China cambió su política de control del covid de forma radical y abrupta a principios de 2023. La previsión de recuperación de la economía china hizo subir los precios del cobre, el hierro, el petróleo y otras materias primas. En marzo, el gobierno anunció un objetivo de crecimiento para la economía china del 5% para 2023. Algunos analistas lo consideraron conservador. En junio se constató que el crecimiento era menor, al contrario de lo previsto.
La inversión en activos fijos se redujo especialmente. El sector privado demostraba su voluntad de mantener dinero líquido por la incertidumbre del futuro. El covid no hizo más que incrementar la inseguridad y reducir más aún la tendencia de ralentización experimentada desde 2015, cuando se inició coincidiendo con la política intervencionista del presidente Xi. Algunos analistas piensan que la recuperación no puede venir más que de la liberación de la economía. Un reciente trabajo de Adam S. Posen en el Foreign Affairs lo pone de manifiesto.
El canon de los regímenes autoritarios se repite. Se inicia con el crecimiento de los negocios que se mantienen lejos de la política –“no hagas política y no tendrás problemas”– pero, una vez asegurado cierto apoyo social, la intervención autoritaria crece. Ha pasado en Rusia, en Turquía... en todas partes. La política confrontacional de EE.UU. en relación al comercio con China, especialmente en áreas tecnológicas, ha agravado el problema –pero ciertamente menos de lo esperado.
Cuando el presidente Xi llegó al poder, inició una campaña anticorrupción vigorosa, específica y dirigida. Sus antagonistas en el politburó –Bo Xilai es el caso paradigmático– fueron borrados. Fue una política indiferente para la población: afectaba a pocos y la lucha contra la corrupción siempre es popular. Pero era la indicación de la creciente interferencia del Partido, que hoy es visible de tan evidente... y es generalizada.
La política anticovid ha sido la más abrupta e intransigente del mundo tanto en su inicio como en su final. Una demostración del poder absoluto del Partido Comunista. La economía se derrumbó. El cambio absoluto de política en pocas semanas a finales de 2022 puede verse en parte como una respuesta a la reacción ciudadana, que se mostró incómoda con el régimen, pero, sin embargo, este repentino cambio de política ha demostrado la banalidad del Partido, que ha perdido autoridad y ha desatado inseguridad y desconfianza. La retracción de la inversión ha agravado la crisis profunda sobre la vivienda que se arrastraba del pasado. La ciudadanía no quiere endeudarse por la inseguridad del futuro.
Las políticas de estimulación sectorial de la economía, e incluso los créditos baratos y asequibles, no han activado el mercado como cabía esperar. El endeudamiento de las empresas no ha aumentado.
La pérdida de credibilidad de un régimen autoritario, cuando tiene lugar, es un problema que no tiene fácil solución. La ley aprobada en el Parlamento chino a principios de 2023 para facilitar “medidas extraordinarias” ha tenido un efecto boomerang porque ha aumentado la desconfianza de la población en el marco legal del estado.
De acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI), el crecimiento de la economía china, que estaba previsto que fuera de un 4,5% para 2023, se redujo un 0,5%. La economía se ha ralentizado. La conclusión del gobierno chino es previsible: la economía debe estar basada en el sector público y no en el privado. Podemos esperar un mayor intervencionismo, no menos. Desde 2015, la parte privada de la economía se ha reducido. No es una buena tendencia por la competitividad... a pesar de la opinión del Partido.
El debilitamiento económico no se traducirá en una pérdida de poder político del Partido único, como ya se ha demostrado en Rusia y Turquía, pero creará más desconfianza respecto del gobierno. Los medios para controlar a la población y modular su opinión son hoy más eficaces que nunca, pero las realidades son tozudas y la desconfianza, una vez iniciada, se vuelve imparable.
Es la oportunidad de Occidente de abrir las puertas a los inversores chinos, con cautela en lo que se refiere a la tecnología, pero con la libertad para emprender que no tienen en su país. Que más empresas y particulares chinos aumenten sus inversiones en EE.UU. y también en la UE porque desconfían de la economía de su país será la mejor manera de debilitar al régimen dictatorial y de hacerlo evolucionar. EE.UU. y la UE serán directamente beneficiados.
La política agresiva del presidente Trump hacia China, seguida en buena medida por el presidente Biden, ha sido y es todavía un error. Del primero podía entenderse, era un populista y un primario; del segundo es más difícil de aceptar, más cuando tres años de política económica de confrontación no han producido efectos tangibles. Es un camino totalmente equivocado que debe corregirse.
En 1953 Corea del Norte y del Sur eran un único estado. 70 años más tarde se ha puesto de manifiesto cuál de las dos economías y regímenes políticos beneficiaba más a la población. En Alemania, la imagen de la República Federal hizo más por la libertad en la República Democrática (DDR) que la propaganda del régimen.
La crisis de Gaza y el creciente interés del Sur Global en la inversión china no hacen más que confirmar la necesidad de colaborar. Siempre es mejor una política de apertura que de confrontación. Con China, también.