Arquitectura

Las monjas catalanas que impulsan arquitectura de vanguardia en Camerún

Las Misioneras de Nazaret se alian con el arquitecto Vicente Guallart para construir una escuela de madera inspirada en los asentamientos tradicionales

El ecososistema del Bosque del African Flow
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BarcelonaPor fuera, el prestigioso Colegio Montserrat de Barcelona parece una escuela como cualquier otra. Por dentro, es otra historia: antes de las vacaciones de Navidad, una retahíla de alumnos de infantil daban clase sentados, o de pie, en un hemiciclo de colores. Es uno de los ecosistemas, que no aulas, que forman parte de la "metáfora de Barcelona" donde aprenden estas criaturas, explica Montserrat del Pozo, superiora general de las Misioneras Hijas de la Sagrada Familia de Nazaret. Los distintos ámbitos están dedicados al mar, a una montaña evocadora de Montserrat ya un bosque, que es el espacio más experimental. Todo ello es fruto del Flow, el método pedagógico innovador que las Misioneras de Nazaret empezaron a desarrollar hace unos veinticinco años y en el que las instalaciones juegan un papel primordial.

"La arquitectura es el tercer profesor", afirma Del Pozo, que también es investigadora de las teorías innovadoras de la educación. Para crear los espacios del Colegio Montserrat trabajaron dos años con el arquitecto hindú afincado en Estados Unidos Prakash Nair, un referente del diseño escolar innovador, y cuando hace unos tres años impulsaron una escuela en un nuevo barrio universitario a las afueras de Yaoundé, la capital de Camerún, se aliaron con el arquitecto Vicente Guallart y sus colegas Daniel Ibáñez, Daniel Fraile, Ali Basbous y Isabel Fábrica. La franja infantil de la escuela, que entró en funcionamiento hace unos meses, recibió el nombre de African Flow. "Conocer a Vicente fue fabuloso, porque con él pensamos que sí podíamos impulsar un edificio que se inculturara en el país –dice Del Pozo–. Lo que no queremos hacer es llevar ideas europeas a todo el mundo". Y Guallart añade que "African Flow ha representado un proceso de aprendizaje para todas las partes".

El ecositema del 'village' del African Flow.

Para integrar la escuela en el entorno, Del Pozo la planteó como un village. Es decir, un asentamiento tradicional para varias familias. Lo considera el lugar en el que se producen los vínculos más fuertes. El village es el lugar de nacimiento y donde a menudo los aldeanos vuelven cuando sienten la muerte cerca. La orden creyó que ese planeamiento encajaba con su idea de que la escuela fuera como "una matriz contenedora". "Con el African Flow el niño llega a un lugar que es como sus orígenes. En África, el proceso de aprendizaje es muy duro, porque los niños están bajo una presión muy fuerte: deben saber leer y escribir en los cinco años, porque un niño de dos años cuida de un niño de meses, y el de cinco debe cuidar al de dos. la escuela", explica la superiora. Esta presión está en las antípodas del bienestar emocional y el aprendizaje individualizado que son fundamentales en el método Flow.

African Flow es obra de un equipo de arquitectos liderado por Vicente Guallart.

Los retos de las obras

La construcción del African Flow ha sido una aventura. Vicente Guallart y Daniel Ibáñez son conocidos por su trabajo en el Instituto de Arquitectura Avanzada de Cataluña y por su investigación sobre sostenibilidad. Entre sus últimos trabajos se encuentra uno de los bloques de viviendas de madera más altos del Estado, en la calle Lola Iturbe de Barcelona. Precisamente, mientras hacían las viviendas recibieron el encargo de la escuela. Pensaban que en Yaundé podrían trabajar de la misma forma, pero las cosas no fueron como se esperaban. "Queríamos utilizar una tecnología parecida, pero allí no existía. O importamos los tornillos, o volvíamos a calcular el proyecto para utilizar una tecnología como la que teníamos aquí hace 40 años, y optamos por utilizar una tecnología y una mano de obra locales", dice Guallart. Por otro lado, el constructor no tenía experiencia en trabajar en madera y tuvieron que hacer formación a los trabajadores. Además, encontrar la madera no fue fácil, porque en Camerún la exportan. "Conseguimos unos proveedores libaneses que también gestionan los bosques", dice el arquitecto.

El African Flow no sólo sorprendió a los constructores, sino también a las mismas monjas que trabajan, que se esperaban un edificio más bien llamativo con una estructura de hormigón y pavimentos cerámicos, en vez de una construcción muy sobria, de madera y ladrillos de barro. "Aún persiste la idea de que el progreso es realizar edificios deslocalizados, muy genéricos", advierte Guallart. "Me gusta decir que el edificio es una mezcla de ecología africana, racionalismo catalán y zen japonés".

Pasada la entrada del African Flow, hay un árbol que quiere ser el Árbol de la Sabiduría, debajo del cual se reúne la comunidad. Está en funcionamiento el ecosistema de la Montaña, dedicado a cuestiones como la psicomotricidad, el del Mercado, donde los niños y niñas realizan actividades de todo tipo, y el del Bosque, dedicado a la lectura y trabajos más individualizados. El complejo cuenta también con una torre de agua gracias a la Fundación Agbar. "Nos pusimos de acuerdo enseguida. Vicente nos pidió que no hiciéramos cambios, y nosotros, en vez de recortar, lo hemos dejado hacer", dice Del Pozo. La escuela está pensada para 300 niños y niñas, y está previsto que en los próximos años, cuando los recursos económicos lo permitan, empiecen las obras de los espacios de primaria y secundaria. Hasta ahora han invertido unos 800.000 euros, y la orden tiene abierta uno crowdfunding para poder continuar las obras.

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