La resistencia del papel

Leer en papel: el antídoto necesario

La digitalización ha cambiado el grado con el que nos concentramos en una lectura e incluso nuestras expectativas

7 min
La librería Ventanas, en la calle Diputación de Barcelona.
Dosier La resistencia del papel Desplega
1.
El papel defiende su sitio a pesar de la digitalización
2.
Leer en papel: el antídoto necesario
3.
Papel o digital: ¿cómo interpreta el cerebro aquello que lee?
4.
Las principales predicciones (fallidas) sobre la muerte del papel
5.
Menos días de diario impreso y el auge de los PDF, tendencias de futuro

"Estás a punto de empezar a leer la nueva novela de Italo Calvino, la novela 'Si una noche de invierno un viajero'. Relájate. Recógete. Aleja de ti cualquier otra idea. Deja que el mundo que te rodea se esfume en lo indistinto. La puerta es mejor cerrarla; al otro lado siempre está la televisión encendida. Dilo en seguida, a los demás: «¡No, no quiero ver la televisión!» Alza la voz, si no te oyen: «¡Estoy leyendo! ¡No quiero que me molesten!» Quizá no te han oído, con todo ese estruendo; dilo más fuerte [...]."
Si una noche de invierno un viajero, Italo Calvino

Concentración, desaceleración, unidad, intimidad... en nuestro tiempo, resulta difícil preservar todo aquello que hace de la lectura en papel una experiencia diferencial. Lo sugería, ya en un reculado 1979, la novela de la cual hemos reproducido el fragmento inicial. Pero en 2022 la dificultad ha aumentado. Como plantea el ensayista Eudald Espluga en No seas tú mismo (Paidós, 2021), de la televisión encendida en la habitación de al lado hemos pasado a la hibridación tecnológica: ya no estamos escindidos entre los mundos online y offline, como decía Zygmunt Bauman, sino que ahora todo es uno. La tecnología es social y la sociedad es tecnológica. ¿Es posible librar batalla? ¿Todavía podemos cerrar la puerta, como nos exhortaba a hacer el narrador de la novela? ¿Qué quiere decir hoy leer un libro o un diario de papel?

Contra la dispersión

En conversación con el ARA, Espluga advierte: "La crisis de la atención vinculada a los nuevos dispositivos, que muy bien describe Tim Wu en Comerciantes de la atención, es una transformación estructural de nuestra manera de estar en el mundo. Para recuperar una experiencia de lectura completa habría que cambiar condiciones que son sociales, económicas, políticas, y no solo tecnológicas. El problema no son los dispositivos digitales o las plataformas, sino su centralidad dentro de un marco de capitalismo hipercompetitivo donde cada individuo es una microempresa que tiene que gestionar siempre su atención como si fuera un recurso económico". Ante esta presión, que según Espluga se extiende mucho más allá de la generación milenial, la lectura en papel adquiere el aura de un refugio amenazado pero irrenunciable, un antídoto quizás incierto pero vital. En palabras de Enric Puig Punyet, director del Arts Santa Mònica y autor de varios ensayos sobre el uso que hacemos de internet: "La desconexión —y, como opción radical, quién puede hacerlo, la exconexión— es necesaria y conveniente. De hecho, el libro está actuando cada vez más como fármaco: cada vez es más habitual sentir expresiones como «estas vacaciones dejo el móvil en casa y salgo solo con un libro»".

Contra la fragmentación

Ahora bien, ¿cuántos letraheridos leen ya con el móvil cerca para ampliar conocimientos en pequeñas interrupciones? ¿Qué queremos decir cuando aseguramos que la lectura digital no sustituye, sino que complementa la lectura en papel? Para Elisabet Goula, ninguno de debates del CCCB, "la digital se basa en el hipertexto. Un artículo lleva a otro y continuamente estamos abriendo. Las ventajas son evidentes: el acceso infinito a la información, la amplificación en formas y ramas del conocimiento..., pero, como dijo el historiador Roger Sartier en el festival Kosmopolis, la lectura virtual es siempre fragmentaria: solo el libro permite comprobar la totalidad de la obra". Por su parte, el escritor Jorge Carrión, que ha hablado de los libros y las bibliotecas en Librerías y en Contra Amazon, y de las nuevas formas de lectura digital en Teleshakespeare y en Lo viral, explica al ARA que en la red "es difícil establecer fronteras, límites, unidades de discurso o temáticas. Pasas de un genocidio a un gatito, a un meme, a una noticia sobre el cambio climático o sobre el telescopio James Webb sin ningún tipo de línea roja".

No es extraño, pues, que los diarios o los libros sobresalgan como apoyos que favorecen la comprensión, la profundidad y el poso gracias a su condición finita (un día u otro los acabamos) y al hecho de jerarquizar los contenidos. Si pensamos en lecturas pasadas, es más probable que la memoria recupere aquello que encontró en el papel. "Los libros forman parte de un archivo que es la segunda piel de mi casa. Son memoria externa y registro autobiográfico", dice Carrión.

Contra la aceleración

La tecnología digital contribuye de muchas maneras a la aceleración de la vida contemporánea. Nos arrastra a una vorágine presentista, a una constante necesidad de estar conectados a todo que refuerza angustias como el FOMO (Fear Of Missing Out, "miedo de perderse algo"). También cambia la estructura de nuestras expectativas, que ahora esperamos ver satisfechas a la velocidad del clic. O, como apunta Puig Punyet, alimenta una cierta agresividad: "La rapidez en la comunicación, el hecho de que podamos reaccionar rápidamente y sin reflexión, acentúa la hipersusceptibilidad narcisista de los usuarios de las redes, porque nos reafirma inmediatamente".

En este escenario, la desaceleración, la protección de un espacio de intimidad como el de la lectura en papel, es paradójicamente una forma imprescindible de vincularse a los otros. Elisabet Goula recuerda la crítica de la aceleración que han hecho pensadores como Hartmut Rosa, "que plantea que hoy solo consigues la estabilidad corriendo todavía más y que por eso estamos agotados", o el célebre Byung-Chul Han. "Pero Rosa nos habla también de la necesidad de encontrar una forma de conexión real con el mundo", añade, "y del hecho de que, dando siempre a conocer quién somos y qué hacemos, hemos perdido la capacidad de tener una experiencia real de encuentro con el otro. Como ha explicado Jeanette Winterson, la lectura en papel, siempre y quizás más durante una pandemia, permite salir de la soledad, conectar con el mundo y entender que lo que te ha pasado a ti le pasó a otro, hoy o hace 300 años".

Un quiosco barcelonés en una imagen de archivo.

Sin batería

Por otro lado, tanto Goula como Carrión coinciden en una idea que, en tiempos digitales, resulta tan contraintuitiva como refrescante: la reivindicación del formato papel como dispositivo tecnológico no superado. "Las hojas de papel encuadernado", dice Carrión al ARA, "del diario en la revista o en el libro, siguen siendo la mejor tecnología de lectura. Si bien el diccionario y la enciclopedia, de consulta puntual, han sido superados por sus versiones digitales, la lectura continuada es mejor en formato códice. No se descarga, es legible con luz directa del sol y es resistente a la caída física". Puig Punyet incide en el aspecto de la sostenibilidad temporal: "la diferencia de gasto energético entre el apoyo digital y el papel favorece al primero cuando los textos son de consulta no extendida en el tiempo; cuando un texto tiene que perdurar, es más sostenible un libro que la conservación en servidores y la acumulación de desgaste energético por las consultas sumadas."

Contra la uniformización

Mientras las funcionalidades de la lectura digital pueden ser muy útiles en el mundo de la investigación, por ejemplo en las llamadas humanidades digitales, también es cierto que pueden empujar a una transformación de la lectura, alejándola de la intimidad genuina y el placer fecundo, y acercándola a la estandarización o la autoexigencia. "El papel nos permite leer en privado", señala Carrión, "sin que nadie nos esté espiando. El Kindle envía información, nos encanea. El papel nos guarda los secretos". Eudald Espluga abunda en esta mirada en los libros digitales: "El imperativo de productividad neoliberal se ha colado también en el acto de lectura. Ahora puedes llevar un recuento de cuántas páginas lees al día, a qué velocidad, ver cuáles han sido los párrafos más subrayados por los otros usuarios o indexar lecturas como parte de un reto anual. La lectura deja de ser un espacio de ocio, de evasión o de aprendizaje para convertirse en una forma de «invertir en uno mismo». Evidentemente, la causa primordial de esta transformación es un sistema económico individualista, pero son los nuevos dispositivos y la aparición de las plataformas lo que hace posible que cada gesto quede registrado, cuantificado y refinado en forma de datos de ejercicio individual".

Contra el algoritmo

Remontando el curso de estos pensamientos llegamos al corazón de la tiniebla, al centro del laberinto: el algoritmo. "Los contenidos de las webs de los diarios ya están pensados en clave de economía de la atención y de clic, pero tienen un diseño híbrido, entre el mundo del papel y el de la viralidad", matiza Carrión. "Ahora bien, la mayoría de las gente se informa por las redes sociales y allí imperan los algoritmos opacos de las grandes plataformas". Entonces, ¿la lectura en papel nos libera del vestido a medida que nos hacen Twitter, Facebook y otras redes? Responde Puig Punyet: "El efecto burbuja [el efecto caja de resonancia, por el cual el algoritmo de una plataforma nos ofrece contenidos que encajan con nuestras convicciones], que es evidente en los entornos digitales, también ha existido y existe en el mundo predigital. Pero hay una diferencia de grado entre la comunicación en papel y la digital". "No creo que el papel sea un reducto de libertad puro ante las plataformas", coincide Espluga, "pero sí que el acondicionamiento al que nos someten el uno y el otro es muy diferente: ya no se trata solo de falta de objetividad o de proliferación de fake news, sino que la subjetividad del consumidor determina el acceso y la forma de las informaciones".

Contra la dominación

Al fin y al cabo, la lectura individual en papel es una experiencia profundamente política desde su origen. "costó mucho que fuera admitida", explica Elisabet Goula recordando a Alberto Manguel y su Historia de la lectura. "La lectura en voz alta garantizaba la unidireccionalidad de lo que se decía, y la lectura en soledad y en silencio se consideraba muy peligrosa. De los monasterios del siglo IX en Fahrenheit 451 ha sido un fenómeno político y lo sigue siendo". La lectura desconectada sería, pues, un ingrediente imprescindible para ponerse a cobijo de los totalitarismos. "En ser más larga, reflexiva y de digestión más lenta", dice Puig Punyet, "nos ofrece una relación particular entre el interior íntimo y el exterior público, un movimiento que es esencialmente político y que creo que es particularmente nutritivo para una sociedad crítica, dialogante y democrática."

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