Literatura

Àlex Broch: "Siempre enseñé literatura castellana en catalán"

Crítico literario y editor

El crítico y editor Àlex Broch, en su estudio
03/01/2025
7 min

Barcelona"Eres la primera persona que entra en este estudio, aparte de la familia", comenta Àlex Broch (Barcelona, ​​1947) en la entrada del piso del Eixample derecha que, desde finales de la década de los 80, ha ido siendo colonizado por pilas y pilas de libros. El crítico literario y editor catalán calcula que tendrá unos 5.000, aunque ésta sólo sea una parte de su biblioteca, que se expande también en la casa de veraneo de Bellaguarda y, en menor medida, en el lugar dónde vive. "Debo tener una de las colecciones más importantes de crítica literaria de la ciudad", añade con la boca pequeña cuando se accede al antiguo comedor del inmueble, donde conviven cientos de volúmenes de temáticas tan diversas como la semiología, la historia cultural, la antropología, la mitología y la lingüística. "Si alguien ocupara el piso, me quedaría completamente desarmado, porque aquí ahí están todas mis herramientas de trabajo", continúa. Las herramientas y también los libros que ha escrito –entre los que destacan Literatura catalana de los años 70 (Ediciones 62, 1980) y Forma e idea en la literatura contemporánea (Ediciones 62, 1993)–, las numerosas revistas y publicaciones en las que ha colaborado, las colecciones editoriales que ha dirigido y los siete volúmenes deHistoria de la literatura catalana, coeditados desde 2013 por Enciclopedia, Barcino y el Ayuntamiento de Barcelona. El proyecto, el más ambicioso de todos los que ha capitaneado, debería cerrarse en el 2027, coincidiendo con su octavo aniversario.

Desde que empezó a trabajar en 1961, a los 14 años, ya no ha parado.

— No. Pero he ido cambiando de trabajo. A los 14 años entré en Henkel Ibérica, una casa de jabones. Yo hacía trabajo administrativo. Entraba a las ocho y doblaba a las cinco. Entonces me iba hasta la Escola Industrial, donde estudiaba el bachillerato nocturno hasta las diez de la noche.

Aún le quedaron ganas de ir a la universidad, donde estudió filología hispánica.

— El departamento de catalán estaba todavía en construcción. Piensa que yo soy un hijo absoluto de la posguerra. Mucha gente de mi generación acabaría sublevándose contra la educación franquista. Necesitábamos una ideología de combate. El marxismo fue mayoritario. Ahora las cosas son muy distintas: la ideología existente es de anticorrupción y efectividad.

Alguna vez ha explicado que en casa de sus padres no había muchos libros.

— Dos o tres. Vengo de una familia humilde del barrio de Gràcia. Mi hermano y yo pudimos estudiar en los escolapios de Balmes porque mi abuelo, que era tranviario, un día trajo a un obispo oa alguien de la curia barcelonesa y le pidió si habría la posibilidad de conseguir una beca. Nos la acabó consiguiendo.

Fue en la universidad que descubrió lo que era la crítica literaria, si no lo tengo mal entendido.

— Lo primero que me habló de crítica literaria fue uno de mis profesores, Antoni Vilanova [1923-2008]. Me descubrió el estructuralismo y los formalistas rusos. Fue él quien me abrió la puerta de la reflexión teórica. El tema me interesaba tanto que llegué a pedir al catedrático José Manuel Blecua si podía hacer crecer esa especialización. Recuerdo que me respondió: "Usted lo que me pide es una universidad americanaEn aquellos momentos, la literatura que se enseñaba aquí tenía que ver sobre todo con la historia y con el estilismo.

En 1973, el año en que terminó la universidad, encontró un nuevo trabajo.

— Sí, me convertí en maestro de primaria durante tres años gracias a la familia Salvat. En aquellos momentos ya conocía a Ricard, pero trabajé con su hermana, Neus. Ricard Salvat, que tenía fama de ser un hombre de trato difícil, al menos entre los profesionales del teatro, me dirigió también a la revista Canigó, que se editaba en Figueres. Allí empecé a hacer crítica teatral. El teatro me salvó la vida: me orienté profesionalmente como crítico gracias a Salvat, y me jubilé muchos años después, como profesor del Institut del Teatre.

Las críticas de Canigó fueron las primeras, entonces?

— Poco después, Joan Anton Benach, del Correo Catalán, me llamó para ocuparme de la crítica literaria. Me dediqué desde 1974 hasta 1987, primero en el Correo, después alHoy, y no me retiré hasta que los vínculos con el sector editorial fueron demasiado fuertes.

Cuando empezó a colaborar con La Granada en 1980 todavía era profesor de literatura española.

— Me presenté en las oposiciones en 1977. Primero hice de profesor nocturno en Martorell, después en el instituto Sant Josep de Calassanç, de Barcelona. Siempre enseñé literatura castellana en catalán. No tuve ningún problema con nadie por ese tema.

En La Magrana trabajaba con Carles-Jordi Guardiola.

— Su encargo fue que convirtiera en literaria una editorial hasta entonces muy política. Potencié la colección de narrativa Las alas extendidas, incorporando autores como Jesús Moncada y Maria Antònia Oliver. Cuando vi que existía la posibilidad de dar empuje al género policiaco en catalán impulsé la colección La negra.

En 1988 cambió La Magrana por Ediciones 62. Hasta 1995 fue la mano derecha de Josep Maria Castellet.

— Él me pidió que rejuveneciera el catálogo. En los 80 habían ido surgiendo editoriales jóvenes como Cuadernos Crema, Columna y Empúries. Había que ampliar el catálogo de nombres que se habían ido solidificando durante los años 60 y 70, como Calders, Pedrolo y Rodoreda, con voces renovadoras como las de Jordi Coca, Isabel-Clara Simó, Jaume Fuster y Julià Guillamon.

Jordi Coca, Isabel-Clara Simó, Jaume Fuster y otros muchos fueron compañeros de generación.

— Mi generación venció al franquismo gracias a la literatura. Fuimos el eslabón de la continuidad de la lengua. Si hubiera vivido en un país sin conflicto lingüístico, hubiera querido dedicarme a la creación. Tengo un dietario de formación inédito que ocupa 16 libretas. Lo empecé a los 14 años y lo mantuve hasta los 26. Algún día me gustaría dedicarme a ello por si merece la pena publicar una antología.

Encima de la misma cómoda donde tiene una foto suya con dos perros y una de su madre hay una de JV Foix. ¿Por qué?

— Fuimos una generación que nos hicimos amigos de quienes nos precedían porque nos habían salvado las palabras.

"Salvar las palabras", la expresión de Salvador Espriu.

— Sí. He sido espriuano y foixiano, pero no carneriano. Esto último se paga, en Cataluña.

¿Por qué?

— La literatura no es inocente. A veces la comparo con el metro: hay que hacerte espacio para entrar y sobre todo para sentarte. Ahora mismo, por ejemplo, nos encontramos en un proceso malintencionado de minimización del que aportamos la generación de los 70. En el capítulo deHistoria de la literatura catalana que estoy escribiendo estos meses ligaré al colectivo Ofelia Dracs con Antonio Gramsci. Se podía ideologizar a los lectores a través de la literatura. En castellano hay un caso clarísimo de la época: Manuel Vázquez Montalbán.Sus novelas entretienen pero tienen un posicionamiento político claro.

Detalle de la estantería donde Àlex Broch guarda todos los libros que ha escrito y las publicaciones en las que ha colaborado

Sus vínculos con el mundo editorial siguen hasta ahora mismo.

— Después de Edicions 62, en 1998 llegué a Proa. Con el Isidor Cònsul triplicamos la producción y pusimos en marcha varias colecciones hasta el 2007. En aquellos momentos, Proa aún colgaba de Enciclopedia, y desde allí me encargaron dos grandes proyectos: el Diccionario de la literatura catalana, que se publicó en 2008, y Historia de la literatura catalana, del que ya han aparecido siete volúmenes. El octavo debería salir en el 2025, si todo va bien. El noveno, en el 2027. Todavía dudo si llegaremos hasta el 2010 o hasta el 2012, para hacer entrar el Yo confieso, de Jaume Cabré.

Cabré ha sido otro compañero de generación muy querido.

— Sí. Hemos estado y somos muy amigos.

A lo largo de esta conversación han aparecido muchas amistades y compañeros que ya no están.

— Tengo la angustia de pensar que algún día me acueste y ya no me despierte. Tengo tantos frentes abiertos, tanto trabajo pendiente... y no he compartido mucho con nadie como terminarlo. Estoy en una edad que voy viendo el declive de los demás. En cualquier momento puede tocarme a mí. Si alguna vez tuviera que escribir algo sobre este presente mío el título lo tengo claro: "El dolor de la memoria".

En todo este tiempo nunca ha dejado de escribir, pero hace tiempo que no publica ningún largo ensayo. El último debía ser Miquel Martí i Pol, lector y crítico [Curbet, 2013].

— Siempre he tenido otros proyectos que han pasado por delante de la obra propia. Ahora mismo tengo al menos cinco libros en la cabeza, pero tengo que encontrar el tiempo para ponerme. Cuando publiqué Sobre poesía catalana [Proa, 2006] quería reunir un centenar de críticas sobre narrativa escritas entre 1974 y 1984: llevaría por título La novela de la transición. Pero me puse con el Diccionario y después con la Historia de la literatura catalana, y primero debo terminar todo esto.

Es una pena que el Diccionario no pueda consultarse on-line.

— Sí. Aparte de las 3.000 entradas de autores, había más de 400 dedicadas a obras y unos sesenta personajes. Este último punto me interesa mucho: me encantaría poder desarrollar el concepto de antropología literaria en un libro. A grandes rasgos, la literatura mira hacia adentro o hacia afuera, es decir, hacia el yo o hacia nosotros. Es teoría del conocimiento de la condición humana.

Desde que empezó a dedicarse a la crítica, ¿diría que la literatura catalana se ha logrado sacudir las etiquetas de "mediocre" y "provinciana" que mencionaba en una conversación con JM Sala Valldaura en los años 80?

— En aquellos momentos existía una minorización interesada de la comunidad lingüística colonizada. La idea todavía existe, basta con ver determinados suplementos de periódicos para confirmarla, o sentir según qué opiniones. Cuando publicamos el Diccionario, Jordi Llovet hizo un artículo diciendo que la literatura catalana, en vez de merecer un diccionario de 1.250 páginas, tenía suficiente con uno de 200.

Dedicó ensayos a la literatura catalana de los 70 –la de su generación– y la de los 80. ¿Por qué no hubo ningún volumen sobre los 90?

— Lo tengo pensado, es la prenda que falta. Durante los 10 años que fui profesor de literatura contemporánea en la Universidad Rovira i Virgili [1995-2005], fui dándole vueltas, pero no le he acabado de dar forma. También tengo un libro pendiente sobre la obra de Josep Maria Castellet; me queda analizar su aportación como...

Usted decía hace un momento que el colonialismo cultural sigue. Aún así, ¿diría que estamos mejor que cuando empezó a descubrir el mundo del libro?

— Sí. El sistema literario catalán tiene una articulación y una potencia que antes no tenía. En los años 70 se publicaban unas 700 novedades al año. Ahora son más de 6.000. Nuestro sistema literario es más fuerte y más protegido que entonces. Hay autores de calidad de todas las generaciones, también entre jóvenes. La continuidad está asegurada.

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