Fotónica

Donna Strickland: "El mundo sería muy distinto sin láseres"

Premio Nobel de física 2018

6 min
Donna Strickland, premio Nobel del física.

En el mundo de la ciencia hay muchas cosas que ocurren por casualidad. Ahora bien, para su aprovechamiento se necesita iniciativa y una sólida base de conocimiento. Esto es lo que dio lugar a una de las aplicaciones más conocidas de la búsqueda de la física canadiense Donna Strickland, por la que ganó el premio Nobel de física en 2018.

La casualidad quiso que a principios de los años noventa un estudiante de la Universidad de Michigan se quitara las gafas de protección un momento de nada mientras trabajaba con láseres en un laboratorio. Lo hizo con tan mala suerte que uno de los haces láser le fue al ojo. Vio un flash y, pese a no perder la visión, visitó a un oftalmólogo de la universidad, Ron Kurtz. Cuando exploró la herida, Kurtz vio una serie de agujeritos perfectamente circulares, mucho más limpios y pequeños de lo que se podía conseguir con los láseres de uso médico de la época.

Kurtz se dio cuenta enseguida de que aquel láser se podía utilizar para cortar objetos transparentes como la córnea sin estropear los tejidos cercanos. Se puso a investigar y vio que los láseres que funcionaban emitiendo pulsos de luz de 100 femtosegundos –una décima parte de la millonésima parte de una millonésima de segundo– empleaban menos energía para cortar la córnea, por lo que no se creaban ondas de choque que pudieran dañar los tejidos de alrededor. Además, permitían realizar cortes con una precisión de 10 micras, es decir, una centésima de milímetro.

El estudio de aquella posibilidad y el desarrollo tecnológico que le siguió dieron lugar a la tecnología más utilizada en las operaciones oftalmológicas actuales. Aunque Strickland y otros investigadores habían creado aquellos láseres de pulsos ultrarrápidos a mediados de los años ochenta, no fue hasta que intervino la casualidad que se encontró una de las aplicaciones más extendidas de ese descubrimiento.

Donna Strickland es catedrática de la Universidad de Waterloo, en Canadá, doctora honoris causa por varias universidades y, además del Nobel, ha recibido numerosas distinciones, como el Premier's Research Excellence Award o el Academic Cottrell Award. El pasado septiembre recibió la medalla de oro del CSIC.

Ha visitado Barcelona para impartir una conferencia sobre los pulsos de luz ultrarrápidos en el Museo de la Ciencia CosmoCaixa y visitar el Instituto de Ciencias Fotónicas (ICFO).

Usted fue la tercera mujer de la historia en recibir un premio Nobel de física, después de Marie Curie en 1903 y Maria Goeppert-Mayer en 1963.

— Fue duro. Mucho se ha hablado, pero la realidad es que entonces era la única mujer viva con un Nobel de física. Ahora ya somos tres, o sea que hemos hecho un pequeño club [ríe]. Me siento mucho mejor por no ser la única. El problema no fue tanto que fuera la tercera y que cumpliera 55 años de la última, como que tuviera que soportar todo el peso yo sola. No me gustaba tener que responder por el 50% de la población.

Pertenece a una generación a la que los profesores decían literalmente que las matemáticas y la física eran cosas de chicos. ¿Cómo superó esta situación?

— No tuve que superar nada porque siempre me pareció una ridícula afirmación. En mi escuela los premios de matemáticas siempre les ganaban las chicas. Crecí sin pensar que las matemáticas no debían ser para las mujeres. Y, de hecho, me acuerdo del momento porque estaba a la que debía ser mi última clase de historia. Lo dije y la profesora me preguntó qué haría después. Cuando le dije que no lo sabía, pero seguro que sería en el ámbito de las matemáticas o la ciencia, me dijo que aquello eran asignaturas de chicos. Entonces me giré y le pregunté a mi amigo Dan, que era muy bueno en inglés, si sabía que era bueno en algo de chicas.

En su tesis citó a Maria Goeppert-Mayer, la Nobel anterior, como hombre.

— Tuve que leer su artículo porque en la tesis no podía decir nada que no hubiera leído. Estaba escrito en los años 30 y no fue fácil de encontrar, estaba en el desván de la biblioteca. Y como estaba escrito en alemán, sólo pude leer su parte matemática. Sencillamente, no se me ocurrió que fuera una mujer. Supongo que sólo existían sus iniciales. Después, una de las personas a las que pedí que leyera la tesis –¡bendito sea!– se dio cuenta y me lo dijo: "¡Tendría que dar vergüenza!" [ríe].

¿Por eso firmó su tesis con su nombre completo?

— En un primer momento no sabía que se hablaba de mí por ser una de las pocas mujeres en el campo, pero cuando empecé a ir a congresos me di cuenta y decidí firmar como Donna Strickland.

¿Todavía lo hace?

— No.

Cuando se mira el origen de los premios Nobel de ciencias, hay países, como Estados Unidos, Reino Unido, Alemania o Francia, que destacan mucho. ¿Qué debe tener un sistema científico para alcanzar la meta del Nobel?

— Probablemente haya más de un factor. Evidentemente, en Estados Unidos lo han hecho muy bien porque han utilizado la inmigración. Han importado las mentes más brillantes. También creen en los ganadores y los perdedores, ¿no? Tienen instituciones de primer nivel que van a buscar las mejores mentes y los mejores estudiantes y todos trabajan juntos con buena financiación. También existe el efecto red, que se basa en la gente que conoces. En los grandes sitios se conocen grandes científicos. Pero, obviamente, pueden salir joyas de todas partes. Por otra parte, ahora todo el mundo está muy pendiente de publicar en las revistas más importantes, pero nosotros publicamos nuestro trabajo que ganó el Nobel en una revista bastante desconocida porque queríamos que se publicara rápidamente y ser los primeros. Esto de alguna manera también ocurre hoy, pero si no publicas en una buena revista, puedes pasar inadvertido.

Usted es experta en láseres. ¿Cómo sería el mundo sin ellos?

— El mundo sería muy distinto sin láseres. Nos gusta decir que el siglo XXI es el siglo de la óptica, o de la fotónica, por decirlo con una palabra más moderna. Cuando aparecieron, la gente decía que era una tecnología a la espera de una aplicación. Algo increíble, porque en realidad enseguida se vio que se podían utilizar en muchos sitios. Hoy no existe casi ningún aspecto de la vida donde no los utilizamos.

Recibió el premio Nobel por un trabajo publicado en 1985. ¿Qué aplicaciones ha tenido desde entonces?

— La más conocida es probablemente el mecanizado de objetos transparentes. Una de las primeras cosas que se hicieron con los láseres fue soldar y cortar acero. Y todo esto se hace con un proceso térmico, lo mismo que cuando nos calienta el Sol. Con un láser se puede concentrar toda esta energía y se puede hervir el acero. Pero, claro, ¿cómo lo haces para cortar cristal si la luz pasa por él a través? Pues nosotros construimos lo que llamamos un martillo láser. Este láser martillea los electrones de los átomos del material y los desplaza. Esto es el corte. Y, accidentalmente, se descubrió que también podía utilizarse para cortar la córnea de los ojos.

También se utilizan láseres para intentar generar reacciones de fusión nuclear y obtener energía. ¿Podría contribuir esta tecnología?

— En este ámbito utilizan láseres de gran energía, pero es verdad que los grandes láseres que utilizan tienen láseres como los míos al lado para realizar diagnósticos. Para conseguir la fusión debes tener un pellet de combustible esférico perfecto que implosiona. Y para saber qué ocurre durante este proceso, se puede utilizar un láser de los míos.

¿Existe otra aplicación de futuro?

— Existe una aplicación de los láseres de este tipo que son más potentes que es la aceleración de partículas. A veces soñamos con vencer al CERN [ríe]. ¿Podemos conseguir mayor aceleración? De momento estamos 100 veces por debajo, así que todavía nos queda un largo camino, pero ésta es una motivación muy grande.

Va a menudo a la Iglesia Unida de Canadá. ¿Se considera a una persona religiosa?

— Me gusta ir a la iglesia. Debo decir que la Iglesia Unida de Canadá es una Iglesia muy liberal. Allí todo el mundo puede pensar lo que quiera. O sea que no soy como me pintaron en la cubierta de esa revista [la revista Broadview tituló en portada "Premio Nobel, científica, mujer de iglesia"]. No soy una devota de la Biblia, pero me gusta pensar que existe un Dios.

Hay mucha gente que cree que la ciencia y la religión son incompatibles.

— Pues yo esto no lo entiendo. Pienso que se nos ha dado un universo. Y como científicos intentamos explicarlo todo, desde el propio Universo como un todo hasta lo más pequeño que podemos encontrar. La ciencia consiste en esto, pero no nos dice por qué se nos dio ese Universo. Así que a mí me gusta pensar que hay un Dios que nos lo regaló. Después de todo, es un sentimiento que se reduce a querer estar agradecida por todo lo que me ha sido dado. Y la gratitud debe enfocarse en algo. ¿Por qué no pensar en esto como Dios?

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