¿El Franco vandalizado tendría que exhibirse en un museo?
Algunos museos han acabado exhibiendo las estatuas derrocadas por la ciudadanía
“¿Y si en vez de retirar las estatuas las derribamos, que el escarnio que hace la ciudadanía contra personajes que no están en el lugar que se merecen sea una manera de subvertir su poder simbólico?", plantea el artista visual Domènec. No es fácil y es poco factible, admite el artista, pero encontrar la manera de representar las memorias subalternas en el espacio público o introducir la memoria en las calles y plazas de manera democrática o de una manera que, incluso, sirva como vía para intensificar el proceso de democracia es bastante complejo.
¿Derribamos las estatuas?
Una de las propuestas que hizo Domènec, y que se pudo ver en el MACBA en 2014, fue el Monumento derribado, una maqueta que muestra solo el pedestal del monumento al general Prim en el Parc de la Ciutadella de Barcelona. En 1936, en pleno proceso revolucionario, las Juventudes Libertarias derribaron este monumento, que fue reconstruido por las autoridades franquistas después de la guerra. La propuesta era derribar nuevamente la escultura ecuestre del general, dejar solo la base de la escultura vacía y, por lo tanto, recuperar la escultura en el estado que quedó durante la Guerra Civil y monumentalizar así la acción de las Juventudes Libertarias.
En junio de 2020 y en pleno auge del movimiento Black Lives Matter, los ciudadanos de Bristol, hartos de pedir que se retirara del espacio público la estatua de Edward Colston, que se enriqueció con el tráfico de esclavos, la derribaron y la tiraron al río. En su lugar se colocó una estatua de una de las protestantes, Jen Reid, con el puño levantado, que duró tan solo un día. Horas después, el Gobierno de Bristol rescató a Colston del río, pero no lo recolocó en su pedestal, sino que exhibió la estatua en el museo M Shed de la ciudad y se generó un amplio debate sobre cuál tenía que ser el paso siguiente. Ya no ha vuelto al espacio público y la mayoría de los que participaron en el debate defendían que se quedara en el museo.
Franco vandalizado, según el historiador de arte Peio H. Riaño o el historiador Manel Risques, se tendría que exhibir. “Me gustaría ver a este Franco destrozado en un museo, porque la museología neutraliza su poder, es un espacio donde se dan explicaciones y se contextualiza, y es interesante explicar todo lo que ha pasado con este símbolo”, reflexiona Peio H. Riaño
La periferia ha hecho suya la República
Los símbolos republicanos están en la periferia, pero los vecinos se los han hecho suyos. El monumento a la República, de Adolf Florensa y Josep Vilaseca, se instaló originalmente en el cruce de la avenida Diagonal con el Passeig de Gràcia en enero de 1935, pero con la victoria franquista acabó escondido en un almacén municipal. La democracia no lo devolvió a su lugar original y lo destinó a Nou Barris. Ahora hay quien reclama que se haga una réplica y que se coloque en el centro de Barcelona, porque los vecinos de Nou Barris no quieren perder un símbolo que han hecho suyo. “¿Por qué no la pusieron donde tocaba desde un primer momento? Supongo que los políticos de aquel momento no consideraron adecuado hacerse notar como republicanos, pero aquí en Nou Barris tenemos una larga tradición republicana”, asegura Maribel Ferrandis, de la Mesa Unitaria de Nou Barris per la República.
En el entorno de la estatua y de este símbolo, en el barrio se han ido haciendo muchas actividades y reivindicaciones de espíritu republicano: “Aquí todo el mundo está muy concienciado y hemos dignificado mucho la estatua, luchamos muchos años por cambiar el nombre de la plaza y para que se llamara plaza de la República. La lucha vecinal también consiguió cambiar el nombre de la avenida de Borbones por la avenida de los 15", dice Ferrandis. A menudo ha sido la terquedad de la sociedad civil la que ha ido colocando símbolos democráticos en el espacio público. Durante la Transición ya se inició la campaña "Queremos nuestros monumentos", que reclamaba la restitución de los monumentos retirados por el franquismo: “Se consiguió la restitución de los monumentos al Doctor Robert, el de Rafael Casanova y el de Pau Claris, pero quedó pendiente el de Pi i Margall”, dice Pep Cruanyes de la Comisión de la Dignidad.
Quien también se ha quedado en la periferia es el Porcioles de Joan Brossa. En 1989 Joan Brossa quiso situar en la Mina Recuerdo de una pesadilla. Se trata de un busto del alcalde franquista de Barcelona Josep Maria Porcioles, de mármol blanco, sobre una silla que parece extraída de una oficina de notario. Evoca la corrupción y la especulación urbanísticas. Era un encargo del Ayuntamiento de Sant Adrià de Besòs, pero, una vez entregada la obra en 1991, el consistorio no se atrevió a exponerla y la guardó en un almacén municipal. Hoy se puede ver en el Museo de la Inmigración.
Pocas mujeres rebeldes
El Espacio de Memoria, Monumento Cárcel de Mujeres de les Corts fue inaugurado en 2019 en el chaflán de las calles Europa y Joan Güell (Barcelona), fruto de un largo proceso de reivindicación ciudadana. “Y ahora se quiere marcar el perímetro total que ocupaba la prisión con frases”, explica la profesora de bellas artes de la UB Núria Ricart, que es quien diseñó el proyecto.
Sin embargo, las mujeres, en general, son poco visibles en el espacio público. “La cultura patriarcal siempre ha invisibilizado y menospreciado las aportaciones de las mujeres y hay una falta absoluta de referentes femeninos, las mujeres han trabajado desde el neolítico y esto no se ve”, dice la historiadora Dolors Marín. "Hay más visibilidad de las mujeres trabajadoras y luchadoras en las periferias y en los barrios obreros", añade Marín. Sí que se ven figuras femeninas, pero son mayoritariamente anónimas: "Muchas veces son tan solo decoración, las mujeres con nombres y apellidos tendrían que estar más presentes, y también colectivos como las enfermeras, las maestras, las primeras bibliotecarias, las grandes huelgas que han protagonizado, como la de 1918... ", concluye la historiadora.