¿Dónde están las líneas rojas del 'true crime'?

Las quejas de familiares de víctimas hacen preguntarse cuáles son los límites de un género en auge y con fans acérrimos

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Una imagen de 'Crímenes'

"Las historias sobre crímenes reales son reales para mucha gente", dice Steve Martin en una escena de Solo asesinatos en el edificio, una serie de Disney+ sobre unos aficionados a los podcasts de true crime, un género que lleva años en auge. Tal como señala el personaje de Martin, los oyentes y espectadores de true crime, fascinados por las narraciones, a menudo olvidan que estas historias implican a personas que las sufrieron en primera persona o de forma colateral como familiares de víctimas. En el ámbito catalán, Crims es el formato que ha sabido trasladar mejor el género a nuestro contexto, y esto se ha visto recompensado con un éxito de audiencia, tal como demuestran los cuatro episodios especiales sobre el crimen de la Guardia Urbana –el último capítulo emitido hasta ahora, el tercero, registró 514.000 espectadores y una cuota de pantalla del 23,6%.

Pero la buena acogida del formato tiene una contrapartida: las quejas de familiares de víctimas que aseguran que no se ha contactado con ellos para pedir autorización para explicar las historias de las personas asesinadas. Las protestas ponen encima de la mesa el debate sobre cuáles son las líneas rojas de uno de los géneros preferidos de los espectadores y las plataformas: ¿es legítimo explicar los casos si los familiares de las víctimas han expresado su oposición a hacerlo?

A principios de septiembre familiares de una víctima de uno de los casos en los que trabajaba el programa de Carles Porta mostraron su malestar por que una historia que les es cercana y dolorosa resurgiera. "Sentimos que se está haciendo entretenimiento con una cosa dolorosa y que tú no has dicho qué te parece", explican al ARA, y piden que no se explicite el nombre de la víctima para evitar que se vuelva a hablar de ello. Se quejan de que no se les pidiera su parecer sobre la idoneidad de tratar el caso, a pesar de que aseguran que son conscientes de que legalmente no hay ninguna norma que obligue a un medio o a un programa a pedir un consentimiento explícito. "Sabemos que legalmente lo pueden hacer, pero éticamente nos parecía vergonzoso y nos hacía daño", remarcan. Creen que si alguien tiene interés en el caso puede recurrir a las informaciones que se publicaron en la prensa cuando tuvieron lugar los hechos.

Los responsables de Crims han recordado en varias ocasiones que el espacio no tiene ninguna obligación legal de pedir consentimiento porque todas las historias que cuentan son informaciones que ya se han publicado anteriormente y son de carácter público. Además, señalan que, si bien no es necesario el consentimiento, se intenta tener siempre que se pueda la autorización por parte de los familiares -en el caso de Helena Jubany, por ejemplo, los familiares colaboraron para forzar una reapertura de la investigación del asesinato-. Desde Crims aseguran que el equipo del programa tiene un diálogo constante con los familiares hasta el punto de que en alguna ocasión se han descartado algunas historias para evitarles revivir hechos traumáticos, como ha ocurrido finalmente con el caso que generó controversia en septiembre. A pesar de las reticencias que puedan tener familiares cercanos a las historias que explica Porta, Crims no solo es uno de los programas con más audiencia de los medios públicos catalanes sino que también es el espacio que recibe una mejor valoración cualitativa por parte de los espectadores: en el panel de septiembre de la consultora GfK obtuvo una nota de 8,6; una cifra que supera la que obtiene TV3 en su globalidad, que es de 8,4.

Cuando Porta presentó el podcast El segrest, que reproducía los meses de cautiverio de Maria Àngels Feliu de forma inmersiva, reconoció que la farmacéutica de Olot, que hace años que vive alejada de la vida pública, no quería que se volviera a hablar de su caso. En una entrevista con el ARA, el periodista explicaba que decidió seguir adelante con el podcast porque era un "caso único que nunca se había explicado de forma completa" y que a pesar de las reticencias de Feliu ella "respetaba la libertad de información y de expresión". Aseguraba que la farmacéutica le pidió que si explicaba su historia lo hiciera sin "hacer daño" y precisamente aquí es donde marca la línea roja Porta, que asegura que, al final, lo importante es que las historias se expliquen con respeto.

Huir del sensacionalismo

Crims es el máximo exponente catalán del género del true crime, pero ejemplos del género hay muchos en todas las plataformas de streaming. Una de las primeras producciones que se aventuraron a hacer rememorar un caso criminal célebre fue Muerte en León (HBO), sobre el asesinato de la presidenta de la Diputación de León, Isabel Carrasco. Su director, Justin Webster, también cree que cuando se trata el género del true crime lo más importante es el tono. "Si tuviéramos que pedir el consentimiento de todas las personas implicadas en un caso de true crime sería el fin del género. Lo que sí hacemos es avisar a la gente involucrada en la historia e intentar que participen y, si no es necesaria su participación, al menos que estén informados. Es más bien una cuestión de cortesía que de consentimiento", reflexiona. Wesbter recuerda que es importante que los periodistas y los historiadores disfruten de la libertad necesaria para investigar sin restricciones.

Para el director, uno de los puntos clave del género es la intención. "Lo importante es la manera de tratar estas historias, si la intención es sensacionalista o simplemente ser un entretenimiento, en lugar de descubrir o aclarar unos hechos. En el boom de este tipo de serie documental hay de todo", explica Wesbter, que señala que una de las maneras de huir del groguismo es poder trabajar sin prisas. Él asegura que las plataformas se han dado cuenta de que una historia sobre un asesinato es interesante si explica algo más sobre la sociedad o aporta una reflexión filosófica: "Las series de no-ficción tienen que responder a dos preguntas básicas: qué es verdad y cómo vivimos".

"Desde una perspectiva comunicativa se tendría que priorizar que los familiares pudieran decir la suya ante todo, y no que no se contacte con ellos o que se obvien reticencias", señala Raquel Herrera, profesora del máster de periodismo y comunicación digital: datos y nuevas narrativas de la UOC. Sobre los peligros de caer en el sensacionalismo, considera que es básico partir de un punto de vista en el que se dé prioridad a no hacer más daño a las personas afectadas. "Si tú te bases en la realidad, tienes que ser muy cuidadoso. Ha habido muchos casos de tratamientos mediáticos en los que había estereotipos y sesgos", recuerda Herrera, que señala que uno de los peligros del género es la romantización de los asesinos.

Herrera cree, sin embargo, que los documentales y series de no-ficción sobre crímenes del pasado no tienen por qué ser nocivos y pueden servir para corregir injusticias. En este apartado destaca el documental de Netflix El caso Wanninkhof-Carabantes, que reflexiona sobre el error judicial que llevó a la prisión a Dolores Vázquez, acusada de haber matado a Rocío Wanninkhof. En este trabajo, dirigido por Tània Balló, Vázquez no aparece explicando qué supuso para ella la condena errónea porque la directora decidió respetar su decisión de mantenerse alejada de los medios. Este octubre, sin embargo, la HBO estrenará Dolores: la verdad sobre el caso Wanninkhof, un documental en el que Vázquez sí hablará después de 20 años de silencio y exilio en Inglaterra. El asesinato de Rocío Wanninkhof es uno de los casos que más revuelo mediático generaron en su momento, pero otros como el crimen de Alcácer o el caso de Asunta Basterra también han pasado por la criba del true crime.

Un debate abierto en los Estados Unidos

Los relatos sobre crímenes reales no son precisamente una innovación. Se pueden encontrar ejemplos ya en el siglo XVII. Con A sangre fría, Truman Capote estableció las bases de los relatos de no-ficción que después han encontrado continuidad en los formatos audiovisuales impulsados por las plataformas. La industria norteamericana es una de las que le han sacado más rendimiento y, por eso, el debate sobre los límites éticos del género está muy vivo. Hace dos años la periodista y editora Lilly Dancyger publicaba un ensayo titulado No utilicéis a mi familia para vuestras historias de crímenes reales, en el que reflexionaba sobre por qué no quería que nadie usara la violación y asesinato de su prima para un producto audiovisual. "La idea de que alguien convierta la historia de Sabina [su prima] no solo en entretenimiento sino que, además, lo haga sin centrarse en ella y explique la historia del monstruo que nos la quitó como si él fuera la persona más importante del relato, me hace poner enferma", dice Dancyger.

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