Enric Sala

Podemos salvar el mar por menos de lo que el mundo se gasta en helados

3 min
Imatge cedida por el proyecto Pristine Seas de National Geographic, liderado por el biólogo Enric Sala.
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Hoy en día, el mar es como una cuenta corriente de la cual todo el mundo saca dinero, pero nadie hace ningún depósito. Sacamos peces del mar más rápidamente de lo que se pueden reproducir, de forma que el ochenta por ciento de las poblaciones de especies comerciales están sobrepescadas. Además, las emisiones de carbono están calentando y acidificando el mar, lo que provoca la muerte de corales y otros muchos animales marinos. Y eso sin contar la contaminación creciente, en particular por plásticos. La muerte del mar tendrá consecuencias dramáticas para la humanidad, incluida la persistencia de nuestra civilización tal como la conocemos.

Pero las buenas noticias son que podemos revertir esta trayectoria suicida. Podemos restaurar el mar en solo diez años –si nos comprometemos seriamente.

¿Cómo podemos lograr este milagro? Para conseguir beneficios rápidos, nos tendríamos que enfocar en dos áreas. Primero: eliminar los combustibles fósiles retardará el calentamiento y la acidificación del mar, lo que retardará las mortalidades masivas de animales marinos, incluyendo especies que comemos.

Segundo: pescar menos y proteger al menos el 30% del mar nos ayudará a restaurar las poblaciones de pescados y asegurar que podamos continuar comiendo del mar para siempre. En las reservas marinas donde la pesca está prohibida –como, por ejemplo, en las islas Medes– la biomasa de pescados es como media seis veces más alta que en las zonas no protegidas adyacentes. Los peces en las reservas no solo son más abundantes, sino que también son mucho más grandes y, por lo tanto, producen una cantidad de huevos desproporcionadamente más alta. La dispersión de huevos y larvas, junto con el movimiento de pescados adultos, asegura un desbordamiento de pescado que mejora la pesca alrededor de las reservas. Esto mejora las condiciones para los pescadores, que pueden capturar más pescando menos. Y cuando los peces vuelven, también lo hacen los buceadores. En las islas Medes, menos de un kilómetro cuadrado de protección de la pesca mantiene más de 200 puestos de trabajo y genera 12 millones de euros al año a través del ecoturismo.

Si las reservas marinas producen tantos beneficios, ¿cuántas tenemos? En Catalunya solo existen menos de tres kilómetros cuadrados totalmente protegidos de la pesca. Esto está en consonancia con el resto del Mediterráneo, menos del 0,1% del cual está protegido en reservas marinas sin pesca. A pesar de que los beneficios económicos de la protección son significativamente mayores que los de la pesca, es la pesca, que prioriza un solo uso del mar en detrimento de otros, la que prima. La gracia es que en muchos lugares del mundo son los propios pescadores los que están pidiendo la creación de reservas que ayuden a mejorar las capturas en su alrededor.

Cuestión de prioridades

Pero los críticos dirán que no nos podemos permitir el lujo de salvar el mar, que hay otras prioridades económicas. Antes de nada hay que recordar que el valor económico de los beneficios que nos aporta la naturaleza cada año es más que el producto económico bruto a escala global. Pero, además, gestionar una red de reservas marinas que ocupen globalmente el 30% del mar costaría solo 15.000 millones de euros. Digo “solo” porque, hoy en día, ¡el mundo gasta más en helados! Y estos 15.000 millones de euros son menos que el dinero que los Gobiernos del mundo se gastan para subvencionar la sobrepesca. Si esto fuera poco, cada euro invertido en la gestión de reservas marinas genera 10 euros en producción económica. Por lo tanto, las reservas marinas son cuentas de ahorro con un capital que no tocamos, que genera intereses de los cuales podemos disfrutar año tras año.

El statu quo no es aceptable. La trayectoria actual es suicida para la humanidad. Un mundo con el 30% protegido sería más saludable, nos daría más comida, ayudaría a combatir el calentamiento global y produciría más beneficios económicos. Si pensar a escala global puede ser agobiante, pensemos a escala local. ¿Por qué no pasamos de menos del 0,1% de las aguas catalanas protegidas actualmente al 30% de cara a 2030? Todo el mundo ganaría –excepto aquellos que hoy se enriquecen destruyendo el patrimonio de todos–. La ciencia y la economía son claras. Solo necesitamos liderazgo y voluntad política.

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