25N

"A los hombres agresores no les puedes ayudar, tienes que salir corriendo"

Tres cuartas partes de las supervivientes no han vuelto a sufrir agresiones en el último año, pero la recuperación es un proceso "duro" que comienza por ser consciente de los hechos

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Ana María dice que después de años de sufrimiento se ha curado.

BarcelonaAdherencia, desprendimiento y supervivencia. Definidas por María Jesús Cala, profesora de la Universidad de Sevilla, son tres estrategias que las mujeres utilizan cuando sufren una situación de violencia machista para conservar y mejorar una relación tóxica que las domina y aísla. Los roles tradicionales de género, la idealización del amor romántico, la creencia del yo te cambiaré, la justificación de comportamientos abusivos o el sentimiento de culpa y vergüenza de estas mujeres se alian hasta que la víctima normaliza o se adapta a la situación.

Ana María, que prefiere no dar sus apellidos, ha pasado por las tres tácticas sin darse cuenta. Tiene 65 años y creció en una casa en la que regía la voluntad del padre, un hombre que hablaba a gritos con la mujer. "Estábamos recluidas en nuestro círculo pequeño, pero para mí mi padre era generoso y siempre pensé que era la normal relación de un matrimonio", explica. Incluso cuando su primer marido la controlaba y la humillaba veía tantas similitudes con su infancia que no le sabía poner el nombre de malos tratos, centrada en la crianza de los hijos y en complacer a un hombre que quería.

Hubo un segundo marido que también resultó ser un acosador y un "envidioso" que le hizo la vida imposible e, incluso uno tercero, que la arruinó económicamente. Durante años arrastró depresiones, ha pasado por dos cánceres y un ictus y sufre los dolores de la fibromialgia, daños que ella atribuye en buena parte a su dolor emocional. Ante tantos estímulos sólo se decía que quizás era ella la que fallaba y en cada relación nueva se "dejaba amar" hasta que volvía a sentirse pequeña.

Cuando murió su madre, el padre la sustituyó por el Ana María como diana de los malos tratos. Fue entonces cuando comprendió que los patrones de la violencia se heredan. Un tercio de las mujeres que han sufrido o visto malos tratos de niñas tienden a "buscar actitudes similares" con sus parejas, apunta Pilar Balbi, médica de familia y miembro del grupo de violencia machista de la Sociedad Catalana de Medicina Familiar y Comunitaria (CAMFiC). "Finalmente, comprendí que a estos hombres no les puedes ayudar, tienes que salir corriendo porque son así, no cambian", afirma Ana María, que sí dice, sin embargo, que les ha "perdonado" como una "manera de liberarse".

A Nancy la felicidad del matrimonio le duró uno o dos años, después todo fue un rosario de gritos, malas caras, desprecios y humillaciones "como ser humano y como mujer". Nacida en Perú, llegó hace 30 años y ahí se casó con un hombre que sentía "envidia y rabia" porque ella ganaba más que él y era más sociable y emprendedora. Con todas sus fuerzas intentó sacar adelante el matrimonio, intentando cambiar actitudes para no incomodarlo, creyendo que debía ser de por vida. La "vergüenza" que sentía por todo ello la acalló y aguantó, al tiempo que caía en un "pozo". Después de decir lo suficiente le siguió un año de convivencia en medio de un divorcio "duro", en el que todo el malestar físico y mental se acentuó hasta hacerle perder "el GPS interno".

Con todo tampoco se sintió nunca víctima y no fue hasta que en una entrevista en Inserta, la empresa de inserción de la Fundación ONCE, le preguntaron si había sufrido violencia. Identificarse como víctima no es fácil y muchas mujeres no se ven reflejadas en esta etiqueta, como tampoco sus maltratadores en la de agresores. Aquello fue un choque, pero "poner nombre" a la violencia es el primer paso de la senda de la recuperación, afirma una de las técnicas de la entidad, Elizabeth García.

En este punto, la ayuda de una amiga, un familiar o una trabajadora social son esenciales. A menudo aisladas socialmente y con la autoestima pisada, dice Ana María que las víctimas "no pueden pensar" porque el cerebro "se paraliza" y la energía se concentra en sobrevivir. Por eso es tan importante "una mano tendida", alguien que acompañe a las mujeres, y sobre todo que haya más recursos y servicios públicos que ofrezcan atención inmediata, desde una vivienda para refugiarse en una consulta psicológica; en definitiva, una "atención integral" que vaya desde el apoyo emocional y terapéutico al jurídico (para los juicios penales o de custodia de los hijos) o el laboral, detalla Patrícia Ortuño, directora adjunta de In Via, que subraya sus dificultades para "abrirse emocionalmente a terapia y las dificultades para crear vínculos".

García indica que en este acompañamiento las mujeres son las que "marcan el ritmo" y hacen las demandas de lo que necesitan en cada momento y, por tanto, son itinerarios personalizados para que sean ellas las que, bien asesoradas, tengan la última palabra y eviten repetir "el control que ejercía el maltratador" con ellas. "Hay mujeres que vienen un día, se marchan y no vuelven hasta semanas o meses después, cuando están preparadas", señala.

Así que recuperarse de un maltrato no es fácil, coinciden en decir tanto las mujeres que lo han sufrido como las expertas. "Pero el mensaje que quiero transmitir es que lo sales", subraya Ana María, que añade: "Es lento, pero al final te curas". Los datos así lo corroboran: según la macroencuesta del ministerio de Igualdad de 2019, el 64% de las mujeres que han sufrido algún tipo de violencia de la pareja actual o de parejas pasadas no lo han sufrido en los últimos 12 meses. Salir de la espiral de la violencia requiere pasar por un "proceso de reflexión" como ocurre con otros "comportamientos de dependencia", apunta la doctora Babi, ya que "hay que aprender a desaprenderse". ¿Cuánto tiempo hace falta? Duele decir, pero Ortuño apunta a "tres o cuatro años", aunque insiste en que variará en función de muchos factores.

Lo que sí está claro es que el trabajo es esencial para estas mujeres para tomar las riendas de su vida. Ortuño explica que muchas nunca han trabajado o, a causa de los malos tratos, arrastran meses de bajas laborales y deben aprender a hacer currículums, reciclarse y trabajar la autoestima para hacer frente a procesos de selección. Además, todavía hay reticencias de las empresas a contratar a mujeres supervivientes, porque auguran que habrá un absentismo alto o problemas con el maltratador, señala García, que matiza que es aún peor cuando estas mujeres tienen alguna discapacidad. Inserta tiene desde 2020 el programa Mujeres en DON para mujeres con más de un 33% de discapacidad, que en un 30% de los casos ha sido provocada por la violencia y en un 60% ha agravado una existente. Es el caso de Ana María y de Nancy, que han "resurgido" y vuelven a trabajar: la primera en una recepción y la segunda impulsando una agencia de cuidadoras de mayores. "Tengo la cicatriz de una herida que ya no sangra ni supura", afirma Nancy. La recuperación para Ana Maria ha pasado por una rehabilitación integral: "Ahora quiero y vuelvo a ser yo".

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