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Preparatius para el debate entre Jean-Luc Melenchon y Eric Zemmour el pasado 23 de septiembre.

1. La trama. Philippe Corcuff (autor de La Grande Confusion) ha incorporado una nueva categoría al debate público: el confusionismo que contamina el ambiente político y social. ¿Cómo lo define? Como el desarrollo de interferencias retóricas entre las posiciones y los temas de la extrema derecha, la derecha, la izquierda moderada y la izquierda radical. Corcuff constata que en Francia, como por todas partes, desde principios de siglo están al alza “las configuraciones ideológicas ultraconservadoras que asocian crítica y discriminaciones (xenofobia, sexismo, homofobia) con marcos nacionalistas”, aprovechándose de la pérdida de polvo de la izquierda, que parece haber renunciado a su impulso original: la crítica de las injusticias y las desigualdades iba siempre atada a un horizonte de emancipación social y colectiva, que ahora naufraga en el presente continuo. ¿Quién lucha, hoy, “contra el zapeo presentista que tiende a tragar tanto el pasado como el futuro”?

Corcuff hace una lista de temas y autores (políticos e intelectuales franceses) del amplio espacio que va de la derecha a la extrema izquierda que flirtean con este confusionismo, que es un capital rentable para la extrema derecha, porque le da actualidad y legitimidad. Él habla de Francia, pero son temas recurrentes por todas partes, también aquí: la hipervalorización del hecho nacional y de las fronteras y la estigmatización de lo universal (no hay que poner ejemplos el día 12 de octubre, cuando estoy escribiendo este artículo); la distinción entre patriotismos sagrados (el propio, el auténtico) y separatismos perversos; las especulaciones con modalidades más o menos eufémicas de los prejuicios islamófobos (él pone los ejemplos de Macron y Valls, pero aquí no nos faltan); la deconstrucción de la frontera ideológica con la extrema derecha (como hacen Casado y el PP sistemáticamente desde hace tiempo, aunque de hecho nunca ha habido entre ellos una auténtica línea de separación, vienen del mismo lugar); la fascinación por un personaje como Trump, expresada por voces que van desde ciertos sectores autoproclamados liberales hasta algunos nombres (Mélenchon, entre ellos) genuinos de la izquierda; las ambigüedades sobre el antisemitismo; la desfiguración del principio de laicidad; el juego de las sospechas sobre el feminismo, o el menosprecio activo del discurso ecologista. Y la lista podría ser mucho más larga. 

Se crea así “una trama ideológica impersonal que tiende a escaparse de las intenciones de sus interlocutores” y que es especialmente peligrosa, en un momento de mutaciones en las estructuras de poder, porque, al menos a corto plazo, beneficia la extrema derecha. Evidentemente, esto no impide que la confrontación ideológica siga. Y que se vivan momentos de dura confrontación verbal, pero el virus del confusionismo transita peligrosamente de un lado al otro, hasta debilitar el verdadero debate democrático. La confrontación televisiva entre Éric Zemmour (agitador rampante de la extrema derecha) y Jean-Luc Mélenchon (cliché de la izquierda socialista) fue un espectáculo genuino de este juego de la confusión: tan lejos, tan cerca, en las formas, pero también en algunas palabras.

2. Nueva gobernanza. Ciertamente, aquí no faltan ejemplos de esta fase confusionista de la democracia. A todos los casos definidos por Corcuff podemos poner equivalentes catalanes y españoles. Las paradas organizadas –modelo plaza de Colón– contra el independentismo han facilitado transversalidades inquietantes con la unidad de la patria como pretexto. Y Junts per Catalunya es un ejemplo paradigmático de confusionismo donde cabe todo el espectro ideológico en nombre de la causa superior. Y son solo dos ejemplos.

Lo que es relevante es que estamos pasando de la política democrática generadora de los espacios de confianza necesarios para llegar a acuerdos en interés de la ciudadanía, a partir de la representación de la diferencia, a la gran confusión que contribuye a desplegar pulsiones autoritarias que confirman las sospechas sobre el futuro de la democracia. ¿Es viable la democracia en el capitalismo global? ¿Cómo tiene que ser la gobernanza? Por casualidad, he encontrado en CTXT una cita de Global Redesign Initiative (2010) que me ha parecido reveladora: “Un mundo globalizado se tiene que regir por una coalición de corporaciones multinacionales, gobiernos y organizaciones seleccionadas de la sociedad civil en lugar de las estructuras democráticas clásicas, puesto que los gobiernos democráticos ya no son los actores aplastantemente dominantes en la escena mundial. Ha llegado el momento de una nueva gobernanza mundial”. Quizás así evitaremos el riesgo de votar mal que tanto preocupa a Vargas Llosa, veterano apóstol del confusionismo.

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