Caso Hasél

La hora de los 'nadie'

Las protestas por Hasél reúnen la desconfianza política y la frustración por la falta de expectativas de los más jóvenes

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Manifestants vandalitzant una sucursal en el centro de Barcelona. Manolo Garcia

BarcelonaYa son cuatro las noches de protestas contra el encarcelamiento de Pablo Hasél, un rapero solo conocido en círculos minoritarios hasta que la Fiscalía le acusó de enaltecimiento del terrorismo y su nombre se asoció a la libertad de expresión. Son manifestaciones convocadas a través de canales de Telegram y otras redes sociales, lo que da una pista que los asistentes son mayoritariamente jóvenes. “Muy jóvenes”, insisten fuentes de los Mossos d'Esquadra, que explican que hay algunos que tenían controlados y otros nuevos en estos escenarios.

Que sean tan jóvenes no es ninguna novedad en los recientes movimientos sociales, porque ya en las protestas posteriores a la sentencia del Procés, en octubre de 2019, se notó “el rejuvenecimiento” de los movilizados con la aparición en escena de un buen número de postadolescentes, señala Jordi Mir Garcia, profesor de humanismo de la UPF.

Jofre Padullés es miembro del Observatorio de Antropología del Conflicto Urbano y co-coordinador de La danza de los Nadie (Bellaterra), un análisis de las manifestaciones. El título hace referencia a una canción de finales de los 90 de la banda de Vallecas Hechos contra el Decoro, y el añadido del Nadie remite a los que se suman a movimientos sociales, conscientes del valor de la fuerza de la calle. Y en las calles se están encontrando estos días una suma de individuos que vienen desde la izquierda independentista hasta los simplemente antifascistas, para quienes “el efecto Hasél” es una muestra más de "un Estado represivo", afirma Mir. Añade, además, que el grupo se ha sentido apelado por "la resistencia" del cantante en el sentido de ni "entregarse ni ir al exilio”, a diferencia de otros represaliados, y ahora “no le quieren dejar solo”. Y todavía hay que sumar los jóvenes que se estrenan en política y los que se han sentido decepcionados por las expectativas creadas por el Procés.

Sin embargo, con una sociedad convulsionada y con una pandemia en curso, son también diversas las motivaciones de los manifestantes. Mir Garcia apunta algunas: “Malestar, frustración, rabia, falta de expectativas” que sobre todo las generaciones más jóvenes tienen ante una crisis política, social y económica de proporciones gigantes. A todo este cóctel hay que sumar los efectos de las restricciones contra la pandemia y el hartazgo de tener cerrados casi todos los espacios tradicionales de socialización. 

“Los que tienen 20 años han vivido siempre oyendo la palabra crisis”, explica, y cree que el caso del rapero está actuando como “desencadenante”, del mismo modo que antes lo fue la condena al Govern, que pone a cuerpo descubierto una insatisfacción generalizada. El malestar está, está sepultado, y “cuando la gente sale a la calle ya es tarde”, apunta el antropólogo. 

Sin liderazgos

Es cierto que no hay organizaciones políticas detrás que convoquen oficialmente, pero esto no resta una cierta politización, apuntan los expertos. “Sería un error considerar que son cuatro gatos”, señala Padullés, para quienes las manifestaciones son la respuesta a un “espasmo social” que hace que individuos que no se conocían salgan a la calle y actúen “con una razón social”. Y, en este sentido, indica que incluso los episodios de violencia son selectivos: actúan contra objetivos que “representan el capitalismo y los poderes fácticos”, los mismos que, según dicen, les vallan el paso hacia un futuro con una vida digna. “El hecho que retiren las motos de particulares antes de hacer una barricada o ataquen sucursales bancarias son mensajes, el ejemplo que detrás de las acciones hay una consigna”, sostiene el antropólogo.

En este punto, el profesor Mir incide que el uso de la violencia “no acostumbra a ser inclusiva” y a veces “aleja incluso a los que comparten la reivindicación”. En las concentraciones del 15-M de hace una década –que supusieron una nueva etapa política y de movilización social–, en las asambleas, por ejemplo, se decidió apostar por la desobediencia pacífica, igual que hace la PAH. Con todo, el antropólogo y el humanista coinciden que reducir las movilizaciones –pasadas y presentes– a enumeraciones de actas de violencia es equivocarse en el foco de la cuestión. Por su parte, el análisis que hacen los Mossos es que la falta de liderazgos y de organizadores visibles obliga los manifestantes a improvisar y hace que las actuaciones policiales se compliquen.

Sí que ha cambiado la percepción de la violencia policial. “El 1-O supuso un cambio de relato y mucha gente toma conciencia que la policía puede hacer daño cuando quiere”, afirma Padullés, y este paradigma ha cuajado en capas y referentes mediáticos.

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