Dolors Sanahuja: "A los profesores nuevos les diría que la inteligencia no se mide con notas"
BarcelonaDolors Sanahuja fue profesora durante cuarenta años en varios institutos de Barcelona y el área metropolitana. "En las trincheras", dice. Ha escrito el libro El que vaig aprendre a secundària, con anécdotas reales, después de una "reflexión crítica" sobre su experiencia como docente. Un sector que ahora ve "desorientado" y "un poco negro".
¿Por qué escribió el libro?
— Era una manera de cerrar un capítulo de cuarenta años de una profesión que siempre he llevado a cabo muy a gusto. Además, siempre hablamos mucho de los adolescentes y jóvenes, pero no tenemos su voz, y yo tenía la suerte de tenerla y lo quería aprovechar. Hay libros sobre secundaria, pero son muy teóricos, y los que no lo son tanto tienen un regusto negativo, pesimista, de queja, y yo quería dar otra mirada para que también fuera útil para las nuevas hornadas de profesores que ahora hacen el máster y se incorporan a la docencia y quizás van un poco despistados.
¿Qué les dirías a estos profesores que ahora empiezan?
— Tres cosas. Primera: decimos que es un trabajo muy vocacional, pero yo diría que no, que si lo es pues felicidades, pero no podemos esperar que miles de profesores sean vocacionales. Lo que sí podemos exigir es que sean buenos profesionales, y que tengan ganas de hacer bien el trabajo. Segunda: que no piensen que son profesores de una materia, aunque las oposiciones sean solo de una asignatura. Un profesor de ESO tiene que ser un profesional formador que genere ganas de aprender. Yo me he pasado la vida haciendo sociales y me gustaría saber para cuántos chicos ha sido útil conocer la Guerra Civil Española. Lo que es importante es plantearles preguntas y tener capacidad de reflexión, que es más valioso y parece fácil pero cuesta mucho. Es más fácil hacerlos empollar y vomitar lo que han estudiado para el examen.
Pero una cosa no está reñida con la otra.
— En un plato de la balanza están los contenidos y en el otro está la manera en la que trabajamos estos contenidos. Si lo quieres hacer a través de la reflexión, de las preguntas, de la interacción, el proceso de aprendizaje es más lento. La dificultad es encontrar el punto medio: explicar los contenidos pero a la vez hacerlos reflexionar, porque el contenido por el contenido no sirve para nada.
¿Cuál es el tercer consejo para los nuevos docentes?
— Que la inteligencia no se mide con las notas. Es la suma de más factores, y uno de estos factores es la parte emocional del alumno. De un alumno se tiene que saber el nombre, se lo tiene que tratar como una persona. En una clase de treinta alumnos, con problemas auténticos de comprensión hay dos o tres. No hablo del nivel de formación que pueden tener, hablo de auténticas dificultades. Si el fracaso escolar, cuando no lo enmascaramos haciendo aprobar a todo dios, tiene unos porcentajes tan elevados no es porque los alumnos sean burros, es porque el problema está en otro lugar.
¿Dónde está el problema, pues?
— En varias causas que se mezclan. La dificultad es saber discernir lo que está frenando el aprendizaje de cada uno de los alumnos: la situación que viven en casa, un nivel de formación bajito, el hecho de que sus intereses no tengan nada que ver con lo que se hace en el aula, problemas emocionales externos, problemas de edad, o también cómo estás haciendo tú la asignatura. Esto es importante, porque muchos profesores piensan que todos los problemas vienen de fuera y no se autoavaluen como profesor sobre lo que están haciendo. Yo autocrítica entre los compañeros he encontrado muy poca.
En el libro dice precisamente que a pesar de que hay muchas maneras negativas de ejercer la docencia hay muy poca autocrítica en el colectivo.
— He hecho de profesora en cuatro centros y he participado en diferentes asociaciones. Creo que solo un 10% de los profesores que he conocido tienen capacidad de autocrítica y de pensar que si las cosas no salen bien en clase es porque son ellos los que no las hacen bien. Me he hartado de oír que los niños no estudian, que los padres no se cuidan y que la administración no hace nada, y la visión de que todo es culpa de los demás es muy cómoda.
Esto puede abocar a algunos alumnos a lo que define como "fracaso cualitativo". ¿Qué es?
— El fracaso cualitativo es muy grave: son los chicos que aprueban por méritos propios pero que solo aprueban, porque para ellos los estudios solo sirven para tener una nota para acceder a otros estudios superiores, y no para tener una buena experiencia ni para tener ganas de seguir estudiando y formándose. Lamentablemente, hay muchos estudiantes así.
¿Qué tiene que hacer un docente ante un alumno al borde del fracaso escolar?
— A los chicos que tienen muchas barreras mentales a la hora de aceptar el aprendizaje te los ganas con afecto. No con pena ni compasión, sino con afecto y exigencia. Lo peor que le puede pasar a una criatura es no tener afecto. Si no tienes afecto en casa pero lo encuentras en la escuela, te ayuda enormemente. Si no hay compensación afectiva por algún lado no hay nada que hacer.
Aquí entra en juego la autoridad del profesor.
— Sí, la autoridad moral, que no tiene nada que ver con la disciplina. El profesor tiene que mirar la clase, presentarse y aprenderse los nombres de todos los alumnos. Enseguida se dará cuenta de quién son los alumnos con ganas de llamar la atención de manera negativa, a los que no se tiene que ridiculizar nunca. Los tiene que llamar por privado y por separado y hablar con ellos. La autoridad moral se gana con el ejemplo, porque los niños no son burros y ven enseguida quién tienen delante. Pedir perdón a los alumnos no es debilitar tu figura, sino reconocer que los maestros también nos equivocamos. Hay que tratar a los alumnos con respeto, afecto y exigencia.
Ser el profesor que te habría gustado tener.
— Exactamente esto. En cuarenta años que he hecho de profesora no he tenido nunca problemas con alumnos o con padres. He tenido a alumnos difíciles, pero los he sabido gestionar. No he expulsado nunca a ningún alumno. Y he estado en centros públicos en Nou Barris, en Castelldefels y en el Eixample.
¿Y cómo lo ha hecho?
— A la hora de dar clase, todo depende de los valores, de la confianza en ti mismo y de saber qué quieres hacer con tu profesión.
¿Recuerda el mejor y el peor día como profesora?
— Mejores he tenido muchísimos. Me echaré a llorar y todo. [Se emociona.] El mejor fue un día de final de curso, cuando el mejor alumno de la clase hizo un parlamento público dándome las gracias por el trabajo hecho, y después me llamaron unos alumnos con deficiencias cognitivas porque también querían hacer su parlamento, y me dijeron que era la mejor profesora que habían tenido. Para mí fue muy significativo que el mejor de todos y los chicos con más problemas me agradecieran el trabajo hecho. Y el peor fue cuando empezaba a ser profesora y me encontré con unos chicos con ganas de ridiculizarme.
¿Qué es lo que más la hacía disfrutar del trabajo?
— Cuando toda la clase participa, cuando ves que te esperan con ilusión, y cuando hacíamos dinámicas de grupo. Y en los últimos años también valoré mucho las horas que me pasaba haciendo tutorías individualizadas a los alumnos con carencias afectivas.
Un profesor me dijo un día que lo que más lo hacía sufrir era que en la clase alguien sufriera bullying y él no lo supiera ver. ¿Qué es lo que más la hacía sufrir a usted?
— Un día una madre me pidió una entrevista y me explicó que su hija se había intentado suicidar dos veces. Yo no me lo podía creer, porque era una chica que no daba ningún problema, que sacaba buenas notas. ¿Cómo tenía que imaginarme yo que una criatura así hubiera tenido dos intentos de suicidio? Decidí que tenía que saber a quién tenía en la clase y me inventé el Diario de tutoría. Cada niño tenía su libreta. Entonces tenía 42 alumnos, y en horas extras me leía lo que ellos apuntaban en las 42 libretas. Leía cosas que me ponían la piel de gallina, pero nunca los juzgaba. Cuando veía una situación difícil, llamaba al alumno y hacíamos tutorías individualizadas.