Las cartas de Joan Miró con Ernest Hemingway y Tristan Tzara, al alcance de todos
El archivo Santos Torroella de Girona digitalizará una cincuentena de correspondencias del pintor con artistas e intelectuales de la vanguardia del siglo XX
GeronaErnest Hemingway, Tristán Tzara, Carl Einstein, Alberto Giacometti, Paul Éluard, Henri Matisse y Max Jacobs. Éstos son algunos de los nombres más relevantes de la vanguardia intelectual y artística del siglo XX con los que Joan Miró (1893-1983) mantuvo una correspondencia activa y estimulante a lo largo de su vida. Sobre todo a finales de los años treinta, cuando, repudiado por la estética conservadora del Novecentismo catalán, el pintor se instaló en París para integrarse en la primera línea del arte contemporáneo siguiendo los pasos de Pablo Picasso. Muchas de las cartas de esta estancia parisina se conservan en el Fons Santos Torroella de Girona y forman un patrimonio valiosísimo para entender la vida y obra de Miró, así como su influencia y sus relaciones dentro del contexto artístico del momento. Hasta ahora sólo las podían consultar los académicos que pedían cita en el archivo gerundense, pero próximamente se harán públicas en formato digital y quedarán al alcance de todos.
"La correspondencia de Joan Miró con los artistas más destacados de su tiempo, con quien mantenía una relación de amistad y admiración mutua, es uno de los tesoros del archivo Santos Torroella, ya que aporta una información de primera mano sobre sus intereses, pero también nos habla de cuál era su dimensión humana e intelectual", explica Carme Sais, jefe de Patrimonio Cultural, Museos y Artes Visuales del Ayuntamiento de Girona. También destaca la relevancia de este material poco conocido Josep Massot, biógrafo y especialista en el artista: "Son imprescindibles para reconstruir la primera salida de Miró fuera de Cataluña y su estancia en París, donde después de la Primera Guerra Mundial, triunfaban muchos pintores vanguardistas", afirma Massot. Aunque no hay ningún documento que lo acredite, las cartas seguramente llegaron a manos del crítico de arte Rafael Santos Torroella (1914-2002) como un préstamo del artista para que estudiara este período de su obra y, por la razón que sea, nunca llegaron a devolverse.
El papel de Josep Dalmau y las confesiones de Carl Einstein
Para entender las razones que movieron a Miró a marcharse de Catalunya a París es clave la figura del galerista Josep Dalmau, que en 1918 organizó la primera muestra del artista en Barcelona. La exposición fue un desastre, ya que Miró, avanzado a su tiempo e irreverente con los ideales clásicos del Novecentismo, enfadó a la crítica, que le acusaba de dejarse llevar por los dictados de los marchantes modernos, y no vendió ninguna pintura ni dibujo. A raíz de esta fallida experiencia, Dalmau, tal y como muestran las cartas recogidas en el archivo, animó y ayudó al pintor a dar el salto a París, para apuntarse a la transgresión delavant-garde surrealista y dadaísta. En marzo de 1920 Miró vivió unos meses en París y, tras un paréntesis veraniego en Cataluña, ya se instaló definitivamente. En la capital francesa, apadrinado en un primer momento por Picasso, a quien conocía por conexiones familiares, pudo establecer contacto con el círculo de artistas que residían en París: "Conoció a Carl Einstein, Paul Éluard, Alberto Giacometti, Henry Matisse, Jacques Maritain, Georges Hugnet, Tristan Tzara, Christian Zervos y Edouard Loeb, y de todos ellos al fondo tenemos correspondencia", dice Anna Pujols, archivera del Santos Torroella, quien se ha encargado de describir y datar todas las cartas.
De este material destacan pequeñas joyas, como la correspondencia de Carl Einstein, que en 1932, en el contexto de la Gran Depresión derivada del Crack del 29, previa a la Segunda Guerra Mundial, acusa a los intelectuales de inacción política y lamenta el vuelco hacia la mercantilización del arte: "Einstein critica que el arte se preocupa cada vez más por el dinero y menos por la ruptura estética, y también refuerza a Miró que continúe con su idea de no seguir un arte burgués y siga avanzando en la conquista de territorios desconocidos", explica Massot. Sin embargo, faltan las respuestas de Miró a estas proclamas, ya que Einstein, que luchó en las brigadas de Barcelona con Durruti durante la Guerra Civil, se suicidó en 1940 en el sur de Francia cuando los nazis estaban a punto de capturarlo y su legado ha quedado dispersado. Igualmente interesante es la correspondencia de Miró con Tzara sobre la revuelta estética permanente, los debates entre dadaístas y surrealistas, y las cartas con Hemingway, que compró la famosa pintura La masía (1921) de Miró y con quien el pintor catalán demuestra mucha complicidad.
La vuelta a Barcelona y el trance del franquismo
En 1933, por culpa de la crisis económica en la capital francesa, Miró decidió regresar a Barcelona, donde, ahora sí, encontró las primeras complicidades creativas e intelectuales, sobre todo en el círculo de los Amigos del Arte Nuevo (ADLAN ), formado por jóvenes burgueses muy cultos, como Lluís Montanyà, JV Foix y Eudald Serra, que le nombraron socio de honor. Sin embargo, poco después todo se torció con el estallido de la Guerra Civil. El comienzo del conflicto armado enganchó a Miró en un viaje a París, no regresó a Cataluña hasta después de la derrota republicana y, entonces, se retiró a Mallorca, menospreciado siempre por el régimen franquista por su implicación republicana. "Fue terrible y horroroso, y como había colaborado en el Pabellón de la República el 37 junto al Gernica en París, tenía miedo para que le cerraran en prisión, como en Joan Prats", destaca Massot.
De este periodo oscuro el Fondo Santos Torroella conserva pocos documentos, sólo cartas de amistad –sobre todo postales— con Rafael Santos Torroella y su mujer, Maite Bermejo. Son felicitaciones de Navidad y mensajes sobre viajes, vacaciones o familia, que si bien no aportan demasiados detalles sobre la evolución de la obra del pintor durante este período constatan la admiración y el respeto, tanto profesionales como personales, entre ambos matrimonios. De hecho, Santos Torroella fue uno de los pocos coleccionistas que, más allá de los marchantes americanos que compraron gran parte de la obra, se dedicaron a promocionar y estudiar la obra. de Joan Miró con mucha convicción en Cataluña durante el franquismo, cuando el artista estaba injustamente poco valorado.