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'Caiga quien caiga': no hacía falta que volviera

Una imagen del programa 'Caiga quién caiga'
Periodista i crítica de televisió
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El domingo por la noche Telecinco resucitaba Caiga quien caiga, un formato humorístico que se ha intentado reactivar en múltiples ocasiones y en varias cadenas sin el éxito inicial. Esta vez, el actor Santi Millán tiene el rol de presentador principal, acompañado de Lorena Castells y Pablo González, que lideran un ejército de reporteros de calle. Desde los primeros minutos del programa se hizo evidente que este tipo de resurrecciones desembocan en un zombi televisivo, sin alma, que avanza sin rumbo. Es una caricatura de lo que fue, pero sobre todo, es un formato caducado y superado. Este planteamiento de los presentadores modernitos y fanfarrones que van de listos y creen que son provocadores está pasadísimo de moda.

En 1996, cuando se estrenó el formato original con Wyoming al frente, estimuló la tendencia de los reporteros irreverentes que saboteaban ruedas de prensa y ponían a los políticos en un compromiso. Había ingenio y espíritu innovador. En su momento, fue disruptivo. Pero también provocó una alud de imitaciones que acabaron por destruir el propio género y los residuos del cual hoy en día todavía tenemos que tragar. Esta idea de triturar las noticias de actualidad y hacer una lectura humorística está pasada.

Este nuevo Caiga quien caiga no sabe contra quién batalla porque, en realidad, no quiere luchar contra nadie. Hace equilibrios entre la derecha y la izquierda, intentando que parezca que disparan contra todo el mundo y no cargan contra nadie. Santi Millán está sobreactuado interpretando a un personaje con ínfulas de periodista justiciero. El viaje a Los Ángeles, con la reportera intrépida con traje negro y corbata poniendo el micrófono a gente que se había quedado sin casa, era de un mal gusto terrible rematado por el acto heroico de regalarle las gafas de sol –símbolo del programa– al chef José Andrés que estaba repartiendo comida. Es de una insensibilidad clamorosa. Eso sí, después mandaban un abrazo a las víctimas de la dana haciendo gala de una conciencia social elevadísima. El tratamiento informativo de los temas que abordan es sensacionalista y demagógico. Obsesionados con crear alarma sobre el consumo del fentanilo en España montaban un reportaje en el que, antes del trabajo de investigación, ya tenían las conclusiones extraídas.

Lo único diferente y divertido fue el reportaje del youtuber Carlos Tamayo, demasiado espabilado y con demasiado talento como para perder el tiempo en este programita sin sustancia. Tamayo, lejos de caer en la inercia imitadora de todos los reporteros, construyó cinco minutos de relato en los que desmontaba los trucos y narrativas propias de este tipo de televisión, sin tomarse en serio las pretensiones del formato. Su investigación sobre la estafa del loro fue divertida y curiosa, destapando toda la farsa que suele acompañar a este tipo de reportajes.

Caiga quien caiga no hacía falta que volviera. Sus últimos coletazos de irreverencia son de una impostura tan vacía que ni es incisiva ni es divertida. El zombi, ni muerde. Torpe y previsible, solo sigue el ruido.

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