¿La inmigración es mala para la economía y la cultura? Sólo para Vox y Alianza


BarcelonaLa delegación de competencias de inmigración en la Generalitat ha vuelto a poner sobre la mesa la temática de la inmigración –si es que se ha ido nunca del debate público–. Más allá de las cuestiones competenciales y legales, desde el responsable de decidir el tipo de políticas migratorias hasta cómo las va a aplicar, la cuestión destaca una vez más por su lógica política. En casi todos los países europeos, con mayor o menor intensidad, los partidos de derecha populista radical (aquellos que en el lenguaje popular se conocen a menudo como "la extrema derecha") han cambiado el tablero de juego. Su entrada en los Parlamentos, vista en sus inicios como un fenómeno temporal, se ha acabado consolidando, con buena parte de los países maldando y debatiendo sobre si conviene contenerlos (aplicando, si conviene, cordones sanitarios) o si otras estrategias colaborativas o confrontacionales son más eficaces para recuperar o ganar cierta bolsa de votantes.
Si miramos la evolución de las familias políticas en las últimas décadas, la derecha populista radical europea ha conseguido un nuevo hito: por primera vez en la historia reciente es la familia política más votada, ligeramente por encima de la familia conservadora y socialdemócrata, las cuales habían dominado hasta hace poco buena parte de las contiendas electorales. ¿De dónde ha surgido su apoyo? Aunque con particularidades estatales, los flujos nos muestran un claro patrón: la derecha populista radical ha pescado sobre todo de los partidos de derecha tradicional (4 de cada 10 votantes), de partidos de izquierdas (2 de cada 10) y de abstencionistas (un 25%).
Tal y como han estudiado las politólogas Catherine de Vries y Sara Hobolt, la inmigración constituye un "tema divisorio", una cuestión política que alude de forma transversal a buena parte de los partidos políticos y que tiene el potencial de crear divisiones entre los partidos y dentro de ellos. Poniéndolo sobre la mesa, los partidos de derecha populista radical han "ganado" el tema, se lo han hecho suyo, y han creado cierta reputación entre muchos votantes que son quienes mejor gestiona la cuestión. Se trata, conviene precisar, de una percepción, lo que no quiere decir que se asocie con la realidad, pero desemboca en una lógica de mensaje: al fin y al cabo, ¿en quién piensan los votantes, cuando se habla de inmigración? Más allá del tema reputacional, en nuestro país estos partidos (y discursos) tienen el potencial de crecer porque explotan el dilema de buena parte de la ciudadanía sobre el impacto que la inmigración puede tener en términos económicos o culturales.
Según las encuestas disponibles, de media la sociedad catalana considera que la población inmigrada tiene efectos positivos en la vida cultural y económica del país, sobre todo en esta última vertiente. Estas dos dimensiones, la cultura y la economía, son claves para entender el rechazo o aceptación de los recién llegados. Si se quiere hacer políticas de inmigración, no es lo mismo que la reacción contraria a los recién llegados sea por un tema cultural o económico (o ambas cosas a la vez). En una serie de experimentos que realizó el Centro de Estudios de Opinión a finales del 2024, se observa que, de media, la población catalana da un peso similar a ambas dimensiones. Sin embargo, y ahí radica buena parte del quid de la cuestión, existen diferencias importantes en función de la afiliación política. Así, por ejemplo, los votantes de Vox y Aliança Catalana dan mayor importancia a que la inmigración se adapte a la cultura de acogida. En cambio, los votantes de ERC, Junts y la CUP tienen una visión más cívica, es decir, generalmente creen que la cultura de acogida es importante, sin que la procedencia lo sea tanto.
La importancia que se da al aspecto cultural y la que se da al aspecto económico están altamente correlacionadas, pero existen matices importantes. Primero, existe una valoración más positiva del impacto económico de la inmigración, sobre todo entre el electorado más indeciso (con un peso relativo importante en Junts y en el PSC). Segundo, a pesar de que los valores medios sean elevados, hay cerca de una tercera parte del electorado que da mayor importancia a la cultura oa la economía. Por ejemplo, un 35% de los votantes de los comunes cree que la inmigración no necesariamente enriquece económicamente al país, pero, en cambio, su visión del impacto cultural es más positiva. Al revés sucede entre los votantes de Junts y, en menor medida, entre los del PSC: mientras su aportación cultural se percibe como más dudosa, su aportación económica se ve valiosa.
Esta estructura de preferencias deja campo para correr a partidos como Vox o Aliança Catalana, que pueden poner énfasis en temas culturales o económicos en función del momento y generar un dilema a votantes de otras formaciones. Además, también pueden dirigir la crítica a los partidos que gobiernan y han gobernado en un frente importante: aunque hay ciertas diferencias entre izquierdas y derechas, la opinión de que existe demasiada inmigración, y de que el gobierno ha perdido el control de quien entra en nuestro país, es mayoritaria en amplias capas de la población y, de hecho, éste ha sido el mensaje con el que Juntos.
El gráfico curioso de la semana
Amigos de amigos
¿Se ha preguntado alguna vez si tiene el mismo número de amigos que de amigas (o viceversa)? La segregación en las redes relacionales ha sido a menudo un tema de interés entre científicos sociales, dado que pueden ser un buen reflejo de las discriminaciones existentes por razón de género. Sin embargo, medirlo siempre ha sido difícil. Un nuevo artículo, elaborado por investigadores de Meta y de NYU, ha intentado poner cifras: el ratio de amigos y amigas que una persona tiene en Facebook e Instagram, ponderada por la cantidad y frecuencia de las interacciones. Los datos de Catalunya revelan que, entre los cinco vínculos más cercanos, un hombre tiene, de media, un 57% de sus amigas. Cuando miramos a las 25 amistades más próximas, la segregación aumenta. El artículo también muestra que en Cataluña la segregación por razón de género en las amistades es mayor que en el entorno europeo.