La acogida en la UE de los refugiados ucranianos que no entienden afganos y sirios

La actual política de puertas abiertas contrasta con el trato que reciben refugiados del Próximo Oriente o África

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Refugiados ucranianos llegan a Berlín.

El CairoEl inicio de la ofensiva de Moscú sobre Ucrania el 24 de febrero de madrugada provocó en mucha gente una cierta sensación de déjà vu. Las colas infinitas de vehículos abandonando la capital, Kiev, estaciones de tren a rebosar de gente, personas huyendo a pie con las pocas pertenencias que habían podido recoger, despedidas estremecedoras... Estampas que empezaban a capturar los millones de ucranianos de camino a las fronteras de su país, en una fuga masiva que se ha convertido muy pronto en el principal éxodo de refugiados desde la Segunda Guerra Mundial. La inmensa mayoría llegaron a las puertas de países vecinos de la Unión Europea como Polonia y Hungría, donde el déjà vu se transformó en un cierto choque. Países con gobiernos ultranacionalistas que durante años han mantenido una política abiertamente combativa contra el recibimiento de refugiados, a menudo vulnerando el derecho internacional, abrían ahora los brazos a la llegada repentina de centenares de miles de ucranianos. Y los mensajes de apoyo incondicional de las autoridades coincidía con las muestras de solidaridad de una ciudadana que se ha volcado en recibirlos y darles ropa, preparar comida, ofrecer alojamiento o ayudar en traslados.

En buena parte del Oriente Medio, que en la última década ha presenciado dosis de devastación y movimientos de refugiados parecidos en países como Siria, Irak y Libia, la fuga masiva de ucranianos y el cálido recibimiento de ahora en la Unión Europea ha generado una compleja mezcla de empatía y de respiro, pero también de dolor y rabia. Y, sobre todo, en las redes sociales, muchos usuarios han compartido imágenes y mensajes que reprochan la doble moral europea en la acogida de refugiados, sostenida en gran parte en alegatos abiertamente racistas.

“Entiendo [que se cuestione] por qué todo esto funciona ahora cuando antes no funcionaba. Vemos que todo es mucho más fluido, a pesar de que la llegada de personas que huyen [de Ucrania] es ahora mucho mayor”, apunta Leila Hadj-Abdou, politóloga e investigadora de migraciones. “Pero no se tiene que ignorar que también hay mucha empatía por parte de otros refugiados, porque saben cómo se siente estar en esta situación”, añade en una conversación con el ARA.

Ausencia de vías seguras

Las diferencias han sido palmarias. A lo largo de todo el 2015 fueron 1,3 millones de personas, sobre todo de Siria, las que entraron en territorio de la Unión Europea, y varios millares murieron en el intento por la ausencia de vías seguras. Incluso el año pasado, el intento de entrar en territorio comunitario de unos pocos miles de personas a través de Bielorrusia degeneró en una encendida disputa entre Bruselas y Minsk. Ahora, en cambio, la Unión Europea ha dado la bienvenida en menos de un mes a tres millones de ucranianos. Y Bruselas ha invocado por primera vez la Directiva de Protección Temporal para que sus ciudadanos puedan permanecer tres años en territorio comunitario, desplazarse y tener derecho de trabajo y prestaciones sociales.

A pesar de que la reacción de la Unión Europea ante la llegada de millones de ucranianos también se ha explicado como parte de una batalla moral e ideológica frente a Moscú, muchos líderes políticos no han escondido ideas profundamente racistas para justificarse. El primer ministro de Bulgaria, Kiril Petkov, ha asegurado: “No es la oleada de refugiados a la que estábamos acostumbrados, gente de quien no estábamos seguros de la identidad, con pasado poco claro y que podrían haber sido incluso terroristas”. Y el primer ministro de Hungría, Viktor Orbán, ha señalado que el caso de los ucranianos es “muy diferente de 2015”: “Somos capaces de distinguir entre migrantes y refugiados”, recurriendo a una distinción del todo infundada.

Refugiados sirios tratando de llegar a la isla de Lesbos, en Grecia
Gases lacrimógenos en Idomeni

Muchos medios de comunicación tampoco han ofrecido una imagen diferente. Una invitada a la cadena CNN, por ejemplo, dijo que no sería lo mismo utilizar armas químicas en Ucrania que gas sarín en Siria, “que son musulmanes y de una cultura diferente”. Y un corresponsal de la norteamericana CBS declaró que Ucrania no era “como Irak o Afganistán, que ha vivido un conflicto durante décadas; es relativamente civilizado”.

Encontrar puntos en común

“Parte del problema de la narrativa ha sido siempre victimizar o despreciar a la gente, porque resulta mucho más difícil encontrar puntos en común”, apunta Hadj-Abdou. “[En 2015] el viaje se hizo muy difícil para la gente y se la mantuvo en condiciones muy duras que llevaron a la deshumanización, de forma que ya la manera como se percibe a los refugiados es totalmente diferente de la de alguien con una entrada más fácil, donde se enfatiza la humanidad y la dignidad”.

La doble moral europea en el trato de refugiados y migrantes, además, no se ha parado ni durante el éxodo ucraniano. Tres días antes de empezar la ofensiva rusa, la agencia de la ONU para los refugiados ya expresó preocupación por el número de vulneraciones de derechos humanos contra refugiados y migrantes en varias fronteras europeas. Y desde entonces se han continuado registrando decenas de muertes y desapariciones en el Mediterráneo de personas que intentan llegar a Europa desde Libia, además de imágenes de brutalidad de la policía española en la valla de Melilla. Incluso en medio de la masiva fuga de Ucrania se han documentado múltiples casos de prácticas discriminatorias y de abusos contra personas no europeas en la frontera.

A pesar de esto, Hadj-Abdou apunta que el actual éxodo ucraniano ofrece una oportunidad: “Creo que tendríamos que poner énfasis en la solidaridad entre grupos, y tomarla como muestra de lo que también es posible en el futuro para otras comunidades de refugiados”. “Tendríamos que intentar ver qué es posible y reforzar la protección de los refugiados en el futuro”.

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