Lenin en el Donbás (y en Sant Gervasi)

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El presidente ruso, Vladimir Putin, en una reunión con su ministro de Defensa Sergei Xoigu, el pasado 20 de febrero en el Kremlin, en Moscú.

Hace dos años y un mes, aproximadamente, Vladimir Putin declaró de forma formal, oficial, rotunda, que Rusia no tenía ninguna intención de atacar a Ucrania. Mientras, sus tropas se iban concentrando en la frontera con la connivencia de Bielorrusia, ligada feudalmente en régimen de semiindependencia a los actuales restos de la URSS. De ese engaño mayúsculo dirigido al mundo no se ha hablado más. Tampoco se ha hablado sin subterfugios de los misteriosos envenenamientos con polonio, ni de la persecución sistemática de opositores al régimen ruso, ni de nada por el estilo. Por parte de Europa se trata de un silencio a menudo vergonzoso; por parte de China, simplemente está interesado. Siguiendo la tradición de la URSS, Putin miente por sistema y desinforma con profesionalidad (era su oficio como funcionario del KGB). Todo sigue igual que en la época de Willi Münzenberg, espía alemán al servicio de Stalin, que organizó una gigantesca red de adoctrinamiento, manipulación y compra de voluntades a la que se adhirieron muchos intelectuales europeos y estadounidenses. Lo único que ha variado es el método: hoy se basa sobre todo en la ingenua ilusión de "las fuentes alternativas" y en el control de las redes sociales.

El segundo año de la invasión de Ucrania coincidió casi exactamente con el centenario de la muerte de Lenin. Se trata sólo de una casualidad cronológica, evidentemente, pero resulta bastante expresiva. Lenin fundó la URSS, que era la enésima versión del imperialismo ruso, y Putin trata de recomponerla. En tiempos de Lenin y de Stalin la retórica nacionalista era la del "internacionalismo socialista" (tenían que contener la risa). Hoy apela, según se dirige hacia afuera o hacia adentro, a vaguedades como Eurasia o el "mundo ruso", respectivamente. En la recomposición de la Unión Soviética, el primer paso no ha sido Ucrania, sino la subyugación de facto de Bielorrusia, así como la presión constante en las repúblicas bálticas y, en menor medida, en las de Asia central. El llamado "mundo ruso" parte de la base de que los límites geográficos de Rusia son cambiantes: coinciden con los lugares donde hay concentraciones importantes de rusos monolingües, como ciertas zonas de Estonia (25%) o Letonia (27%) . Todo esto no es nuevo: empezó el 30 de noviembre de 1922, fecha oficial de la fundación de la URSS.

"Lenin es el personaje más importante del siglo XX". Así de tajante es la frase que inicia el ensayo de Agustí Pons Católicos, comunistas y cía. Intelectuales catalanes y Guerra Fría (Ediciones de 1984). Les aseguro que es un libro imprescindible para entender algunas contradicciones profundas de nuestro país, sobre todo a nivel de iniciativas culturales públicas y privadas, incluidas las editoriales. El proyecto de Lenin sigue vivo en Rusia en forma de melancolía nacional, pero también ha pervivido en otras partes del mundo en forma de melancolía generacional. Algunos intelectuales que vivían confortablemente en Sant Gervasi en la década de 1970 acabaron dirigiendo las inquietudes de los obreros de la periferia de las ciudades catalanas: leninismo en estado puro pasado por la sala Bocaccio. Por la vía de la endogamia universitaria, sobre todo, esa melancolía generacional ha pervivido hasta la fecha ("en los años setenta, un profesor titular debía ser la emanación de un catedrático", como decía un amigo fallecido el pasado noviembre) . Por eso Lenin está en el Donbás, pero también en nuestro país, en forma de contraposiciones ideológicas carentes de sentido ya menudo envueltas con un pseudopacifismo que yuxtapone alegremente agresores y agredidos. ¿El resultado de todo esto? "Los ucranianos tienen mal pronóstico –decía el pasado domingo Esther Vera–, pero también tenemos a los europeos en general. La política exterior de EE.UU. ha cambiado, así como la voluntad de implicación con Europa. Si Trump gana las elecciones se abrirá una nueva era definitivamente, y las cuestiones de seguridad piden estrategias caras ya largo plazo”.

Estas estrategias "caras ya largo plazo" resultan incompatibles con las inercias heredadas de la Guerra Fría que tan bien documenta a Agustí Pons en el libro mencionado. Hace medio siglo, los intelectuales catalanes (y en general europeos) que defendían la dictadura comunista rusa o china apelaban "a la paz y al desarme" (unilateral, claro). Increíblemente, sus herederos y albaceas ideológicos siguen repitiendo la misma monodía en relación con la invasión de Ucrania. Hace dos años acusaban a Biden y la OTAN, y ahora insisten –y con razón– en las atrocidades de Gaza. Lo importante es mirar hacia otro lado, como en los viejos y buenos tiempos del pantalón acampanado y las lecturas de Marta Harnecker.

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