No hace muchos días la presidenta de la Comunidad de Madrid, y estrella emergente de la derecha española, Isabel Díaz Ayuso, criticaba una reflexión del Papa sobre los pecados del catolicismo en México. Se mostraba sorprendida por el ejercicio de autocrítica, puesto que, según ella, lo que España hizo fue llevar el español, el catolicismo y, por lo tanto [sic], la civilización y la libertad al continente americano. El alcalde de Madrid, a continuación, se declaraba orgulloso de la conquista de América, y decía que no se tenía que pedir perdón por nada, ni por aquello ni por la reconquista [sic], del mismo modo que él no tenía previsto exigir a los musulmanes que se disculparan por la invasión de España [sic] en 711. El líder del PP, Pablo Casado, lo remataba asegurando que había que sentirse orgullosos de la conquista de América, a pesar de lo que dijera la leyenda negra y el revisionismo histórico [sic]. Añadía Casado que España es, después de Grecia y Roma, la nación más importante de la historia [sic].
Todo esto ha pasado esta semana, en pleno 2021. No es ningún pronto, ni ninguna exageración. Tampoco es una visión marginal, patrocinada por un grupo de pseudohistoriadores nacionalistas excéntricos. Sintetiza, en pocas palabras, la visión de la historia dominante en la derecha española. Una visión histórica rabiosamente nacionalista, nacionalcatólica, que reivindica sin ningún pesar el imperio y el colonialismo. Y que, en la mejor tradición ultranacionalista, rechaza cualquier cuestionamiento del papel de España en América considerándolo fruto de la envidia u odios ancestrales, concentrados en la famosa leyenda negra.
Esta visión, a pesar de haber sido radicalmente cuestionada por los historiadores serios, en España tiene una importante cobertura intelectual. Desde instituciones rancias como la Real Academia de la Historia, a una producción industrial de libros pseudohistóricos que se pueden encontrar en aeropuertos y grandes superficies. Una versión especialmente exitosa fue la del bestseller Imperiofobia y leyenda negra, de Elvira Roca Barea. Un libro, por cierto, que fue recomendado efusivamente por otro ferviente patrocinador de la tesis de la leyenda negra, el socialista [sic] Josep Borrell.
La centralidad que tienen, en España, este tipo de tesis pseudohistóricas es una anomalía. La digestión del pasado colonial no es fácil en ninguna parte, pero en la mayoría de los países de nuestro entorno se ha ido imponiendo una relectura crítica del pasado colonial. En algunos casos esta relectura ha ido acompañada de gestos simbólicos, como peticiones de perdón o la retirada de estatuas y símbolos. Siempre va acompañado de controversia, pero la tendencia dominante es clara. Incluso en países con un pasado colonial mucho más reciente y que, por lo tanto, tendrían que tener más dificultades para la revisión crítica. Mayoritariamente, los críticos con la relectura anticolonial, en todo caso, lo que cuestionan es el anacronismo, que se afronte el pasado con los esquemas de hoy, pero muy raramente articulan una defensa explícita del pasado colonial, como sí hace la derecha española.
¿Qué explica esta anomalía? ¿Por qué la corriente central de la derecha española está todavía alineada, en pleno 2021, con las tesis historiográficas que reivindican desacomplejadamente la colonización? Diría que esto solo se puede entender en el marco de la herencia autoritaria que pervive en la derecha española. Una herencia que, por supuesto, se extiende a otros muchos ámbitos. Empezando por la cuestión nacional y la manera de afrontarla, y siguiendo por la instrumentalización del poder judicial o por el cuestionamiento de la legitimidad de sus adversarios políticos, entre otros. La aparición de Vox, lejos de moderar al PP, parece que ha reforzado esta lógica autoritaria.
En España hay, ciertamente, franjas de la derecha que son moderadas y plenamente democráticas. Pero son minoritarias y conviven cómodamente con un tronco central que no se libra del pasado autoritario. Por eso la mayoría de la derecha española se encuentra tan cómoda en este tipo de zeitgeist trumpista, de política hiperpolarizada e identitaria: encaja muy bien con su tradición. Solo hay que recordar las teorías de la conspiración que patrocinó el diario El Mundo después de los atentados de Atocha el 11 de marzo de 2004.
Esta anomalía española, la ausencia de una derecha moderada y plenamente democrática, es estructural y no coyuntural. Y no es menor. Porque, incluso cuando esta derecha no gobierna, hace inviable cualquier hipótesis de reforma institucional. De hecho, ahora impide incluso el funcionamiento normal de instituciones básicas, como el poder judicial. Este autoritarismo de la derecha española, el blindaje constitucional y la posición conservadora del PSOE operan, conjuntamente, como factores básicos del cierre del llamado régimen del 78.
Jordi Muñoz es politólogo.