Tu cuerpo envejece mucho más rápido en estos dos momentos de la vida
Un estudio demuestra que los patrones de envejecimiento no son exactamente lineales y afectan a varios órganos en función de la etapa de la vida en la que se está
Imaginemos el caso de una persona de mediana edad que un buen día, revolviendo su teléfono, se topa con una selfie que se hizo un año antes. Horrorizada, se da cuenta de que esa imagen no se corresponde con la que ve cada día en el espejo: ahora puede contar más arrugas y mucho más canas. ¿Cómo puede ser, si ha pasado un tiempo relativamente corto, que parezca que haya envejecido tan rápido? La explicación debería ser que su cuerpo ha experimentado una decadencia de forma más aguda de lo habitual. Efectivamente, es lo que un artículo publicado recientemente en la revista Nature Aging afirma que nos pasa a todos al menos dos veces en la vida.
Tendemos a ver el envejecimiento como un proceso homogéneo, un camino unidireccional e inexorable que comienza lentamente a partir del momento en que dejamos atrás la juventud. Pero la biología de este fenómeno es terriblemente compleja, como vamos descubriendo poco a poco, y últimamente estamos aceptando que las cosas no van exactamente así. Por un lado, sabemos que algunas intervenciones pueden frenar en cierto modo el envejecimiento en animales de laboratorio, demostrando que la velocidad de la degeneración es modificable.
Además, parece que no todos nuestros órganos la sufren con la misma rapidez. Alguien puede llegar a edades avanzadas con un hígado que parece el de un adolescente, pero unos riñones que ya no pueden más, por ejemplo; o un cerebro perfectamente funcional con unos pulmones que no echan. Tienen mucho que ver factores externos, como los tóxicos a los que estamos expuestos o la dieta, entre otros, pero también la genética de cada uno, que influye de forma importante en el ritmo de decadencia de los tejidos. Relacionado con esto, todo el mundo ha podido darse cuenta de que hay gente que envejece más deprisa y otros que mantienen un aspecto juvenil durante décadas.
Para ver si, a pesar de estas observaciones, pueden definirse unos patrones de envejecimiento comunes, el grupo dirigido por el doctor Michael P. Snyder, de la Universidad de Stanford, en California, ha utilizado la última tecnología disponible para analizar el envejecimiento de 108 californianos de entre 25 y 75 años. Ha sido un estudio largo, porque los científicos analizaron materiales recogidos en varias ocasiones a lo largo de hasta siete años. Concretamente, utilizaron sangre, heces, trozos de piel y muestras tomadas con un algodón de la boca y la nariz de los voluntarios, como se hace en los test para detectar la cóvida. Esto les dio 135.000 moléculas diferentes para identificar, desde ARN a proteínas o productos del metabolismo, así como algunos de los microbios que viven en el cuerpo, la llamada microbiota.
Tenemos dos picos
El resultado es que descubrieron que los patrones de envejecimiento no eran exactamente lineales, sino que, en general, existían dos épocas en las que todos los marcadores medidos se aceleraban: alrededor de los 44 y los 60 años. En el primer pico, concretamente, empeoraba sobre todo el sistema cardiovascular y el metabolismo de los lípidos, mientras que en el segundo, los más afectados eran el sistema inmune y el metabolismo de los carbohidratos. Esto, lógicamente, aumentaba el riesgo de padecer enfermedades asociadas a estos parámetros.
El pico de los cuarenta años era, en principio, esperable, porque coincide con la edad de inicio de la transformación que provoca la menopausia, un período de la vida de las mujeres que ya se sabía que comporta un envejecimiento acelerado a lo largo de un tiempo relativamente corto. Pero lo sorprendente fue que estos cambios se veían también en hombres en torno a la misma época. La conclusión es que no son sólo las variaciones en los niveles de las hormonas femeninas las responsables de estos cambios, sino que hay algo más fundamental que aún no ha sido identificado que afecta a ambos sexos.
Estudios anteriores habían encontrado otro pico en torno a los 78 años (más allá de la edad máxima de los participados en el artículo actual), lo que indicaría que hay al menos tres oleadas de envejecimiento, y no dos. También podría ser que hubiera alguna más en fases más tardías que aún no se han investigado a fondo, a pesar de que la mayoría de observaciones hechas en quienes llegan a edades más avanzadas, sobre todo centenarios y supercentenarios, es que, pasado un límite, aún no bien definido, la salud se mantiene bastante estable hasta el descenso que precede a la muerte. Podría ser, pues, que si una enfermedad no lo evita, el cuerpo humano envejezca progresivamente, pero también a brotes.
Un problema de este estudio es que las herramientas que se utilizan para cuantificar el envejecimiento biológico no sabemos lo que miden exactamente, como ya hemos mencionado otras veces en estas mismas páginas. Así como podemos saber fácilmente cómo funcionan los riñones o el hígado detectando unas proteínas que hay en la sangre, no podemos saber a ciencia cierta la edad real que tienen estos órganos porque no hemos encontrado todavía los marcadores adecuados. Para evitar este problema, los científicos han utilizado tantos métodos diferentes como han podido, lo que refuerza la validez del hallazgo. Pero, de todas formas, todavía nos falta aprender más sobre la biología de hacerse viejo para poder conocer bien sus ritmos.