcarràs con Lleida. Joaquim tiene 54 años y toda una vida dedicada a la tierra. De pequeño eran 21 en su pandilla. Un tercio se hicieron payeses , siguiendo el ejemplo de casa, pero hoy ya solamente queda él. “Y solo tengo ganas de acabar”, remata.

En el Segrià, en una década, el número de campesinos ha caído un tercio: en 2021 había censados 3.268. Pero es que el panorama de futuro es más preocupante. No hay relevo generacional y cerca de un 60% de los payeses están a un paso de la jubilación.

“Carla Simón me gusta porque ha retratado un oficio que se está acabando; cuando, en cambio, han venido mil políticos aquí que no lo han visto. Llegamos tarde para salvar el oficio”, argumenta Joaquim. Con su film Alcarràs, la cineasta catalana ha puesto sobre la mesa una problemática que hace años que afecta decenas de pueblos de la Plana de Lleida. Y Alcarràs es su paradigma porque es el “término payés por excelencia”.

Hay muchos factores que lo explican. Los precios que se obtienen por la cosecha es uno de ellos. En los últimos años, muchas temporadas apenas se cubren gastos, y en algunas directamente se pierde dinero. Joaquim hace números mientras mira las largas hileras de paraguayos que tiene en una de sus fincas. Son dos hectáreas con 1.500 árboles. El año 1997 sacó 6 millones de las antiguas pesetas (36.000 euros). En la última cosecha, 22.000 euros. En estos 25 años, además, los costes se han multiplicado por tres o por cuatro. Sin ir más lejos, el año pasado compró el adobo a 49 céntimos y este año a 82. “Un kilo de paraguayos tiene un coste de 39 céntimos. Hace cuatro años vendí a 29,5 céntimos el kilo y el año pasado a 60. Una persona que solo tenga fruta es muy complicado que pueda tirar adelante”, argumenta. Por eso, muchos campesinos han decidido diversificar el negocio; no depender solamente de la fruta. Él mismo hizo una planta solar en 2007 y en 2014 construyó dos granjas con 1.050 cerdos cada una. Una manera de asegurar unos ingresos fijos. Dos inversiones que fueron acompañadas de una reducción de la tierra destinada a la fruta: ha pasado de unas 35 hectáreas a 20. Suficiente.

No es un negocio familiar

“Antes una familia vivía con un par o tres de hectáreas, ahora no puedes ni vivir con 15 hectáreas”, esgrime Josep mientras se acaba el cortado en el centro de jubilados de Alcarràs. Cada vez se exigía más volumen de producción, hasta que llegó un momento en qué los que más acumulaban perdían dinero porque los costes se habían disparado mucho más rápido. “El payés pasó de ser el que llevaba la azada a un empresario”, afirma Josep Maria desde el otro lado de la barra. “El modelo de toda una familia que iba a cosechar y que vivía de la payesía se ha acabado”, sentencia el exalcalde de Alcarràs, Manel Ezquerra.

En el centro de jubilados, aparece un segundo Joaquim Dolcet. El padre, de 86 años. Payés desde que va "nació", conoció la “miseria”, pero también los años de esplendor. Quimet, como así se lo conoce, explica que Alcarràs se convirtió en un pueblo próspero cuando a finales del franquismo los campesinos que trabajaban para los grandes terratenientes (entre ellos la Iglesia) tuvieron acceso a la tierra. “Aquellos hombres lloraban de alegría, por fin tenían algo propio, la gente trabajaba noche y día porque era suyo”, narra haciendo un recorrido minucioso en los cambios experimentados en el enorme término municipal de Alcarràs desde la Guerra Civil hasta ahora. El pueblo cambió radicalmente. “Con la fruta se ha hecho mucho dinero”, reconoce. Pero, desde hace unos años, este modelo de negocio de éxito que permitía que muchas familias vivieran solo de la tierra se ha extinguido.

Joaquim Dolcet, padre, en el centro de jubilados de Alcarràs

La tormenta, sin embargo, viene de lejos. “Hace muchos años un campesino francés me dijo que había pasado de producir 2 millones de kilos a 200.000. «La culpa es vuestra», me dijo. Nosotros producíamos más barato y entramos en su mercado. Pero él ya avisó que a nosotros nos pasaría lo mismo con los campesinos norteños de África”, recuerda Joaquim hijo. Así fue. Ahora la fruta de Lleida no puede competir con los precios de fuera.

La caída de la payesía también tiene que ver con la dureza de la misma profesión. Joaquim ha visto cómo amigos de su quinta lo dejaban porque la familia no lo podía soportar. Que no puedas ir a la playa en todo el verano, o ni escaparte un día con la mujer porque es temporada alta, pasa factura. Muchos de sus amigos probaron de ganarse la vida como mossos d'esquadra. El año 1992 él también lo intentó, pero al final desistió. Sí que lo hizo un amigo suyo, hijo de campesinos y que había hecho una pandilla que se dedicaba a podar: Josep Maria Estela, el ahora comisario jefe de los Mossos. 

“Los jóvenes ven una pérdida de calidad de vida, como payés estás pendiente las 24 horas”, dice Ezquerra. “Si el antihielo te avisa a la una de la madrugada, y estás de fiesta, tienes que ir. La fruta no puede esperar. Las nuevas generaciones no quieren saber nada de esto”, dice Joaquim. Él mismo ve como sus hijos no lo seguirán. La mayor estudia medicina y el pequeño de 17 años tiene otros objetivos. “¿Por qué quieres continuar si no tienes nadie detrás? Cuando mi hijo me lo dice, por un lado, siento alegría, así no tendrá que sufrir hasta los 80 años como mi padre, pero es una alegría amarga”, explica. Y pone de ejemplo un hombre mayor del pueblo que ha visto como el hijo vuelve a casa a hacer de campesino porque lo han despedido. “El hombre había pasado 5 años buenos, porque no tenía tanta presión, pero ahora sudará la gota gorda para ayudar al hijo... Siempre he pensado que me puede pasar a mí. Tengo ganas de acabar, pero no me puedo relajar. Me dejo 7 u 8 años de margen y, entonces sí, cierro el chiringuito. De los 21 amigos de pandilla ya no quedará ningún payés”, concluye.

Cualquier pueblo

Lo que pasa en Alcarràs pasa en cualquier pueblo de la Plana de Lleida. En Torrefarrera la Cooperativa tuvo más de 100 socios. El año 1990 eran 53 y ahora 13, ninguno menor de 40 años. “Payeses jóvenes solo quedan dos, el resto han diversificado el negocio”, dice el alcalde, Jordi Latorre. Quien se ha criado en uno de estos pueblos ha visto cómo la mayoría de hijos de campesinos se han buscado la vida en otro sector. “Los padres nos insistieron que no hiciéramos de payeses y que estudiáramos”, afirma Carlos Bosch. Similar al caso de Miquel Albana. “Ha muerto la payesía como la hemos visto y entendido desde pequeños en los pueblos de por aquí”.

Y es que el paisaje se ha transformado. No solo por el crecimiento urbanístico, también porque la fruta dulce pierde terreno ante el cereal. Según datos de JARC, en Catalunya, entre 2016 y 2020, las hectáreas de melocotoneros, perales, manzanos y nectarina bajaron. Sobre todo los primeros, que han visto cómo desaparecía prácticamente un 27% de la superficie. En cambio, en una década los almendros han crecido un 50%, y la cebada y el maíz han doblado superficie. “Del cereal, con un tractor y una sola persona puedes coger muchas hectáreas”, explica Adrià. Él era payés de tercera generación en la Horta de Lleida. Llegaron a tener 20 hectáreas de fruta dulce. En 2018, cuando tenía 47 años, su padre le dijo: “Es la hora de dejarlo”. Los costes duplicaban los ingresos. Arrendó la tierra a un pariente que ahora hace cereal y pasó de ser payés propietario a payés asalariado. Fue a cosechar manzanas en el Urgell y después se convirtió en comercial. “Mi abuelo ya lo decía: «Antes del euro cobrabas con pesetas la fruta y pagabas con pesetas. Ahora pagas con euros los costes, pero te pagan la fruta en céntimos». No vamos bien”, concluye Adrià.

Cerca de 2.500 alegaciones al macroproyecto de parque solar

La película de Carla Simón habla de lo que implica para una familia payesa la intención del propietario de la tierra de cambiar los árboles por unas placas de energía solar. Precisamente, en Alcarràs, hay un macroproyecto de las empresas Ignis y Solaria para construir nuevos parques fotovoltaicos en una área agrícola de casi 800 hectáreas, propiedad de la empresa Vall Companys. Para evacuar la electricidad las promotoras pretenden construir una única línea aérea de alta tensión de 220 kV con un trazado de unos 17 kilómetros, que afectaría a decenas de propietarios pequeños, mientras que el Govern quiere que se soterre. El proyecto ha superado ahora la fase de exposición pública, pero se han presentado cerca de 2.500 alegaciones. La mayoría a través de la plataforma No a la MAT del Segrià. La portavoz Mercè Cortina cree que este proyecto “no se hace porque haya una necesidad real del territorio, sino por la burbuja energética y el negocio especulativo que hay en el país”, en manos de un oligopolio, de pocas empresas que privan con propuestas como esta de tirar adelante “proyectos municipales”. Han hecho un cálculo estimativo del impacto económico y creen que los números no son buenos a medio plazo para el municipio. Además, concluye Cortina: “Si no se hacen bien las cosas ahora, nos hipotecamos durante décadas”.

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