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Sufrir o disfrutar las vacaciones: bajar pulsaciones contra el turismo frenético

Las redes sociales han convertido los viajes de mucha gente en carreras para visitar el máximo de sitios. El turismo lento se sitúa como una alternativa a este modelo

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Una persona relajada en una imagen de recurso.

BarcelonaInmediatez, exposición, envidia, poder, estatus. Son palabras que se relacionan entre sí cada día en las redes sociales y que han acabado inundando muchas facetas de nuestro día a día. La importancia de enseñar nuestro supuesto éxito en internet de cara a crear una marca personal basada en el triunfo ha provocado que cada movimiento que hagamos sea debidamente publicado, previo filtro para que todo parezca mucho mejor de lo que realmente es. Esta tendencia se ha hecho fuerte en varios sectores, siendo uno de los más intensos el de los viajes. Donde vamos, con quién, cómo lo pasamos o qué nivel de lujo tenemos. Todo esto es importante cuando se relacionan redes sociales y vacaciones; de ahí que se haya creado una nueva forma de viajar: el turismo frenético.

"En los últimos años se ha extendido mucho el hecho de compartir todo lo que hacemos durante nuestros viajes. De ahí que se haya creado una tendencia de turista que quiere ir al máximo número de sitios posibles para hacerse la foto y publicarla internet", explica Pablo Díaz Luque, experto en turismo, profesor de los estudios de economía y empresa de la UOC y uno de los creadores del término. Según Díaz Luque, ésta es una manera de viajar que se parece mucho a lo que se conoce como el turismo japonés, que se puso de moda en los años 90 y que consiste en "bajar del autobús, tomar la foto, volver a subirse al autobús e ir a hacer lo mismo a la siguiente parada", una práctica que algunos turistas del país asiático hacían a menudo. "Siempre ha habido un tipo de turista que quería aprovechar el tiempo al máximo para estar en todas partes, pero las nuevas tecnologías lo han convertido en tendencia", explica Díaz Luque. En esta misma línea se expresa José Antonio Donaire, director del Instituto de Investigación en Turismo: "Históricamente, el viaje ha sido un elemento de estatus social y los lugares a los que hemos ido dicen a los demás quiénes somos o quisiéramos ser . Ha cambiado el medio y la intensidad. Antes lo hacíamos saber con las conversaciones de café, con las postales o con las fotografías, y ahora estamos conectados permanentemente con los demás y durante el viaje comunicamos los lugares donde hemos estado”.

En esta cuestión, entran en juego conceptos como el FOMO ("fear of missing out" o "miedo a perderte algo") o fast look, sobre cómo los visitantes ven pocas cosas, siempre las mismas y en muy poco tiempo. "En los estudios que hemos realizado sobre el comportamiento de los turistas en diversos espacios como Girona, Vall de Boí, Barcelona o Empúries hemos notado un valor universal: los minutos que se dedican efectivamente a visitar un elemento son muy pocos", remarca el profesor Donaire.

Desconexión absoluta

Y como casi toda tendencia, la del turismo frenético tiene su contrario, el turismo lento o slow, que responde a querer escapar al máximo de la hiperconectividad. "Aquí se busca la desconexión más absoluta, el dormir bien y detenerse del todo", explica Pablo Díaz Luque. En este sentido, existen diversas experiencias al respecto, como el tipo de viaje que promueven a Travelàdic, que, según palabras de su fundador, Jordi C. Duran, busca "huir del turismo a toda prisa". Para este viajero y creador de contenido, muchas veces terminamos el viaje con "muchas fotos, pero sin recordar nada de lo que hemos hecho". "Intentar ver el máximo de cosas en el menor tiempo posible es un error", afirma.

También lo ven así en Slow Turisme, una empresa del Bages que apuesta por un "turismo de proximidad, lento y sostenible". Sus fundadores son Dani y Carme, que concretaron su pasión compartida por el enoturismo en esta empresa que busca una solución diferente al turismo frenético de ver –y enseñar– el máximo en el menor tiempo posible. Están centrados en actividades en su comarca y explican que siempre se adaptan a los ritmos de las personas, no a los relojes: “Lo importante es que los participantes disfruten de la experiencia sin prisas, descubriendo el territorio, el paisaje, la historia , y enamorándose de los vinos y productos gastronómicos locales", dicen los creadores de Slow Turisme.

Explica José Antonio Donaire que este tipo de viaje significa "ir a un lugar, estar más tiempo y conectar de verdad, intentar entender el espacio a partir de sus atributos: la comida, la gente, las formas de vida, las relaciones sociales". Sin duda, una forma de entender las vacaciones que busca una evasión real de la hiperconectividad de nuestra vida diaria. Tal y como dicen los fundadores de Slow Turisme, el tiempo libre es para disfrutarlo, no para correr: "Como la escudilla de la abuela, las experiencias deben cocinarse a fuego lento. Hay que disfrutar de cada momento, permitiéndole es el lujo de descubrir cada detalle sin prisas".

Un viaje por Mallorca más allá de los 'likes'

El periodista Bernat Salvà acaba de publicar Acera de mar (Ángulo Editorial), una vuelta a pie por Mallorca, lugar donde nació a pesar de llevar décadas sin vivir. En las 22 etapas que ha realizado (un total de 528 kilómetros) ha pasado por sitios que había visitado hace 30, 40 o 50 años. Un viaje de reencuentro y descubrimiento a ritmo lento.

Ha realizado un viaje a su infancia y un homenaje nostálgico a su tierra. ¿Qué ha encontrado después de tantos años fuera?

— La vuelta ha hecho de hilo conductor, pero está lleno de recuerdos, de comparaciones entre la Mallorca que conocía y la actual. De hecho, exagerando un poco, se puede decir que he dado tres vueltas a la isla: una preparando el itinerario, la atraviesa en sí y una vuelta posterior, más larga, con lecturas, entrevistas, repaso de fotografías y notas, y escritura. Me ha sorprendido que en Mallorca hay más de cien kilómetros de costa virgen, nunca los había contado. Pero también hay kilómetros y kilómetros de cemento y asfalto, infinitas urbanizaciones, enormes hoteles...

Ha querido reivindicar el paseo discreto por delante de los likes y récords…

— Las redes sociales combinadas con la popularización de los viajes y de ciertos deportes, como correr o el ciclismo, han amplificado hasta el extremo la cultura de la competitividad. Todo el mundo quiere hacer más, ser el mejor, estar en el sitio más guapo y compartirlo. Pero existe una contradicción evidente entre esta actitud y el objetivo final de cualquier viaje, que es conocer la tierra, la gente, el alma de los lugares que visitas.

Ante este tipo de turismo frenético que se está imponiendo en los viajes, ¿hay que reivindicar una forma más calmada de hacer las cosas?

— Absolutamente. Tres semanas después de dar la vuelta, viajé en avión de Palma a Barcelona y sobrevolé en cinco minutos los 70 kilómetros que hay entre Sant Elm y Palma, que hice en dos días, en las etapas 20 y 21. He volado en avión a menudo por esta ruta, pero de repente me di cuenta de que el paisaje ya no era una sucesión de calas, cabezas, colinas, urbanizaciones, carreteras, pinares... sin nombre: recordaba la comida que hice con Miquel, el vigilante de la Trapa, mirando a la Dragonera; el agua transparente de cala Egos; la comida con amigos en el Port d'Andratx... De repente todo se llenaba de recuerdos, de momentos vividos, de caminos que había recorrido, de rostros de gente. Esto es lo que permite andar: acumular vivencias, conocimientos y recuerdos, aprender los nombres de los mapas, recordar los paisajes con tu mirada.

'Acera de mar', de Bernat Salvà Coll
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