El sentimiento de culpa por abrir un grifo

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Un grifo manando agua en una imagen de archivo.

A este servidor, que siente responsabilidad y empatía por la sequía que estamos padeciendo, le entra un sentimiento de culpa cuando abre el grifo. Sea para lavarse los dientes o para fregar los platos, me produce angustia pensar que mi grifo está detrayendo agua de un pantano medio seco y vacío. Muchas otras personas se sienten igual. Las noticias de la sequía, las restricciones e instrucciones para ahorrar agua se han dirigido, eminentemente, a la población general.

Y, lo siento, pero no hay derecho. Porque los hogares no somos los responsables ni los causantes del problema. Cuando uno profundiza en los datos, se entera de que el sector agrícola, el industrial y el de servicios se llevan el 85% del consumo. El 15% es abastecimiento, incluyendo el que se utiliza por la administración para la jardinería pública. Por otro lado, se sabe que la falta de un adecuado mantenimiento de canalizaciones de agua produce pérdidas por unos 700 hectómetros anuales, esto es, alrededor de un 15% del agua recogida y almacenada. Es decir, los hogares gastamos menos de lo que se pierde por fugas de tuberías que no están bien selladas.

La falta de plantas desalinizadoras en Catalunya es enorme en comparación con otras ciudades de España. No me gusta la idea de tener que tomar agua del mar y contribuir a más desequilibrios medioambientales. Pero el cambio climático es un hecho y Europa no puede revertir por sí sola este problema, que es de origen mundial. Sabiendo que los episodios de sequía van a ser una constante de este siglo, hasta que sepamos si podemos revertir el calentamiento del planeta Tierra, es responsabilidad de las administraciones tener un sistema suficiente y alternativo de producción de agua dulce. Es imperativo para nuestra agricultura, economía, subsistencia y autosuficiencia.

En la agricultura, hay también camino para recorrer en los sistemas de riego eficientes. Hemos crecido hasta alcanzar el 79% de los cultivos, pero necesitamos ser exhaustivos, pues el ahorro que falta alcanzar en agricultura casi equivale a todo el consumo privado de un año.

Y por eso es profundamente injusta la presión que se pone sobre el ciudadano de a pie. Pagamos nuestros impuestos, somos los que menos agua consumimos y, a la hora de la verdad, somos a los que se nos imponen las prohibiciones. De hecho, no se pueden regar jardines privados, pero sí públicos.

Yo seguiré tratando de ahorrar agua, por supuesto. Pero sigo indignado por cómo nos hacen sentir al respecto.

Fernando Trias de Bes es escritor y economista
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