Literatura

¿Por qué algunos 'mandarines' catalanes nunca criticaron al comunismo?

Agustí Pons reconstruye a 'Católicos, comunistas y cía.' cómo los intelectuales del país se posicionaron políticamente en el marco de la Guerra Fría

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Josep Maria Castellet (izquierda), Antoni Tàpies y Joan Miró durante la Caputxinada
  • Agustí Pons
  • Ediciones de 1984
  • 256 páginas / 18,90 euros

Coincidiendo con el centenario de la muerte de Lenin, Agustí Pons (Barcelona, 1947) se aproxima a cómo los intelectuales catalanes se situaron políticamente en el marco de la Guerra Fría. Porque el enfrentamiento entre los dos bloques ideológicos tuvo también un frente cultural donde bajo grandes conceptos –la libertad versus la paz– y paraguas diplomáticos e institucionales más o menos encubiertos, artistas y literatos tuvieron que posicionarse con distintos grados de convicción , ingenuidad y acierto. Y en este repaso a medio camino entre la historia cultural y la biografía colectiva, el escritor y periodista barcelonés cree encontrar algo diferencial: la persistencia en el error de algunos mandarines locales, incapaces de romper el vínculo o ejercer la crítica hacia el mundo comunista.

Pese a todos los errores y excesos capitalistas, nada compensa o rebaja el terrible balance soviético: las grandes esperanzas traicionadas, los sacrificios inhumanos y, sobre todo, el registro de muerte y dolor. El prestigio inicial de la Unión Soviética se vio progresivamente socavado a medida que se acumulaban los testigos del interior, los desengañados ante las agresiones contra Hungría y Checoslovaquia y las revelaciones sobre los pies de barro y sangre de un imperio lapsaria entre 1989 y 1991 (en un desprendimiento con consecuencias todavía hoy presentes). El despertar nunca fue fácil, sobre todo si querían preservarse ciertos principios ideológicos y evitar el interesado anticomunismo de algunos, porque a menudo esto obligaba a revisar la propia vida o, según el momento, a arriesgarla directamente.

Comunismo y antifranquismo

Como reconoce el propio Pons, aquí la disyuntiva era especialmente difícil. Por un lado, porque los intereses geoestratégicos convirtieron a Franco en aliado estadounidense y porque buena parte del antifranquismo era articulado por el comunismo. Esta paradójica situación cortocircuitaba los alineamientos ideológicos. Por otro lado, en Cataluña la hegemonía del PSUC se veía reforzada por la confluencia con el catolicismo social, hasta el punto de eclipsar a otros núcleos opositores, más o menos escépticos respecto al comunismo, y donde convivían desde supervivientes a la tabula zanja de la dictadura (libertarios, liberales, marxistas heterodoxos...) hasta sectores nacionalistas y conservadores. En resumen, la dicotomía más o menos clara y binaria quedaba, en nuestro país, enterrada por capas de complejidad, particularismos... e intereses.

Consciente de esta realidad, Católicos, comunistas y cía. renuncia a la inútil mirada maniquea, reconoce las aportaciones individuales y colectivas y, sobre todo, distingue lo posible y exigible según épocas, personalidades y circunstancias. Pero tampoco evita ajustar cuentas con la “mezcla de militantes comunistas, compañeros de viaje inocentes o cínicos, escritores y artistas que seguían considerándose poseedores de una ética superior, católicos con mala conciencia” que nunca reconocieron equivocarse, que nunca se disculparon y que después nunca fueron cuestionados. Un perfil que, para Pons, se ajusta a figuras como Josep Maria Castellet, Antoni Tàpies, Xavier Folch, Jordi Solé Tura y Manuel Sacristán. Enfrente contrapone otra genealogía (de Ricard Salvat a Pere Calders o Maria Aurèlia Capmany), donde él mismo se incluye, que quizás supo sintonizar mejor con el gran dibujo pero que nunca dispuso de la ascendencia, de la influencia y la bula de los primeros.

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