Tercera manifestación contra Carlos Mazón en Valencia
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La DANA del pasado 29 de octubre en Valencia es, como ha dicho el dramaturgo Josep Maria Miró en las redes, "la gran tragedia natural, humana, y, sobre todo, política de este 2024". Es tan cierto como que sus efectos seguirán haciéndose notar durante todo el 2025 (Miró, dicho sea de paso, es uno de los grandes dramaturgos catalanes actuales, con un reconocimiento internacional impresionante: nuestro actual Guimerà. Que le den el Nobel) .

A estas alturas ya sabemos que a Mazón tendrá que confrontarse políticamente y llevarlo, si se puede, ante la justicia, pero que no dimitirá porque cuenta con el apoyo del Partido Popular (tibio, nada entusiasta, pero apoyo : dejarle caer equivalía para el PP a conceder una victoria al sanchismo). Pero también por otro motivo, que tiene que ver con la idiosincrasia de Mazón. Con su naturaleza, su talante, con cómo está hecho por dentro.

El pasado sábado, este individuo tuvo las pencas (creo que es el lenguaje adecuado) de salir a dar todavía una nueva versión de la comida en El Ventorro con la periodista Maribel Vilaplana, que se prolongó hasta pasadas las siete de la tarde y durante la cual desatendió las llamadas de la ministra Ribera (a quien después el PP intentó sabotear el nombramiento como comisaria europea, para tratar de redirigir las culpas de lo que ocurrió el día de la catástrofe). Sostiene Mazón, ahora, que a esa comida no acudió como presidente de la Generalitat Valenciana, sino del PP valenciano. Y se hace el sueco con la factura de la comida, que no piensa mostrar hasta que sea formalmente requerido a hacerlo (y después ya se verá con qué se descuelga). Hacía el irritante efecto de una criatura que muestra la mano libre y con la otra esconde en la espalda algo que no quiere que se vea (pero que todo el mundo sabe que está allí).

Hay un tipo de abuso de poder que nace justamente de ese infantilismo, de esa mezcla de prepotencia, astucia mal entendida, sangre fría y ausencia de escrúpulos. Es un tipo de inmadurez que consiste no sólo en no responder de las propias responsabilidades, sino también en no llegar ni siquiera a entender cuáles son esas responsabilidades ni qué alcance tienen. Un rechazo total del bien público, del interés general, que deben plegarse siempre al interés de partido y al propio. Dependiendo de cuál sea el orden en que cada personaje priorice estos dos últimos conceptos (el interés de partido y el propio interés) sabemos si estamos ante un sinvergüenza de segunda o tercera categoría –como Mazón o su jefe Feijóo– o de primer nivel –como Aznar o su discípulo Ayuso.

El dirigente o gobernante queridamente infantil, caprichoso y repatáneo es internacional y transversal, y en sus versiones más alarmantes se convierte en criminales de guerra como Netanyahu o Bashar al Assad, o en monstruos del narcisismo global como Elon Musk y su patrón Donald Trump. Con todos ellos, tenemos garantizado que el año que comencemos, como el que acabamos, seguirá siendo el año del pop: no por la inteligencia de este animal, sino por su tendencia al canibalismo ya la autofagia. Feliz año a casi todo el mundo.

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