Lengua

"Hay profesores que nunca han dado clase en catalán"

Testimonios de inmigrantes y de espacios de acogida explican en primera persona cómo se ve el catalán: "Es una lengua oficial. Es muy importante. Estamos aquí, ¿no?”

Laura Serra i Gerard Mira
9 min
Inés Molins, profesora jubilada, a los pasillos del instituto la Pineda de Badalona, hace unas semanas.
Dosier La lengua de los inmigrantes Desplega
1.
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2.
"Hay profesores que nunca han dado clase en catalán"
3.
"Ya estoy harta de pedir que me hablen en catalán, creo que es denigrante"
4.
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5.
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6.
La exclusión y el rechazo condenan el catalán
1.

"Aquí realmente nunca se ha hablado catalán. A los catalanohablantes los tenemos contados"

Hace cuatro meses que Najat ha llegado de Marruecos. Ikram hace ya dos años y, en árabe, le ayuda a comunicarse en el aula de acogida del Instituto La Pineda de Badalona. También hacen equipo para entenderse Xiang Yi y Tània, hijos de chinos. Con Cristy, de Honduras, completan una de las horas de refuerzo que imparte Òscar Bermell a unos 30 alumnos de los cuatro cursos de la ESO. Con un millar de estudiantes, La Pineda es uno de los institutos de alta complejidad que puede dedicar un profesor a enseñar catalán a los recién llegados para que puedan seguir el curso.

Solo Cristy se atreve a responder algo en catalán. A los alumnos que tienen de base una lengua románica les es mucho más sencillo, pero Òscar dice que los que más progresan son los que lo aprenden a la vez con el castellano. Algunos acabarán siendo competentes en catalán, pero difícilmente lo hablarán fuera del aula si no se mueven del barrio. Ninguno de ellos hace actividades extraescolares ni miran vídeos en catalán. Òscar les intenta enganchar con series como Polseres vermelles (Pulseras rojas). En el patio y en los pasillos no se oye a ningún alumno hablando catalán. “Muchos lo ven como una imposición. Me dicen: «Si todo el mundo habla castellano, ¿por qué lo aprendo?». La lengua no tiene continuidad fuera. Me siento como Astérix y Obélix en la Galia, y el aula es el poblado”, dice Òscar, que no pierde el entusiasmo por este trabajo.

Òscar Bermell en el aula de acogida del Instituto La Pineda de Badalona hace unas semanas.

Inés Molins fue profesora de catalán en La Pineda durante 30 años y se jubiló en 2018. Ella vivió la llegada de la inmersión desde esta escuela de “encima del autopista”, dice para remarcar el origen humilde de las familias. Sobre todo iban hijos de inmigrantes. Hoy, el 38% de badaloneses han nacido fuera de Catalunya. “Aquí realmente nunca se ha hablado catalán. A los catalanohablantes los tenemos contados”, afirma. Aquellos inmigrantes –“muchos de los cuales hoy todavía no han hablado nunca catalán”– sí, en cambio, creían que la lengua era importante. "Para que sus hijos pudieran ser competitivos, el catalán favorecía su vida social y profesional", recuerda. "Cuando llega la inmigración internacional, en cambio, ven que en el patio el catalán no les sirve". Y en las aulas, ya cuesta. “Yo sé que hay profesores que nunca han dado clase en catalán”, dice. "Hay gente que ve más prioritario el contenido que la forma", y la forma sería el catalán. Dentro del claustro es un tema espinoso y desde fuera, de la administración, nadie se ha preocupado hasta ahora.

Los profesores de catalán han tenido que tener mano izquierda para no abrir un conflicto lingüístico. “Nunca me he puesto dura para que cambien de lengua. Eso sí, yo siempre les he hablado en catalán y les he regañado en castellano, por no hacer más antipático el catalán. A los niños no los atraparás por la lengua, sino por la química, por las emociones”, afirma Inés. Asegura que si ahora volviera a empezar, sería profesora de educación física porque la unión que ha visto entre los alumnos con la pelota no la ha encontrado nunca. Por eso mismo hay lingüistas, como Carme Junyent, que ante la sentencia del 25% de castellano en los centros educativos defienden que se elijan bien las asignaturas y que no sea nunca en las orales, como educación física, espacio ideal para en el aprendizaje de la lengua.

“Desde la escuela hemos hecho lo que hemos podido –defiende Inés–. No ha sido fácil ser profesora de catalán en estos entornos. Los chavales no lo han visto como algo necesario, sino como una asignatura difícil que suspendían y se podían ahorrar”. Para ella, el entorno familiar es crucial. Los chavales no solo deben adaptarse lejos de sus raíces, sino que se suman situaciones duras. “Como dice Carla Simón, lo importante son las historias, qué les ocurre a estos chicos y chicas: algunos de ellos van a la cola de Cáritas, viven desahucios, algunos están mejor aquí que en su casa...”. Y, sin embargo, hay casos de éxito que a Inés le hacen feliz. "¡Cuando me escriben exalumnos lo hacen en catalán!", exclama. “Estoy segura de que llegaré a un hospital o a una residencia y me encontraré con algún exalumno, y sé que me tratará bien, porque yo siempre los he tratado bien”. La vocación nunca se jubila. / LAURA SERRA

2.

"Cuando ven que somos chinos, ya saben que nos tienen que hablar castellano"

Zhou Youtong y Ting Huang delante de uno de los hornos que regenta el primero en el barrio de Fondo de Santa Paloma.

Quedamos con Zhou Youtong en una de las dos cafeterías 365 que regenta en el centro de Santa Coloma de Gramenet. Hace 19 años que vino a Catalunya para trabajar, tiene tres hijos catalanes y es el presidente de la Asociación de chinos, pero prefiere venir con un compañero porque le cuesta entender y hablar el catalán y el castellano. Ting Huang, que se llama Agustín y es vicepresidente de la entidad, hace 15 años que aterrizó aquí, se marchó 8 años a Extremadura y hace tres que regresó. Tiene una gestoría que en un 90% de los casos atiende a chinos, pero habla fluido en castellano. “Escuchamos muy poco el catalán. Los organismos y los comercios, cuando ven que somos chinos, ya saben lo que deben hablarnos”, dice. ¿Nunca les hablan en catalán? “No suele ocurrir. En Santa Coloma hay muchos inmigrantes y la mayoría habla castellano”.

La comunidad china de Santa Coloma es numerosa, entre 5.000 y 6.000 personas (cerca del 4% de la población) y se concentra sobre todo en el barrio de Fondo. Agustín reconoce que les cuesta salir de este núcleo, por la dificultad del idioma y por “mentalidad”, pero niega los prejuicios de que los chinos solo vayan de casa al trabajo. "Estamos abiertos, nos gusta el catalán", afirma.

A pocos metros de aquí se encuentra el Centre de Normalització Lingüística L’Heura, uno de los primeros centros que se abrieron y que en 2019 tuvo 2.000 alumnos. También fue pionero en crear un programa específico para atraer a la comunidad china. Hace quince años veían que el barrio se llenaba de inmigrantes que venían de la provincia de Zhejiang, pero no tenían a ningún alumno chino. El Plan Yingxin supuso un revulsivo: apostaron por una profesora que hablara chino y que hiciera de dinamizadora. Debían acogerlos en chino, adaptar las clases al desconocimiento del alfabeto, enseñarles primero la comunicación de supervivencia, incluso dar clases en sus tiendas y enseñarles el vocabulario diario. Es lo que hace Anna Lanau.

"Con una buena estrategia se puede llegar a cualquier comunidad", dice la directora en funciones de L'Heura, Noemí Ubach, que aterrizó en Santa Coloma hace 30 años. No se trata solo de dar clase, sino de ayudar a los alumnos a hacer vínculo con las entidades asistenciales y de la sociedad civil de la ciudad. “Llevamos las prácticas lingüísticas fuera del aula. Queremos fomentar que conozcan nuestra cultura, pero también conocer la suya. Queremos hacer el Año Chino y Sant Jordi. No solo la administración debe acoger lingüísticamente, la sociedad debe encontrar espacios de acogida para que puedan practicarlo”, afirma, sea con talleres de cocina, con la colla castellera de los Laietans, con el voluntariado por la lengua. “Los inmigrantes llegan solos y tienen dificultades. Nosotros les ofrecemos una comunidad, un vínculo, un sitio donde hacer preguntas”, explica Ubach. 

A lo largo de 15 años, han tenido 1.700 estudiantes chinos, todo un hito teniendo en cuenta que "la realidad sociolingüística es la que es", admite Ubach. El esfuerzo es muy grande y puede parecer un granito de arena, pero poco a poco cree que se ganan el “posicionamiento positivo” para con la lengua de los extranjeros. “La segunda generación habla perfectamente catalán y castellano, ¡y mi hijo con acento extremeño!”, dice Agustín. El chaval hace música y dos horas de clase extraescolar de catalán. Va a un concertado del barrio, el colegio Les Neus, y el padre asegura que mayoritariamente se habla catalán. Él también tiene "ganas de aprender catalán". “Noto que es importante. Todos los trabajos de mis hijos están en catalán y el chat del colegio también. Es una lengua oficial. Es muy importante. Estamos aquí, ¿no?” / LAURA SERRA

3.

“Me pensaba que el catalán era un dialecto”

Giulia Casu lleva cinco años en Barcelona, desde que vino para hacer la residencia de ginecología. Entre Londres y Barcelona, eligió Barcelona porque tenía buenas referencias del área de medicina maternofetal del Clínic. Hoy trabaja en Quirón, donde pasa consulta y hace guardias, pero no se acaba de lanzar a hablar catalán. Hablamos en castellano, el idioma que había estudiado antes de venir a Catalunya y lo único que se exige para ejercer. Cada año vienen de fuera de Catalunya cerca de 600 médicos para hacer el MIR y la disposición que pedía el C1 de catalán a los profesionales se ha ido demorando. “Sabía que existía el catalán, pero pensaba que era más bien un dialecto, como ocurre en Italia, no un idioma diferente. Creo que en el extranjero no se sabe, yo no pensaba que se estudiara en las escuelas”, dice.

En los hospitales donde ha estado, se ha encontrado que las reuniones, los informes y la información estaban en catalán, lo que al principio le supuso una dificultad. "Nunca lo he vivido como una discriminación, es natural", añade. “Me costaba entender”, reconoce, pero ha salido adelante gracias a la proximidad con el castellano y el italiano. Ella tampoco ha tenido ningún problema para hablar castellano en la consulta y menos ahora que entiende el catalán, aunque se pierda matices: “La mayoría de gente que ve que no hablas catalán, intentan entenderte. Cuando viene gente de los alrededores, de Vic, Lleida, Granollers, te hablan en catalán y me gustaría contestarles en catalán. Pero no me atrevo a hablarlo, porque siento que no lo he estudiado y me sabe mal hablar mal”.

La pareja de Giulia es de aquí y, si se acaba quedando a vivir en Barcelona y tiene hijos, cree que intentaría aprender el idioma con los niños y que no le sería difícil. Sin embargo, ahora "no es prioritario": "Estaría bien saberlo, pero no es imprescindible" / LAURA SERRA

4.

Fàtima El Gdari, de alumna del esplai a educadora social

Niños y niñas del grupo de refuerzo de la Fundación Pere Tarrés en el Centre Socioeducatiu del Raval de Barcelona.

Ouasima Napip es madre de tres hijos. Vino de Marruecos en 2008 y desde que llegó a Barcelona tuvo que cambiar su vida por completo. Sus hijos van a la escuela en catalán y ella, para aprender y poder echarles una mano, decidió apuntarse a las clases de catalán elemental que imparte la Fundación Pere Tarrés en su centro socioeducativo del Raval.

Desde que empezó, hace cuatro años, el esfuerzo ha dado sus frutos. “Ahora ya lo entiendo todo. He podido ayudar a mis hijos con los deberes de la escuela y puedo relacionarme mejor con los demás padres”, explica Ouasima. Afirma que también le ha servido para "hacer todos los papeles de los médicos" y otros documentos burocráticos que le costaba más entender. "También me va muy bien para conocer la cultura de aquí", añade, haciendo un esfuerzo por no equivocarse de palabras. Aprovecha este espacio para practicarlo y siempre que puede, en casa, lo habla con su hija porque, como lamenta, “cuando la gente me ve por la calle con el pañuelo todo el mundo me habla en castellano y así no puedo practicar todo el catalán que aprendo aquí”. “Me sabe muy mal que ocurra esto”.

La fundación, que desde hace más de treinta años se dedica a la educación en el tiempo libre, cree que es imprescindible una atención integral, “y eso pasa por acompañar a las familias”, dice la coordinadora de los centros socioeducativos, Rebecca Alonso. Por eso en 2020 empezaron las clases de catalán en el Raval, porque las familias lo pidieron. Cada miércoles, a las diez y media de la mañana, aprovechando que los niños están en el colegio, un educador imparte clases a quien lo requiera. Son clases de comprensión lectora y conversación, principalmente, porque intentan tener un sentido muy práctico para la vida de las familias, que sobre todo quieren aprender catalán para poder “ayudar a sus hijos”, pero no dejan de lado las tradiciones y la historia de Catalunya. Aprovechando que es carnaval, Ouasima lee un texto que le ha mandado la profesora sobre la fiesta.

Espacios de ocio y aprendizaje

Mireia Planas, la educadora que imparte las clases de catalán, cree que la clave del taller es la cercanía entre las familias y las voluntarias. "Trabajar con los niños y las familias desde un mismo lugar facilita mucho las cosas", opina. Y ese modelo ha dado sus frutos. Un ejemplo de éxito lo encarna Fátima El Gdari. Ella llegó de Marruecos con cinco años, junto con sus padres, para empezar la vida desde cero. Entró en el esplai Erol de Mataró con 14 años para complementar su educación gracias a la recomendación de su tutor de la ESO y acabó cautivada. “En la escuela hablábamos catalán, pero era un catalán muy académico. El esplai me ayudó a coger más fluidez y enriquecer mi léxico, y estoy muy agradecida”, explica. No es extraño, pues, que hoy haga de monitora, mientras está estudiando el grado de Educación Social en la Facultad de Educación Social y Trabajo Social Pere Tarrés-URL.

La Fundación Pere Tarrés ha defendido desde siempre el catalán como lengua integradora y lo sigue haciendo. Pero, como dice Planas, más allá de la disponibilidad de recursos existe la voluntad de los nuevos hablantes: “Aprender catalán no es algo que solo dependa de nosotros. Sin un esfuerzo de las personas que quieren aprender, es difícil dar el paso para acostumbrarse a hablarlo”. Una idea que Fátima El Gdari comparte: “La riqueza cultural que aporta poder desarrollarte bien en muchos idiomas es muy gratificante, por eso hay que ponerse a ello siempre que se pueda”, defiende. / GERARD MIRA

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