Societat

Una de cada tres menores víctimas de violencia sexual sufre estrés postraumático

La unidad especializada del Vall d'Hebron, referente para toda Barcelona, ​​ha detectado 314 nuevos casos en el último año

4 min
La trabajadora social Giuliana Rios muestra el dibujo de una de las pacientes de la unidad EMMA, que tenía dificultades para verbalizar su experiencia de violencia.

BarcelonaEn su tercer año en funcionamiento, la Unidad de Atención a las Violencias hacia la Infancia y la Adolescencia del Vall d'Hebron, bautizada como el equipo EMMA, ha atendido a 314 niños y jóvenes. La mayoría de pacientes (80%) son chicas que han sufrido agresiones sexuales y la huella psicológica que les deja esta experiencia traumática es profunda: casi dos tercios llegan a su consulta con un trastorno de salud mental. Una de cada tres experimenta los síntomas habituales de un trastorno de estrés postraumático, una patología identificada por primera vez entre combatientes de guerra. Para las víctimas de agresiones sexuales, el trauma es similar: sufren recuerdos intrusivos, pesadillas recurrentes e insomnio, viven con desagrado actividades que antes disfrutaban, con una angustiosa sensación de desconfianza, síntomas depresivos e, incluso, tienen ideaciones suicidas. "Son datos muy impactantes porque estos niños tienen un trastorno que afecta a su día a día", afirma la psicológica del equipo EMMA Mireia Forner.

La mayoría de los casos que llegan a la consulta especializada del Vall d'Hebron, referente para toda la ciudad de Barcelona, ​​son niñas y chicas que, entre los 8 y los 12 años, sufrieron agresiones sexuales. Ahora bien, no lo han verbalizado a la madre, a un profesor oa un psicólogo hasta que no han pasado años. Las víctimas no explican estas situaciones cuándo quieren, sino cuándo pueden, porque viven en una vorágine de culpabilidad y vergüenza o por coacción del agresor. También pueden llegar adolescentes con embarazos no deseados que fuercen la comunicación de los hechos. Este año se han atendido seis casos así. Romper el silencio sobre el trauma infantil y buscar ayuda de forma temprana es clave para minimizar o incluso revertir las secuelas psicológicas y emocionales que pueden sufrir a largo plazo.

"Debemos romper el mito de que estos niños quedan marcados de por vida porque es lo que vemos en los adultos. Si les ayudamos a revelarlo de forma temprana, se sienten acompañados socialmente y, si lo necesitan, reciben apoyo psicológico, se pueden recuperar", explica Forner. El tratamiento psicológico especializado para estos casos es complejo y largo por el hándicap que supone que sean niños de corta edad –la edad media son 10 años–, a menudo confundidos a la hora de identificar la agresión vivida como tal o con una dependencia hacia el agresor que le imposibilita dar el paso.

En un 30% de los casos, quien perpetra las violaciones es el padre de la criatura. En un 19%, la pareja de la madre, seguido de los primos (17%), los abuelos (11%) o los hermanos (6%). "En un 85% de los casos, el agresor es conocido de la víctima. Esto hace que el entorno familiar no sea un espacio seguro y de protección, sino un lugar en el que se vulneran sus derechos", resume la trabajadora social sanitaria de EMMA, Giuliana Ríos. La respuesta de los adolescentes es un abanico de síntomas que pueden ir desde la depresión, la ansiedad y el estado de hipervigilancia, hasta las conductas autolesivas o suicidas.

100 casos más en seguimiento

Las guías clínicas internacionales indican, para estos casos, el uso de terapia cognitivo-conductual en trauma y la terapia familiar. El primer paso es recuperar la pérdida de confianza que el agresor ha dejado en la víctima, ofrecerle seguridad y protección y generar un vínculo. "No podemos entrar directamente a trabajar la experiencia traumática –explica Forner–, sino que debemos estabilizar a los niños, trabajar aquellos síntomas más graves que no les permiten abrirse". La psicoeducación es clave para dar a entender a las criaturas que los síntomas aparecen porque están vinculados a la experiencia vivida.

Trabajar la gestión emocional es el siguiente paso, porque los niños y niñas llegan muy confundidos a la consulta, con una mezcla enorme de emociones y de culpabilidad. "Les proporcionamos herramientas para que se libren de esta vergüenza y sitúen la culpa en quien ha cometido la agresión, que es el único responsable", añade la psicóloga clínica. Sólo cuando estos niños y adolescentes han logrado las herramientas para expresarse y entender qué ocurrió, la terapia se centra en la narrativa del trauma. Ahora sí, es cuando se anima y se acompaña a la víctima a verbalizar de forma progresiva y creativa la situación de violencia sexual. "Lo hacemos a través del juego, de cuentos o de escribir narraciones para que puedan ser capaces de ir introduciendo las estrategias aprendidas en las sesiones previas. Les acompañamos para que puedan reelaborar la experiencia traumática", explica Forner.

El abordaje será más fácil si la terapia se inicia en un tiempo próximo a la agresión: si la revelación es tardía, a menudo estos niños ya han experimentado los síntomas de forma prolongada, lo que puede dar pie a somatizaciones y cuadros de ansiedad no abordada que complican el proceso terapéutico. La duración media de tratamiento es un año, aunque esto no significa que todos los pacientes necesiten el mismo número de sesiones. De hecho, cada año la unidad especializada en la detección y el acompañamiento psicológico de las situaciones de violencia sexual infantil de Barcelona atiende a unos 300 casos, pero un centenar de jóvenes más siguen en seguimiento. Actualmente, hay 419 usuarios menores de 16 años en el equipo EMMA, si se suman los casos nuevos y los que todavía no han recibido el alta.

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